—El otro día vi Bitlidius.
—¿Qué?
—Bitlidius.
—¿Eh?
Dudó.
—Bitlidius…
Ya me estaba poniendo nervioso.
—No te entiendo, Cristian. ¿De qué me estás hablando?
—Una película… de un fantasma… que está en una casa y que viene una pareja…
—Ah, ya sé… Beetlejuice.
—¡Eso! ¡Bitlidius!
Pensé: ¿Dónde está la d, hijo de puta?, pero le dije:
—¿Y? ¿Te gustó?
—¡Me encantó! ¡Está bárbara! Tiene unos efectos especiales re-copados… ¿La viste?
—Sí.
—¿No sabés cómo se llama el tema ese que cantan cuando están poseídos? Sabés qué parte te digo, ¿no? Una muy cómica, que todos se ponen a bailar alrededor de la mesa…
—Sí, me acuerdo, pero no sé cómo se llama el tema.
—¿Y dónde se podrá conseguir?
—Qué sé yo… En una disquería…
—¿Pero cómo lo pido si no sé cómo se llama?
—Preguntá por la banda de sonido de la película.
Me lo imaginé yendo disquería por disquería, preguntando: «¿Tiene la música de Bitlidius?», y casi me le río en la cara.
—Ya pregunté, pero no la encontré por ningún lado.
—Entonces no sé…
—¿Y no se conseguirá el tema aparte? Porque a mí me parece que es anterior a la película; creo que yo ya lo había escuchado…
—Preguntale a la de música.
Lo dije en broma. Él lo tomó en serio.
—Lo pensé, pero no va a entender de qué le estoy hablando…
—¿La película la alquilaste?
—Sí.
—Y bueno: fijate en los títulos. Ahí aparecen los nombres de los temas musicales.
—Me fijé, pero no entendí nada…
—Si querés te ayudo. Poné la película y nos fijamos.
—No, ya la devolví… Y no me da para alquilarla de nuevo nada más que para eso.
—Entonces no sé qué decirte, Cristian. Andá a la disquería y cantáselo al vendedor…
Se rió.
—¿Te imaginás? Entro al negocio y le digo: «Señor, ¿no tiene el tema ese que dice: ¡Eeeo! ¡E-e-e-e-o! Ilaicomaniguangougon?». Y me le pongo a bailar como en la película. —Lo hizo—. Cariti, cariti, cariti banaana… Ilaicongainiguaigougom.
Sonó el timbre y fue a atender. Todavía se reía.
—¿Estás loco? —preguntó Angeleri cuando entró—. ¿Cómo vas a abrir sin preguntar quién es?
—Sabía que… Sabía que… eras vos… Ilaicongainiguangougou.
—¿Qué cantás?
Maidana se agarraba el estómago y se apoyaba con el hombro en la pared.
—¿Qué canta? —me preguntó Angeleri—. ¿De qué se ríe?
—Un tema de la película Beetlejuice —respondí.
—Ah, además de la radio escuchás música de películas… —dijo Angeleri—. Tenés un criterio bárbaro, eh… Acá te traje algo para que aprendas.
Mostró unos cassettes.
Maidana ya había recuperado el aliento.
—¿Qué es? —preguntó.
—The Police, Depeche Mode y Soda Stereo.
—Ah… El único que conozco es Soda Stereo. —Se entró a cagar de la risa otra vez—. Lo escuché… en la radio.
Yo también me reí.
—Qué vivo que sos, eh… —dijo Angeleri—. Pero este cassette seguro que no lo conocés porque tiene temas que en la radio no los pasan.
—Che, ¿ustedes comieron? —nos preguntó Maidana.
—Yo sí —respondí.
Mentira. Cuando salí de casa mi vieja recién empezaba a cocinar, pero me daba vergüenza decirle que no.
—Yo también —dijo Angeleri.
—Qué macana, che… Como pensé que iban a venir sin comer, hice unas empanadas. Tendría que haberles avisado… ¿No las quieren probar? Miren que las hice con una receta que me enseñó mí tía y están re-ricas…
Después comprobé que era cierto.
Con Angeleri nos miramos como esperando a ver qué decía el otro.
—Ma sí… Yo las caliento y si las quieren probar, las prueban. No les tendría que haber preguntado. Mi tía dice que no hay que preguntar, que hay que servir directamente, porque si no a los invitados les puede dar vergüenza aceptar.
Bendije a la tía porque tenía un hambre bárbara.
—Si querés, Nicolás, poné uno de los cassettes que trajiste mientras pongo a calentar la comida.
—Bueno… ¿Dónde tenés el equipo?
—Encima de la repisa hay un grabador.
Me agarraron ganas de mear.
—¿Puedo pasar al baño, Cristian?
—¡Pero, che!… Pasá sin preguntar…
Desde el baño lo escuché a Angeleri.
—Che, ¿y tu viejo?
—Laburando.
—¿Trabaja los sábados también?
—Y a veces los domingos.
—¿Y tu vieja dónde vive?
—Mi mamá falleció.
Angeleri tardó unos segundos en hablar.
—Lo siento… Pensé que tus viejos estaban separados.
Lo siento le batió. Estuve a punto de reírme. Me pude contener, pero meé un poco el piso.
—Todo bien, boludo…
Me imaginé la cara de Angeleri. Qué aparato… Maidana nunca hablaba de la madre; yo ya sospechaba que estaba muerta.
Me la sacudí.
—Che, está bueno esto… —dijo Maidana—. ¿Este cuál es?
—Depeche Mode.
—¿Y el disco cómo se llama?
—Es una compilación que hice yo. Hay temas de varios discos.
—¿No me lo prestás después?
—Lo grabé para vos, boludo… Los tres…
—¿En serio? ¡Gracias! ¿Cuánto te salieron los cassettes?
—No importa, boludo… Es un regalo…
Me senté. Desde donde estaba, podía ver la repisa. Descubrí por qué Angeleri había preguntado por los padres de Maidana. Al lado del grabador había una foto en la que se veía a un Maidana de unos dos años junto a su papá y su mamá. Parecía un monito colgado del cuello de ella. Se mataba de la risa.
—Voy a ver cómo están las empanadas.
Desde el living lo escuchamos reírse.
—Cariti, cariti, cariti empanaada… Ilaicongainiguaigongou.
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