lunes, 21 de noviembre de 2011

48

     Maidana se reía. Algunos de los pibes estaban con él. También se reían. Llegó la de matemática y el grupo se desarmó. Maidana fue a sentarse a su banco, al lado del Turco. Hacía un mes que Angeleri se sentaba con el Tano. Al principio se cambiaban nada más que para las pruebas, pero después se habían quedado así. Y Angeleri no parecía muy interesado en recuperar a su antiguo compañero.
     —Usted, Maidana, venga para acá —dijo la profesora señalando un lugar vacío.
     A Angeleri y a mí también nos cambió. A él lo sentó con Pasco y a mí atrás de ellos dos. Después repartió las fotocopias.
     —Ahora absoluto silencio.
     Miré las ecuaciones. Como no entendía nada, me puse a dibujar. 
     Maradona levantó la mano.
     —Profesora, una preguntita…
     La profesora la interrumpió.
     —Todo lo que está ahí ya lo expliqué. Si hay algo que no entendió, lo tendría que haber preguntado antes.
     Tortonese me miró y puso cara de «Qué difícil…». Asentí con la cabeza.
     Dejame que te haga gancho, boludo.
     —¿A ver, Balín? —escuché que susurraba Pasco. Angeleri corrió la mano para que pudiera copiarse.
     La miré a Mikaela. Se estaba limando las uñas.
     ¿Estás enamorado?
     Boglioli se levantó y le entregó su fotocopia a la profesora.
     —¿No la va a hacer?
     Boglioli negó con la cabeza.
     —Entonces quédese afuera hasta que termine el resto.
     Lo miré a Maidana.
     No tengo ganas de hablar de eso…
     Javier le preguntó algo a Olivera. La profesora lo escuchó.
     —¡Dije absoluto silencio!
     —Le estaba pidiendo la goma; no se enoje…
     —Si no quiere que me enoje, no me haga enojar. Guarde silencio y no saque la vista de su prueba.
     La profesora se puso a caminar por el aula. Cuando llegó a mi banco, se detuvo.
     —¿Se puede saber qué hace dibujando?
     Dudé.
     —Dibujo…
     Algunos se rieron.
     —Se retira del aula.
     Pasé por al lado de Maidana. Levantó la vista y me sonrió.



     —Le conté a Mikaela lo de Maidana.
     —Noo…
     —¿Y qué dijo?
     —Se cagó de la risa. Le pregunté si se prendía para hacerle una joda y me dijo que sí.
     —Uy, qué bueno que va a estar esto…
     —Y ya tengo el lugar perfecto.
     —¿Cuál?
     Tortonese sonrió con aire misterioso.
     —A ver, pensá…
     Mendoza puso cara de no saber y negó con la cabeza. Tortonese miró al resto.
     —¿A nadie se le ocurre?
     Todos se quedaron en silencio.
     —¡Me extraña, boludo! ¡La fiesta de la Gorda!
     —Pero Tortonese, ¿vos te pensás que la Gorda lo va a invitar a Maidana? —dijo el Tano.
     Tortonese puso cara de canchero.
     —Vos fumá…



     Pasco vio su nota y se puso a dar saltitos.
     —¿Cuánto? —le preguntó Maradona.
     —¡Nueve! —exclamó Pasco.
     Maradona la abrazó y se puso a saltar con ella.
     —¡Qué bueno, boluda!
     —Eso déjenlo para el recreo, por favor —dijo la de matemática, y siguió repartiendo las pruebas.
     Angeleri agarró la suya. Antes de llegar a su banco, la miró y se detuvo. Dio vuelta la hoja varias veces.
     —¿Cuánto te sacaste, Balín? —le preguntó el Tano.
     —Cinco —respondió Angeleri sin sacar la vista de la prueba.
     —Suerte que no te sentaste conmigo…
     Algunos se rieron.
     —Profesora, esto está mal… —dijo Angeleri.
     La profesora se lo quedó mirando.
     —¿Qué me quiere decir con eso? —preguntó.
     —Que esta prueba está mal corregida.
     —No puedo creerlo… Esto es inaudito… Vaya a sentarse, por favor.
     —Los resultados son los mismos que los de la prueba de Pasco y a ella le puso un nueve. ¿Cómo puede ser, profesora?
     —¡Los resultados pueden estar bien; pero si el camino que usó para llegar hasta ellos no es el correcto, la prueba está mal! ¡¿Me entiende?!
     —No tiene por qué levantarme la voz.
     —¿Y además cómo sabe que los resultados son los mismos?
     Angeleri titubeó.
     —Porque cuando terminamos nos pusimos a hablar de cómo nos había ido…
     —¿A ver, Pasco? Tráigame su prueba, por favor. Y usted deme la suya.
     Después de comparar las evaluaciones, la profesora trazó dos líneas diagonales en la de Pasco.
     —Usted tiene un uno.
     —¡¿Por qué, profesora?!
     —No se haga la tonta…
     Pasco no supo qué responder. Angeleri arremetió nuevamente.
     —Si su prueba era igual a la mía, ¿por qué a ella le puso un nueve y a mí un cinco?
     La profesora no contestó. Estaba guardando las dos hojas en su carpeta.
     —¿No será que me tiene bronca por la discusión que tuvimos la otra vez? —siguió Angeleri.
     La profesora lo fulminó con la mirada.
     —¡No pienso tolerar que me falte el respeto de esta manera! —dijo—. ¡Ya mismo voy a hablar con la directora!
     Apenas salió la profesora, Pasco le encajó una trompada a Angeleri.
     —¡Pendejo mogólico!
     —¡Pará, loca!
     —¡Por tu culpa me la voy a llevar a marzo!
     —¡¿Qué culpa tengo yo de que vos no estudies?!
     Pasco se le fue al humo, pero Mikaela y Maradona la frenaron.
     —¡Puto de mierda! ¡Te voy a romper la boca y no vas a poder comer más pijas!
     Los pibes se rieron.
     —Alejandra, pará… —dijo Mikaela—. Te van a echar…
     Angeleri salió del aula con la mano en el ojo. Los pibes se cagaban de la risa.
     —¡Lo mató!
     Después de un rato fui a buscarlo. Supuse que estaba en el baño, pero lo encontré vacío. Cuando me estaba por ir, escuché un sonido raro; venía de uno de los sanitarios. Me di cuenta de que era el llanto de Angeleri. Me quedé parado sin saber qué hacer. Angeleri siguió llorando y le pegó un puñetazo a la puerta. Decidí salir sin hacer ruido.
     Afuera lo encontré a Maidana. Tenía cara de preocupado. Me interrogó con la mirada y lo miré como diciendo «Mejor no». Asintió silenciosamente.
  


     —Ya está.
     —¿Qué cosa?
     —Ya la convencí a la Gorda.
     —Nah…
     —¿En serio?
     Tortonese asintió con cara de canchero.
     —¿Cómo hiciste, boludo?
     —Y… Costó…
     —¿Te la garchaste?
     Algunos se rieron.
     —Es muy largo de explicar… La Gorda me debía unos favores que le hice cuando todavía salía con Macarena.
     —¿Y qué pensás hacer?
     —Primero convencerlo al boludo de que la mina anda atrás de él.
     —No te va a creer… —dijo Lautaro.
     Tortonese le tendió la mano.
     —¿Qué te juego a que sí? Vas a ver cómo le lleno la cabeza…
     —Vas a tener que hablar mucho para llenar esa cabezota —dijo el Gato.
     Todos se rieron.



     Maidana abrió la puerta y sonrió.  
     —¡Miguel! ¿Cómo andás?
     —Bien…
     —Pasá, boludo… Justo me estaba por hacer un té. ¿Querés uno?
     —Bueno…
     Me senté en un sillón y esperé a que volviera.
     —Estás raro… —dijo—. ¿Te pasa algo?
     —Cristian, tengo que hablar con vos.
     Me miró con sorpresa.
     —¿De qué?
     —No sé si conviene que vayas a la fiesta.
     —¿Por?
     Dudé.
     —No sé qué te habrá dicho Tortonese…
     No supe cómo seguir. Tampoco fue necesario.
     —Ah, es por lo de Mikaela…
     Por unos segundos nos quedamos en silencio. Después prosiguió.
     —Miguel, yo no soy boludo… ¿Vos te pensás que no me doy cuenta de que los pibes me cargan?
     Lo miré. Sonó el timbre.
     —¿Y? ¿Cuál es el problema? ¿No puedo ir a una fiesta a divertirme como todos los demás? ¿Qué tengo que hacer? ¿Quedarme solo en mi casa?
     No supe qué contestarle.
     —Miguel, yo te agradezco que te preocupes por mí, pero ya soy grande. Me puedo cuidar solo.
     Fue a abrir la puerta. Eran Mendoza, Javier y Boglioli.
     —¡Hola!
     —¿Qué hacés, Maidana?
     —Pasen… Está Miguel.
     —Yo me voy yendo, Cristian —dije.
     Me miró.
     —Bueno…
     —¿Ya te vas, Olarticoncha? —me preguntó Javier.
     —Sí, me están esperando. Nos vemos, Cristian.
     —Nos vemos.
     Camino a casa, pateé una piedra con bronca y rompí el faro de un auto. El conductor se bajó a las puteadas. Tuve que salir corriendo.

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