Maidana se había escondido. No era la primera vez que lo hacía. Ya nos tenía podridos.
—¡Dejate de joder, boludo! —le gritó Angeleri—. ¡Parecés un pendejo!
—Yo me voy yendo, Nicolás —dije—; estoy apurado.
—Esperá un cacho, Miguel; no me vas a dejar solo jugando a las escondidas con este boludo…
—Entonces vení vos también.
—Pará que no arreglé lo del trabajo práctico. ¡Dale, boludo, ya fue! ¡Dejate de joder que tenemos que coordinar para juntarnos por lo de cívica!
—¡Dale, Cristian, que me tengo que ir!
No hubo caso: Maidana no salía de su escondite. En la puerta de la escuela, Lezcano y Domínguez se despedían de Onzari.
—Bueno. Yo me voy, Nicolás; vos hacé lo que quieras.
Angeleri suspiró.
—Está bien, voy con vos. Lo voy a tener que llamar por teléfono…
Cuando llegamos a mitad de cuadra, Maidana nos alcanzó corriendo. Se mataba de la risa.
—Qué gracioso que sos, eh… —le dijo Angeleri—. Parecés mogólico.
Lezcano y Domínguez también iban hasta la avenida, pero después doblaban para el lado de Puente Saavedra. Yo aprovechaba para mirarla un poquito más a Lezcano por última vez en el día. Esa era la razón de mi apuro.
—Tenemos que arreglar lo del trabajo de cívica, boludo —dijo Angeleri—. ¿Cuándo nos podemos juntar en tu casa?
—Mañana, si te parece —respondió Maidana.
—Yo mañana no puedo; tengo que ir a lo de mi viejo. ¿El viernes?
Intervine.
—El viernes no puedo yo. Cumple años mi abuela y vamos a su casa a festejarlo.
Angeleri me miró con extrañeza.
—¿Vos no lo hacés con D’Agostino?
—No… ¿Por qué voy a hacerlo con él?
—Porque es tu compañero de banco.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Nada… Pero pensé que también ibas a hacer el trabajo con él.
Negué con la cabeza.
—Yo sé por qué Miguel se sienta con Javier —dijo Maidana.
—¿Por?
—Porque gusta de Lezcano y se quiere sentar detrás de ella.
Lo miré.
—¿Qué?
Maidana se rió.
—Dejá de hacerte el boludo, Miguel. Si estás todo el día mirándola…
—Hablá más bajo, boludo… —intervino Angeleri—. ¿No ves que está enfrente?
Maidana se tapó la boca con las dos manos. Parecía uno de los monos sabios.
—Perdón.
Miré para ver si Lezcano había escuchado. Me pareció que no.
—¿Ves que gustás de ella? —susurró Maidana.
Parecés de la primaria, pelotudo, pensé, pero le dije:
—¿Por qué?
—Porque te fijás si escuchó.
—Cualquiera… Me fijo si escuchó porque estás hablando pelotudeces y no quiero que te oiga.
—Te enojás porque gustás de ella.
—No, me enojo porque me vas a hacer quedar como el orto.
Maidana se rió en silencio.
—¿Por qué no le dejás de romper las bolas, loco? —dijo Angeleri—. Si le gusta o no le gusta es cosa suya…
—Pero que no se haga el boludo. Si estamos entre amigos…
—Es asunto suyo. ¿Por qué uno tiene que andar contando esas cosas? Además, si es verdad que le gusta, el otro día lo hiciste quedar para el culo con lo del petú.
Maidana se puso serio.
—Nooo, boluuudo… No me digas que estaba escuchando… Perdoname, no me di cuenta…
No supe qué responderle.
—Qué boludo que soy… En serio, perdoname…
Angeleri cambió de tema.
—Che, arreglemos lo del trabajo. ¿Vos el lunes podés, Miguel?
—Sí.
—Bárbaro. ¿Quedamos para el lunes, Cristian?
—Dale.
Nos despedimos de Maidana en la puerta de su casa y seguimos caminando en silencio. Aproveché para mirarla a Lezcano, pero más furtivamente que de costumbre. Ahora que sabía que se me notaba, tenía que ser más precavido.
—Che, boludo, te tengo que contar algo… —me dijo al rato Angeleri.
—¿Qué?
—No sabés lo que me pasó el otro día, boludo… Yo pensé que te lo había contado, pero vos ese día faltaste. El jueves de la semana pasada.
—Ajá…
Dios mío, ya empieza…
—No sabés lo que me pasó…
No, la verdad que si no me lo contás no hay manera de que yo lo sepa. Pero mejor no me lo cuentes.
—Resulta que salgo de casa para venir al colegio, ¿no?
Si vos lo decís…
—Ya venía con retraso y encima no pasaba ningún bondi.
Qué bien que le queda esa blusa…
—Y en eso viene un sesenta. Yo nunca me lo tomo porque siempre viene hasta las manos, pero otra no me quedaba…
¿Blusa se llamará esa prenda?
—La cuestión es que en la parada de Roque Sáenz Peña se está por bajar una mina con un nene de unos cuatro años. —Dudó—. ¿O era en la de Gutiérrez?… No, era en la de Sáenz Peña, porque en Ricardo Gutiérrez paró después.
¿Y qué carajo importa, hijo de puta? ¿Afecta a la historia?
—Lo que pasa es que siempre me confundo la municipalidad con la biblioteca. No son parecidas, pero, no sé por qué, siempre me las confundo cuando las uso de referencia.
¿En serio? ¡Qué interesante, che!…
—Bueno. El tema es que había una pareja con un nene de cuatro años. Yo en ese momento no los vi porque el bondi estaba hasta las pelotas; recién los vi cuando se bajaron.
Qué bien que le queda el azul…
—La cuestión es que primero se baja el tipo, ¿no?, y cuando se está por bajar la mina con el nene, el bondi arranca de golpe.
Pero mejor le queda el rojo.
—Y el nene queda colgando de la mano de la madre.
Le hace juego con los labios.
—¡No sabés, loco! ¡Hasta que el bondi llega a la otra parada, el pibe colgado con los pies en el aire!
Yo le tengo que decir algo…
—Y la mina gritando. «¡Socorro! ¡Socorro!»
No puedo ser tan boludo…
—Y la gente gritándole al chofer que pare.
Tengo que agarrarla sola y decirle algo.
—Yo no sé si el chofer no escuchaba o se hacía el pelotudo… No puede no haber escuchado; varias personas le gritaban…
¿Pero cómo? Si está todo el tiempo con Domínguez…
—Para mí que el tipo escuchaba pero no entendía lo que le decían. Debe haber creído que la mina se había pasado de la parada y que por eso gritaba; si no, no se entiende.
Cualquier otro la hubiera hecho fácil: ya la hubiera encarado diciéndole «¿Puedo hablar a solas con vos un momento?».
—Tiene que haber pasado eso; se ve que con tanta gente el chofer no podía divisar a la mina con el pibe colgando.
Pero yo soy un pajero.
—La cuestión es que el bondi llega a la otra parada, la de Gutiérrez, y la mina se baja llorando. El chofer cierra la puerta, como si nada, y justo lo agarra el semáforo.
La podría seguir hasta que se separe de Domínguez.
—En eso se escucha un golpe. Me doy vuelta y lo veo al marido de la mina pateando la puerta del bondi. «¡Abrí, hijo de puta! ¡Abrí que te reviento!», le gritaba. Estaba hecho una furia, todo colorado. Encima había venido corriendo…
Claro… La sigo como la Pantera Rosa: escondiéndome detrás de cada arbolito. Cualquiera… Qué ridículo que soy a veces… Lo que tengo que hacer es buscar alguna excusa para ir para ese lado.
—«¡Te voy a matar, hijo de puta!», y el chofer como si nada. Bah, como si nada no… Se notaba que se estaba poniendo nervioso.
Ahí está: me invento un amigo.
—Encima adelante de todo había dos viejas que empezaron a tirarle palos.
¿Dónde me conviene que viva?… Domínguez dobla en Roca y Roxana vive en Laprida, o Aristóbulo del Valle, una de esas.
—«¿Vio cómo son? ¡Son unos asesinos!» «Sí, no les importa nada.» «Nada de nada; lo único que quieren es terminar rápido con el recorrido.»
¿O era al revés?… No, era así. Domínguez vivía en Roca, cerca de Maipú. Parezco Angeleri…
—Entonces el semáforo cambia y el chofer arranca, ¿no?
—Ajá…
Entonces me conviene que mi amigo viva a la altura de Laprida.
—¿Vos podés creer que, encima de todo lo que había pasado, el tipo no hace ni media cuadra y se lleva puesto un Alfa Romeo?
No… No puede vivir en Laprida; sería demasiada casualidad.
—¡Y encima no sabés quién lo conducía!… —Hizo una de sus pausas para crear suspenso, pero gradualmente su expresión fue mutando del misterio a la duda—. Puta madre, no me acuerdo cómo se llama… Un actor conocido es… De las telenovelas más que nada.
Mi amigo tiene que vivir en un punto intermedio, cosa de que no sea sospechoso pero que también me dé un tiempo como para hablarle.
—¿Cómo se llamaba este tipo?… Yo se lo describí a mi vieja y ella lo ubicó. Me dijo el nombre y en qué telenovelas había laburado pero ahora no me acuerdo…
Un punto intermedio, como Las Heras, por ejemplo.
Llegamos a la avenida.
—Te acompaño hasta la parada. Hoy voy para ese lado porque voy a lo de un amigo.
—Dale, y así te termino de contar… Bueno, no me voy a acordar del nombre del actor. La cuestión es que este otro tipo también se pone de la cabeza y también se pone a patear el bondi.
Entonces voy a hacer que mi amigo viva en Las Heras y Monasterio. Cerca de lo de Mendoza.
—Y el otro, el padre del nene, aprovechó para alcanzar el bondi otra vez a la corrida y se puso a patear la puerta de nuevo.
Así después de que dobla Domínguez, tengo unas cuatro o cinco cuadras como para ir preparando la situación.
—¡No sabés! ¡Era un pandemonium!
¿De dónde sacaste esa palabra, hijo de puta?
—Los dos tipos pateando el bondi, uno de cada lado; la mujer del actor tratando de calmarlo; la madre del nene tratando de calmar al marido; y el nene, a upa de la madre, llorando a los gritos…
Puta, ya me sacaron como una cuadra…
—Y encima el chofer, asomado a la ventanilla: «Tranquilo, macho, no te hagás el loquito…». ¡Para qué! ¡El actor estaba hecho una furia! ¡No sabés! ¡Saltaba y le tiraba cabezazos!
Andá redondeando, Angeleri, que esta vez ni en pedo te espero a que la termines.
—Y las dos viejas cotorras de adelante hablando del actor. «¿Sabe por qué está así? Porque lo echaron del canal.» «¿Cómo que lo echaron?» «Sí, se le venció el contrato y no se lo renovaron. ¿No vio que ya no aparece en las novelas?» «Ahora que me lo dice es verdad, hace tiempo que no lo veo en la televisión.»
Llegamos a la parada del bondi.
—Bueno, Nicolás, te dejo porque estoy apurado; quedé con este pibe en que pasaba a las seis. Mañana me seguís contando.
Se quedó medio cortado.
—Bueno… Mañana te sigo contando.
Las alcancé en la esquina porque las agarró el semáforo. Domínguez me vio primero y le hizo una seña a Lezcano.
—¿Qué hacés vos por acá, Miguel?
Parecía contenta.
—¿Qué pasa? ¿No puedo venir para este lado?
Sonrió.
—No, está prohibido. Estás en mi territorio.
—¿Y cómo hago? Tengo un amigo que vive por allá. ¿No podés hacer una excepción?
—Mmmh… No sé, no sé… Lo tengo que pensar.
—Por favor.
—¿Dónde vive tu amigo?
—En Las Heras y Monasterio.
—Mmmh… Bueno, está bien; te dejo. Pero por esta vez, eh…
—¿Y si lo quiero visitar de nuevo?
—Me tenés que volver a preguntar.
—Bueno.
—Ya que estás, sumate a nuestro debate. ¿Para vos qué es mejor, el inglés o el francés?
—¿Mejor para qué?
—Para hablarlo, tonto. ¿Para qué va a ser?
—Ah… Yo prefiero hablar el castellano.
—¡Pero el debate es entre el inglés y el francés! ¡Qué tipo, eh! Mirá que si empezás así, no vas a poder visitar a tu amigo…
—¡Pero si ya me dejaste!
—¡Me puedo arrepentir!
—¡No vale!
—Ah, no sé… Es mi territorio y yo pongo las reglas.
—Bueno, explicame de nuevo.
—El tema empezó porque yo le estaba contando a Marina que a mi hermana, que va a la mañana, le dan francés. Yo dije: «Qué suerte que tiene…», y ahí empezó el debate. —Me encantaba cómo movía las manos al hablar—. Marina dice que es mejor el inglés porque ella piensa… Decile vos, Marina.
—Porque se habla en todo el mundo. Es como el idioma universal. Sabiendo inglés podés viajar a cualquier parte, que alguien que hable inglés vas a encontrar. En cambio el francés… lo hablan los franceses y la hermana de esta.
—¡Qué maaala, che! —dijo Lezcano y le pegó en broma—. ¡Además, para que sepas, hay otros lugares donde se habla francés! En la Guayana Francesa, en Canadá… Y el francés es mejor porque es más lindo. Es… no sé… como sensual… En cambio, el inglés es un idioma frío.
—¿Pero en qué idioma cantan todos los cantantes que escuchás? —le preguntó Domínguez.
—En inglés, pero no tiene nada que ver. Si Bon Jovi cantara en francés, me gustaría más. ¿A vos qué te parece, Miguel?
—A mí me da igual porque sé hablar los dos.
—¿En serio? ¿Sabés hablar francés?
—Sí.
—¿A ver?
—¿Qué querés que te diga?
—No sé… Lo que quieras…
—A ver… Paté de fua.
Se rió.
—¡Qué tonto! ¡Y yo que te creí!
—¿Paté de fua es o no es francés?
Se mordió el labio inferior y tuve ganas de morderlo yo también.
—Y sé más, eh… Omelet, por ejemplo. Así que si viajo a Francia, de hambre no me voy a morir.
Se rieron.
—Llego al restorán. Fijate, eh… Restorán: francés. Lo llamo al mozo: «¡Eh! ¡Garcón!»…
Se rieron.
—… y le pido un omelet con paté de fua. O si no: purechef.
Se rieron.
—Qué tonto…
—Para beber: champán. O si no: eau.
—¿Eh?
—¡Eau! ¿No te enseñó tu hermana lo que es eau? ¡Agua! Como en eau de toilete… ¿Ves? También le puedo preguntar al garcón dónde queda el baño.
Se rieron.
—Y de postre: mus de chocolaté.
—Qué pavo que sos, eh…
Llegamos a Roca y cuando la voy a saludar a Domínguez, me dice:
—No, la que dobla acá es Roxana.
¡La puta madre! ¡Era al revés!
—Bueno, Miguel… Hasta mañana. Muy linda la charla. No te prometo nada, pero creo que la próxima te dejo que visites a tu amigo.
—Gracias.
Con Domínguez prácticamente no hablamos el resto del camino.
¡Qué pelotudo que soy! ¡Ahora la cagué! No me puedo inventar otro amigo que viva por Roca… Qué bajón, loco… Bueno, por lo menos tengo una excusa para acompañarla otras veces. Qué tarado que soy… Igual seguro que no me animaba a decirle nada. Si soy un maricón…
—¿Cómo te fue en la prueba de inglés?
—Bien.
Cuando me hablaba no sabía a qué ojo mirarla.
—Era difícil, ¿no?
—Sí.
—Igual, si sabés tanto inglés como francés, para vos es una papa…
Me reí sin ganas.