«¿Puedo hablar con vos un momento?»
Me mira con sorpresa.
«Bueno…»
«Vamos acá a la vuelta, ¿te parece?»
«Dale…»
Caminamos en silencio. Llegamos a Libertad.
«Esto es para vos.»
«¿Para mí?»
Asiento.
Abre el tubo, saca la lámina y la desenrolla. La hoja con la dedicatoria se le cae, la atrapo en el aire. Ella no se da cuenta; está mirando el dibujo. Después de un rato levanta la vista. Parece emocionada.
«¿Y eso?»
«La dedicatoria.»
Se la tiendo. Cuando termina de leerla, suspira.
«Es hermoso… ¿En serio sentís tanto por mí?»
Asiento.
«¿Por qué no me lo dijiste antes?»
En su voz hay un leve tono de reproche. Muy leve.
Bajo la vista.
«Tenía miedo de que me rechazaras…»
Me acaricia la cara.
«Tonto…»
Después de besarme, me mira a los ojos y me dice:
«Lástima que esto no sea verdad.»
—Hola…
—Hola.
—¡Miguel! ¿Cómo andás?
—Bien. ¿Y vos?
—Bien…
—¿Y? ¿Pudieron terminar el trabajo ayer?
—No, pero los pibes vienen de nuevo el lunes. —Pareció adivinar lo que estaba pensando—. Todo bien, eh… Nos cagamos de la risa con los pibes. Estuvimos charlando, escuchando música… Al final lo que menos hicimos fue estudiar…
Nos quedamos callados. Después de unos segundos me preguntó:
—Che, ¿qué hacés hoy?
—Nada…
—Dentro de una hora mi viejo se va. ¿No te querés venir a ver una peli?
—Dale…
—Alquilé una que me parece que está buena. Se trata de un jabalí gigante que mata a la gente.
Nos reímos.
—¿Nos vemos a las dos, entonces?
—Dale, nos vemos a las dos.
Al lado de Benzaquén está Boglioli. Los brazos cruzados, la cabeza ladeada; el pelo largo le cubre parte de la cara. Siempre estaba en postura metalera. Tortonese decía que vivía en un videoclip.
—«¿Puedo poner música?», le pregunta este, y pone un cassette de Metallica. ¿De Metallica era?
Me di cuenta de que estaban hablando de Maidana.
—De Pantera —respondió Boglioli.
—Y el otro le dice: «Che, está bueno esto…», y se pone a mover la cabeza.
Algunos se rieron. El Gato siguió.
—Y este hijo de puta le dice: «No, así no, Maidana. Así». —Sacudió la cabeza a lo heavy metal—. Y el otro lo imitaba…
Todos se rieron.
—Chicos… —interrumpió la de dibujo—. Yo no tengo ningún problema con que charlen, siempre y cuando no dejen de trabajar.
Cada uno retomó su trabajo y el Gato continuó.
—«A mí no me sale tan bien porque no tengo el pelo largo», decía el boludo… Y este le dice: «No creas, eh… Te sale bastante bien…». —Se rieron—. Después, cada vez que este le decía: «¿Cómo es, Maidana?», el otro lo hacía de nuevo…
—En un momento —dijo Boglioli—, se puso a golpear la mesa siguiendo la batería de uno de los temas. Entonces le pregunto: «Che, ¿vos tocás la batería?». «No», me dice. «Ah, porque tenés buen ritmo, boludo…» —Algunos se rieron—. «Qué raro… ¿Seguro que no tocás la batería?» «No, boludo…», me dice. «¿Y te gustaría tocar?», le pregunto. «Y, estaría bueno… Pero no sé…» «No hace falta saber mucho para tocar la batería. Solamente hay que tener buen ritmo. Y vos lo tenés.»
—Qué hijo de puta…
—«¿Te parece?», me pregunta. «Yo de estas cosas sé, Maidana», le digo. «¿Sabés por qué te pregunto?» «No. ¿Por?» «Resulta que con unos amigos tenemos ganas de formar una banda. Yo toco la guitarra; sabés, ¿no? Y lo único que nos falta es un baterista.» «A mí me encantaría», me dice, «pero nunca toqué la batería…».
—Qué nabo que es este chabón…
—«Boludo, te digo que es fácil… Con la pasta que tenés vas a aprender enseguida… Tengo una idea: te voy a hacer una prueba.»
—¿A ver qué le dijiste, hijo de puta?…
Boglioli sonrió.
—«Yo te voy a ir poniendo distintos temas y vos le tenés que seguir el ritmo a la batería.»
—No me digas que le hiciste hacer eso…
—Sí, boludo. Y no sabés la cara que ponía… Todo concentrado…
Lo imitó y todos se rieron.
—Contale la de los siameses, boludo —dijo el Gato.
Boglioli se rió.
—Contala vos, boludo, que sos el que la inventaste…
—Estábamos hablando de nuestras familias y le dije que yo tenía un hermano siamés.
Algunos se rieron.
—¿Y te creyó, boludo?
—Sí, boludo, se la re-comió…
—Siempre se la come —dijo alguien.
—Le dije que habíamos nacido con la cabeza pegada y que entre los dos teníamos un cerebro y medio. «¿Sabés lo que fue para mi vieja decidir quién de los dos se quedaba con el cerebro?», le digo. «Me imagino…», me dice. «Fue duro, pero tuvo que tomar una determinación. Era preferible eso a que los dos tuviéramos que vivir unidos por el resto de nuestras vidas…» «Claro…», me dice. «Pero imaginate qué feo para una madre…», le digo. «Para elegir cerró los ojos y estiró la mano. Y por suerte me tocó a mí.»
Todos se rieron.
—Le dije que a mi hermano lo teníamos en casa, en estado vegetativo, y que yo a veces me sentía culpable. «¿Vos sabés lo que es tener el cerebro entero gracias a que a tu hermano le falta la mitad?»
Se cagaban de la risa.
—Qué manera de morfar… —dijo Boglioli—. Nos sirvió de todo, el puto. Primero nos comimos como medio kilo de surtido de Bagley. «¿No tenés más?», le pregunté. «No, pero si se quedaron con hambre puedo comprar.» «Dale, andá a comprar que con el hambre que tengo no voy a poder estudiar…»
Se rieron.
—Qué hijo de puta…
—¿Y el boludo fue a comprar?
—Sí. Y nos dejó la casa sola.
—Nooo…
—Lo primero que hicimos fue revisarle las cosas.
—El viejo tiene un cajón lleno de revistas porno.
Algunos se rieron.
—Viejo pajero…
—Yo quería encontrar guita…
—¿Y él qué tiene en la pieza?
—Juguetes, boludeces así…
—El boludo tiene guardado el álbum del Chavo del Ocho.
—Che, ¿y el de Frutillitas no lo tiene?
—Este zarpado le vació un tarro de shampoo en el inodoro.
Todos se rieron.
—¡Me dice zarpado a mí y él le meó un guiso que había en la heladera!… —exclamó el Gato.
Algunos ya se agarraban el estómago.
—Nooo…
—Ahí te fuiste a la mierda…
—Que se joda por boludo… —dijo Boglioli—. ¿Cómo nos va a dejar solos en la casa?
—Del almacén se trajo medio kilo de Ópera y medio de alfajorcitos.
—¿Todo eso se comieron?
—Sí. ¿No te digo que comimos como unos hijos de puta?
—Y hoy vamos a comer más…
—Che, está re-caliente el puto… —dijo alguien—. Ya no sabe qué hacer para que se lo cojan…
—Sí —dijo Boglioli—. Después se nos re-pegó… Nos acompañó hasta la parada…
—Y este le seguía diciendo: «¿Cómo es, Maidana?», y le hacía la música. Y el otro seguía moviendo la cabeza.
—¿Pero no se daba cuenta de que lo estaban gastando?
—Encima de puto, boludo…
—Para mí que se daba cuenta pero no le importaba —dijo Boglioli—. Como tiene tantas ganas de que se lo culeen…
—¿Vos decís que es puto en serio?
—Re-puto… ¿No ves como nos atendía? Y estaba todo el tiempo sonriéndonos. Faltaba que nos tirara besitos nada más…
Me dio tanta bronca que intervine.
—¿Por qué no dejás de hablar pelotudeces? Si le gusta Mikaela…
Apenas lo dije me arrepentí.
Boglioli se me quedó mirando, sorprendido por el tono de mi voz. El resto pareció no darle importancia.
—¿Le gusta Mikaela?
—¿Quién te dijo eso?
Dudé.
—Él me lo dijo…
—Nooo, boluudo… Hay que ser realista… Si yo fuera como Maidana me gustaría Cabecilla, por ejemplo.
Se rieron.
—Estaría bárbaro, boludo… La cabeza que le falta a uno le sobra al otro.
—Qué hijo de puta…
—Che, hay que hacer algo con eso… —dijo Tortonese.
—¿Con qué?
—Con eso de que le gusta Mikaela. Hay que hacerle una joda.
—¿Como qué?
—No sé, pero tiene que ser algo groso… —Se quedó pensando—. Ya se me va a ocurrir…