lunes, 17 de octubre de 2011

45


     La cama, destendida. En el piso, ropa sucia. Arriba de un mueble, un equipo de música y dos porta-CDs. En una de las paredes había unos estantes con más CDs, cassettes y algunas revistas. Las otras tres estaban empapeladas de pósters. La mayoría eran de grupos de heavy metal, pero también había de minas en pelotas. Debajo del vidrio de la mesita de luz, una foto de cuando Tortonese era chico. En ella se lo veía abrazado a una señora mayor.
     —Espero que no les moleste el desorden —dijo riéndose, y empujó la ropa sucia con el pie, metiéndola debajo de la cama. 
     Se dio cuenta de que estaba mirando la foto.
     —Esa es mi abuela, la mamá de mi papá. Es una vieja re-copada.
     —¿Y eso? —preguntó Javier.
     Miré lo que señalaba. Algunos de los pósters de minas en pelotas estaban manchados con algo blanco.
     —Adiviná…
     —¡Qué hijo de puta! —dijo Javier con cara de asco.
     Tortonese se cagaba de la risa.
     —¿Por qué no te acabás en la mano? —le preguntó Javier.
     —No tiene onda, boludo…
     Javier me miró y se mordió el labio inferior.
     —A esta le di desde acá —dijo Tortonese. Se había parado a medio metro de uno de los pósters y estaba haciendo la mímica de masturbarse.
     —Andáaa… —dijo Javier—. ¿Quién sos? ¿Mazinger?
     Tortonese se rió.
     —¡En serio, boludo! ¡Te juro!
     La madre lo llamó desde abajo.
     —Santiago…
     Tortonese se asomó por la puerta.
     —¿Qué?
     —Nada, era para saber si habías llegado.
     —Estoy acá con los chicos.
     —Bueno.
     Cerró la puerta y sonrió.
     —Una vez estaba hablando por teléfono, no me acuerdo con quién, y me puse a hojear una revista de mi vieja. Era una revista de moda. Estoy hojeando la revista y de repente veo unas minas en corpiño y bombacha que están bárbaras. No me acuerdo con quién estaba hablando, pero creo que encima era una minita. La cosa es que me re-caliento y ahí nomás me entro a pajear. —Hizo la mímica—. ¿Vos podés creer que justo cuando acabo entra mi vieja de la calle? Y encima había acabado en la mesita del teléfono… Lo tuve que limpiar con la manga del buzo.
     Me reí.
     —Sos un sucio, Tortonese —dijo Javier.
     —¿Cuál fue el lugar más raro en el que se masturbaron? —nos preguntó Tortonese.
     Javier me miró con cara de «Ya empieza…».
     Como no le respondimos, prosiguió.
     —Yo una vez me masturbé en el baño de un micro. No sé si fue el más raro; pero lo que sí sé, es que fue el más incómodo. Estábamos yendo a Mar del Plata con mis viejos. Cuando subí al micro pensé: «Seguro que me toca viajar con un gordo que ronca, como siempre». Pero no: esta vez me tocó una morocha que estaba para partirla en cuatro. Apenas me senté, se me empezó a parar. Y encima, cuando la mina se saca el sweater, me doy cuenta de que no tiene corpiño… ¡Qué hija de puta! —Javier se puso a mirar los CDs—. Creo que fueron las mejores tetas que vi en mi vida… O por lo menos, las mejores que vi en vivo… Cuando apagaron las luces, la mina se durmió y yo prendí la lucecita de arriba. Saqué una revista para hacerme el boludo y me puse a mirarle las tetas. No sé qué estaría soñando la mina, pero en un momento se le empezaron a parar los pezones…
     —Dejá de mentir, Tortonese… —dijo Javier. 
     —¡En serio, boludo! ¡Te juro! Para mí que soñaba que se la estaban garchando, porque después empezó a hacer: mmmhh… mmmhh…
     Javier se rió.
     —¡Qué mentiroso que sooos!
     —¡Te lo juro por mi vieja!
     —¡Mirá por lo que jurás!
     —En serio, boludo… —dijo Tortonese riéndose—. Y en una de esas, la mina se da vuelta y me queda la cara acá… —Se puso la palma de la mano frente al rostro—. Y me hace: mmmhh… —Javier suspiró y siguió mirando los CDs—. Ahí ya no pude aguantar más. Me levanté y me fui al baño. Dos pajas me hice, al hilo… Y cada vez que el micro doblaba, me chocaba contra las paredes. —Hizo la mímica—. Así estaba. —Me reí—. Ahora cuenten ustedes. En algún lugar raro se tienen que haber pajeado…
     —Dale, boludo… —dijo Javier—. Hagamos el trabajo que ya van a ser las siete…
     Tortonese siguió como si nada.
     —Esta no tiene mucho que ver, pero me la acabo de acordar. Yo tenía un amigo que se cogía el colchón.
     Me reí.
     —¿Se cogía el colchón?
     —Sí, boludo, le hacía un agujero y se lo cogía… Lo descubrimos en el viaje de egresados, porque era un compañero mío de la primaria. En realidad, el que se dio cuenta fui yo. En el hotel dormíamos en camas marineras y este pibe dormía arriba mío. Una noche me desperté porque la cama se movía. «¿Qué estás haciendo, boludo?», le pregunté. Entonces se quedó quieto y me dijo: «Nada, me estaba rascando». Al rato, cuando me estoy por volver a dormir, arranca de nuevo. Primero despacito. Y después, como vio que no le decía nada, le entró a dar más fuerte. Al día siguiente, le reviso el colchón y encuentro el agujero.
  La madre lo volvió a llamar.
     —Santiago…
     Tortonese abrió la puerta.
     —¿Qué?
     —Servile algo a esos chicos…
     —¿Qué quieren tomar? Yo me voy a hacer un café con leche.
     —A mí haceme otro —dijo Javier.
     —¿Para mí puede ser un té?
     —¿Con leche? —me preguntó Tortonese.
     Miré los pósters manchados y le dije:
     —No, gracias…
     Javier y Tortonese se rieron.
     —El del colchón seguro que era él —me dijo Javier cuando nos quedamos solos—. Yo tenía un amigo… La típica…
     No le respondí.
     Pensé en Maidana. Me tenía preocupado. Esa misma tarde, el Gato y Boglioli se reunían con él en su casa.
     —Che, yo acá no vengo otra vez, eh… —siguió Javier—. Si no terminamos el trabajo, nos repartimos el resto y que cada uno estudie por su lado.
     Asentí.
     Al final se hizo la hora de irnos y no habíamos respondido ni la mitad de las preguntas. Primero lo acompañamos a Javier a la parada del ciento ochenta y cuatro, después Tortonese me acompañó a mí a la del setenta y uno.
     En el camino me preguntó:
     —¿Todavía estás mal por lo de Lezcano?
     Asentí. Por un rato nos quedamos en silencio.
     —Yo que vos, le daría el dibujo.
     Lo miré con cara de «¿Qué decís?».
     —Para mí que le podés serruchar el piso.
     Negué con la cabeza.
     —Probá, boludo… —me dijo—. ¿Total qué podés perder? El no ya lo tenés…
     —No me animé a encararla cuando estaba sola; mirá si me voy a animar ahora que está con el Turco… Ya fue…
     Cuando llegamos a la parada, sacó un cassette de su bolsillo.
     —Esto es para vos; te grabé un compilado.
     —Gracias…
     —Tiene de todo un poco: algunos temas conocidos y también algunas rarezas.
     Me lo había dado, pero lo agarró de nuevo.
     —Perá que no le puse el título —dijo—. ¿Tenés una birome a mano?
     Se la di.
     —La música… de… Olea…
     —No —dije—. Es: o, ele, a…
     Dudó.
     —Ya fue, boludo… No lo quiero tachar.
     Terminó de escribir. La música de Oleaginosa.
     Me reí.
     —¿Viste qué bueno que está? —dijo—. Todavía no lo escuchaste y ya te cambió la cara… Ahí viene el bondi, boludo.
     Levanté la mano para pararlo.
     —Y acordate de lo que te dije la otra vez: con tantas minas en el mundo, no vale la pena llorar por una.
     Después de una pausa agregó:
     —Y encima son todas putas…

2 comentarios:

  1. ¡¡¡Mötley Crüe escuchaba Tortonese!!!
    ¡¡¡Yo no, boludo!!!
    Así que ustedes no tienen nada que perdonarme.

    ¿Ustedes?
    Que te revisen la medicación, Sthepen.

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