A ver… «Para mi querida Roxana…»
Dudé.
No, suena muy a viejo… ¿Entonces qué?
Pensé.
«Roxana, dos puntos.» Así nomás. «Roxana, dos puntos. Te preguntarás el porqué de este regalo.»
Taché.
Choto. A ver… «Roxana, dos puntos. El motivo de este presente… de este humilde presente… es el de agradecerte la linda noche… la hermosa noche que me hiciste pasar.»
Taché.
Parece que me la hubiera garchado… ¡¿Qué mierda le pongo?! ¡La puta madre! A ver… «… agradecerte tu hospitalidad.» No. «… tu amabilidad.» No. «… lo bien que me hiciste sentir… la otra noche en tu casa. Digo humilde porque no creo que con él te pueda hacer sentir lo mismo que me hiciste sentir.» Sentir, sentir, sentir…
Taché.
«… no creo que con él te pueda compensar…» No. «… transmitir…» No. «… producir… tanta satisfacción… como la que vos me hiciste sentir.»
Dudé.
Bueno, por lo menos le saqué un sentir… «Ojalá me equivoque.» ¿Qué más?… «Quiero que sepas… que nunca me voy a olvidar… de tu voz… de tu dulce voz… recitando el poema de Bécquer…»
Taché.
«… recitando tus poemas, de tu ternura cuando acariciabas a tu gata, de tu cara iluminada por la luna…» ¿Qué más?… «Hay cosas que es mejor hablarlas en persona, pero…»
Dudé.
«… pero es tanto lo que siento por vos que no sé cómo expresarlo con palabras.»
Estuve a punto de tacharlo.
«Por eso preferí hacerlo dibujando. Por eso y porque es lo único que sé hacer.»
Releí todo.
«Te quiero mucho…»
Dudé.
«Te quiere mucho… Miguel.»
En un bosque: treinta y cuatro mamíferos, veinte aves, siete reptiles, doce anfibios, quince insectos, tres arácnidos y cinco moluscos.
Lo metí en uno se esos tubos que se usan para guardar planos y lo puse en mi mochila, envuelto en un buzo para cubrir el extremo que sobresalía. Había esperado hasta ese día para dárselo porque sabía que Domínguez iba a faltar. Quería aprovechar para agarrarla sola.
—Hoy voy para lo de mi amigo; te acompaño.
—Yo voy para el otro lado. Tengo que ir a lo de mi mamá.
—Ah…
Me saludó con la mano mientras se alejaba.
—Chau.
—Chau.
Nunca me habló de la madre… Si hasta llegué a pensar que estaba muerta, como la de Maidana…
—¡Cambiá la silla, boludo! —dijo Benzaquén.
Antes de que Mendoza pudiera levantarse, la de lengua entró al aula.
—Buenas tardes —nos dijo a todos.
La silla con la pata rota se la habían puesto a la de cívica, pero la hija de puta no se había sentado en toda la clase. «Lo adivinó porque es bruja», dijo después el Gato.
La de lengua apoyó la cartera sobre el banco y comenzó a desabrocharse el saquito que llevaba puesto. Algunos se miraron.
Domínguez le estaba mostrando a Lezcano las fotos de su sobrinito. «Decile a Godín que le avise que la silla está rota», le iba a decir a Lezcano. Apenas le toqué el brazo, se dio vuelta, me miró con bronca y me dijo:
—¿No ves que estoy hablando con ella?
Esa noche estuve a punto de romper la lámina. Me contuve, pero los bordes quedaron arrugados. Después me hundí en la cama y me puse a llorar.
Tortonese tiene razón: había onda y lo arruiné todo…
¿Qué sabe Tortonese? Si no estuvo ahí…
¿Entonces por qué me trata así?
Me quedé pensando un rato largo.
Hay una sola manera de sacarme la duda: darle la lámina. Mañana la encaro a la salida. Si me dice que se tiene que ir a lo de la madre, le digo que me dé un minuto. Que le tengo que decir algo importante.
¿Y si está con Domínguez?
Le digo que quiero hablar a solas.
—Esta vez ustedes tres van a hacer el trabajo con otros compañeros —nos dijo la de biología.
—¿Por qué? —preguntó Angeleri.
—Porque todo el año estudiaron juntos y uno de los objetivos de los trabajos grupales es hacer que los alumnos interactúen entre sí. —Sonrió—. Además ustedes son alumnos muy aplicados y quiero ver si me contagian al resto.
—Nosotros tres, Balín —dijo alguien.
—No —dijo la profesora—, los grupos los voy a armar yo.
A mí me puso con Javier y Tortonese, a Angeleri con Fernández y Mendoza, a Maidana con el Gato y Boglioli.
Cuando sonó el timbre, yo ya tenía todo guardado; no quería que Lezcano se me escapara. Salí antes que ella y me quedé esperándola en la puerta.
—Che, Balín… —dijo Mendoza—. Yo no tengo ganas de interactuar con vos.
Fernández se rió.
—Yo tampoco… —dijo—. A ver si nos contagiás…
Mendoza se rió.
—Así que el trabajo hacelo vos y después nos pasás lo que tenemos que estudiar.
¿Qué pasa que no sale?
Miré para adentro. Javier y Tortonese venían hablando.
—Nos vamos a juntar en mi casa —me dijo Tortonese—. ¿Vos el viernes podés?
—Sí.
—Quedamos para el viernes, entonces.
—Bueno —dijo Javier.
Tortonese me preguntó si iba para mi casa. Le estaba por responder que no cuando la vi salir a Lezcano. Venía de la mano con el Turco.
—¿Eh?
—Que si vas para tu casa.
Tardé unos segundos en responderle.
—Sí.
Tortonese me miraba con cara de «Yo te dije».
Bueno, hasta ahora me leí los tres primeros capítulos y me enganché, te voy a seguir leyendo eh? :)
ResponderEliminar¡Me alegro, Luz! Cuando quieras, te mando la novela completa por mail.
ResponderEliminarAbrazo y gracias por pasar.
BIEN AHI POR LUZ,MANDELE LA NOVELA COMO CABALLERO KE ES.ABRAZO
ResponderEliminar¡Pero para que le mande la novela como caballero que soy, primero ella me tiene que mandar la dirección de mail!
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