domingo, 28 de agosto de 2011

41



     —Volvemos a las catacumbas —dijo—. Pipo y Ralphie caminan y caminan hacia el norte hasta que encuentran la salida. Y cuando salen, unos aborígenes los atrapan y los llevan con la bruja. Ellos piensan que van a morir, pero la bruja tiene otros planes. Quiere hacer un pacto. Les dice que si la ayudan a vencer a Sorgoth, ella los va a dejar tranquilos. A ellos y a sus amigos.
     »“¡No haremos pactos con Satanás!”, le dice Ralphie, porque él es muy religioso.
     »“No tienen alternativa. A menos que prefieran sucumbir ante el poder de los Antiguos.”
     »“¡Esta es nuestra alternativa!”, dice Ralphie mostrando una cruz que tiene colgada.
     »Entonces la bruja se entra a cagar de la risa.
     »“¿Aún crees en Dios?”
     »“¿Qué debemos hacer?”, pregunta Pipo.
     »Ralphie lo mira como diciendo: “¿Te volviste loco?”.
     »“Deben clavarle esta daga. Eso lo enviará de vuelta al Vacío Intemporal.”
     »“¿Pero cómo haremos para llegar hasta él? Tendremos que enfrentarnos con el dueño y sus hijos…”
     »“Un guerrero los escoltará”, dice la bruja.
     »Ellos piensan que va a ser un aborigen, pero no: es Jack resucitado.
  Me hizo una seña.
     —Mientras tanto —dije—, en la casa, el hombre rata está buscando una virgen para Sorgoth. Busca a la chica medio linda pero con anteojos. ¿Te acordás que íbamos a poner una?
  —Sí.
  —Bueno, esta chica se llama Conchita.
  Se rió.
  —Conchita virgen… —dijo.
  Sonreí.
     —El hombre rata entra a una habitación y la encuentra. Pero Conchita ya no es virgen… Se la está violando el mogólico. «¡¿Qué estás haciendo, idiota?! ¡Lo has arruinado todo!», grita el hombre rata. Pero el mogólico ni lo escucha, se sigue garchando a la mina. Entonces el hombre rata se re-calienta y los ensarta a los dos juntos con una lanza que encuentra en el piso.
  Se rió.
  —La típica…
     —Después va con el padre y le cuenta lo que pasó. «No te preocupes, hijo mío; todavía queda una virgen. Sorgoth la percibe.»
  —¡Susan!
  Asentí con aire misterioso.
     —Pero antes de ir a buscarla, lo torturan a Carlitos —dije—. Y a Sorgoth le crece el ojo. —Le hice una seña—. Vos.
     —Pobre Carlitos… —dijo—. Se había salvado y lo volvimos a atrapar… —Sonreí—. Yo sigo con Pipo y Ralphie. Están volviendo para la casa acompañados por Jack. Ellos lo miran. No pueden creer que esté muerto. «Jack…», le dice Pipo. Pero Jack no le contesta. Ni siquiera lo mira. «No pierdas tu tiempo», dice Ralphie. «Tan sólo es una marioneta. Una marioneta de Satanás.» Entonces escuchan una voz. «¿Han regresado por mí, amigos?» Se dan vuelta… y ven el torso de Poroto enganchado a uno de esos tractores que se usan para cortar el pasto. Como si fuera unn… centauro. ¿Centauros se llaman los que son mitad hombre, mitad caballo?
  —Sí, centauros.
     —Bueno, uno de esos. «¿Les gusta mi nueva silla de ruedas?», les pregunta con cara diabólica, y empieza a avanzar hacia ellos. Pero entonces se adelanta Jack, que tiene una motosierra.
  —¿De dónde la sacó? ¿Se la dio la bruja?
     —No, la agarró de un galpón que hay adelante de la casa. Poroto se caga de la risa. —Lo imitó—. «¡Esto será divertido!» Jack lo lastima un poco con la motosierra, pero él lo hace mierda con las cuchillas del tractor. Entonces Pipo y Ralphie empiezan a correr. Saltan una cerca y Pipo entra a la casa, pero Ralphie frena de golpe porque escucha que Poroto lo llama. «¡Ayúdame, Ralphie! ¡Este dolor es un infierno!» Ralphie no sabe qué hacer. Duda porque la voz ya no es diabólica. Entonces decide ayudar a Poroto. Salta la cerca de nuevo… y cae justo encima de las cuchillas del tractor. «¿Aún crees en Dios?»
  Imitó la risa de Poroto y me hizo una seña para que siguiera.
     —Pipo llega a la casa justo cuando el dueño la está por meter a Susan en el sótano —dije—. La está obligando a bajar la escalera apuntándole con la escopeta. Pipo tiene un hacha; la agarró del galpón cuando Jack agarró la motosierra. Con el hacha le parte la cabeza al dueño.
  —¡Esa, Pipo!
  —«¡Pipo!», grita Susan, y lo abraza llorando.
  Maidana imitó el llanto.
  —«Pensé que habías muerto, Pipo…» —dijo.
     —«No llores, nena; ya estoy aquí para protegerte.» Entonces Susan se tranquiliza y Pipo le explica lo de la daga y lo del pacto con la bruja. «Deja que te acompañe, Pipo…» «De ninguna manera, Susan. Tú debes quedarte aquí.» «¡No! ¡No quiero dejarte solo!», dice Susan, y se pone a llorar de nuevo. Pipo no quiere que vaya porque tiene miedo de morir, pero le mete una excusa para que ella le haga caso. «Susan, tú debes cubrirme. Debes quedarte aquí con la escopeta. Si bajamos los dos, correremos el riesgo de que alguno de los hijos del dueño nos ataque por la espalda.»
  —O la esposa. La enfermera.
  —«O la esposa. La enfermera» —repetí.
  Maidana se rió. Yo me tenté pero pude proseguir.
     —Entonces Susan acepta. «Tienes razón, Pipo. Me quedaré.» Pipo baja… empuja el ladrillo… y entra a la sala de tortura. Lo primero que ve es a Carlitos en el potro, todo hecho mierda. Y detrás del potro lo ve a Sorgoth, en el mismo rincón de siempre. Lo ve más grande y le ve la boca; pero el ojo no, porque lo tiene cerrado. Entonces se va acercando lentamente… Y cuando está a punto de clavarle la daga… Sorgoth abre el ojo… —Maidana parecía fascinado—. Pipo no puede dejar de mirarlo. Abre la mano y deja caer la daga. Y después… pega la vuelta… Susan lo ve salir del sótano con la mirada perdida. «¡Pipo! ¡¿Estás bien?!», le pregunta, y Pipo la abraza. Entonces ella se piensa que Pipo acabó con Sorgoth y que no habla porque está medio shockeado. Y se pone a llorar de alegría.
  Maidana hizo un sonido raro y me cagué de la risa.
  —¡¿Qué es eso?! —pregunté.
  Él también se rió.
  —¡Un llanto de alegría! —dijo.
  —¡Parecés un caballo, hijo de puta!
     —Y bueno… Qué sé yo cómo es un llanto de alegría… Yo cuando estoy alegre no lloro…
  Cuando recuperamos el aliento, proseguí.
     —Ay, qué hijo de puta… Bueno, entonces se pone a llorar de alegría. —Estuvimos a punto de reírnos pero nos pudimos contener—. Pero de repente… la alegría se le corta… —Lo miré con aire misterioso—. Porque Pipo la empieza a arrastrar para el lado del sótano…
     Le hice una seña.
     —Uh, a ver… —dijo—. Dejame pensar… Pipo la alza y empieza a bajar las escaleras.
     —Uy, boludo, nos olvidamos de que tenía el brazo partido…
     —Cierto… Bueno, el hacha la pudo agarrar con una sola mano. Y a Susan la agarra con las dos porque está poseído. No siente dolor.
  —Bueno, dale.
     —«¡Pipo! ¡Pipo! ¡¿Qué sucede?! ¡¿No me reconoces?! ¡Soy yo: Susan!» Pero Pipo sigue bajando la escalera… Entonces a Susan se le ocurre una idea. «¿No recuerdas nuestra canción, Pipo?» Y se la pone a cantar. «Tú sabes que yo estaré allí… para estar contigo… Tú sabes que yo estaré allí… para estar contigo…»
  No pude aguantar más y me maté de la risa.
  —¡¿Qué canción es esa?! —pregunté.
  Él también se rió.
  —¡Ninguna! —dijo—. ¡La estoy inventando, boludo!
  Ya me dolía la panza.
  —¡No puedo respirar, hijo de puta!
  Cuando recuperamos el aliento, prosiguió.
     —Aahh… Entonces sigue cantando así. Y al principio no pasa nada. Pero después Pipo empieza a repetir algunas palabras sueltas. Y cuando termina de bajar la escalera, se queda quieto y se pone a cantar con ella.
  Lo interrumpí.
     —¡Entonces aparece el hombre rata y le clava una guadaña en el cuello!
     Maidana se rió. Proseguí.
     —«¡Pipo!», grita Susan desesperada, y el hombre rata la empieza a arrastrar hacia la sala de tortura. «¡Suéltame, maldito! ¡Suéltame!» «¡Papá ha muerto, pero yo terminaré lo que él ha comenzado!» Entonces a Susan se le ocurre otra idea. La segunda de la noche. «¿Tienes una virgen entre tus brazos y vas a desperdiciarla de este modo?» «¿De qué estás hablando, nena?» «¡De esto!», dice Susan y le muestra las tetas. Entonces el hombre rata duda. Deja de caminar y le empieza a tocar las tetas. Después la tira al suelo y se las empieza a chupar. Susan tiene ganas de llorar pero se las aguanta y, con mucho cuidado, estira la mano para agarrar un…
     Me interrumpió.
     —¡Pero en ese momento un disparo le vuela la cabeza al hombre rata!
     Me reí. Prosiguió.
     —¡Porque Pipo no estaba muerto! Lentamente se había arrastrado hasta la escopeta del dueño y…
  —Pero si la escopeta estaba arriba… —dije.
     —¡No! —dijo—. ¡Porque sin querer Pipo la pateó cuando estaba poseído y cayó por la escalera! —Me reí—. «¡Pipo!» Susan va corriendo hasta él. «¡Pipo! ¡Pipo!» —Imitó una respiración entrecortada—. «Susan… eres la única sobreviviente…» Susan se pone a llorar. «No digas eso… Tú estarás bien…» Y le acaricia la cabeza.
  —Boludo, nos olvidamos de Peter…
  —¿Eh?
  —Que nos olvidamos de Peter; Susan no es la única sobreviviente.
  —Tenés razón… —dijo—. Peter… El que se reía… ¿No falta ninguno más?
  —No sé… Hacé una cosa: pará un cacho la grabación y hacemos una lista.
  —Dale.
  La hicimos y era el único que faltaba.
  —¿Entonces qué hacemos con Peter? —pregunté.
     —Vos dejamelo a mí —dijo Maidana, y reanudó la grabación—. Volvamos a la parte en la que el dueño saca al monstruo del sótano. La madre y el hijo salen corriendo. Y detrás de ellos sale Peter. Pero cuando se encuentra con los enanos, dobla para el otro lado. Sigue corriendo y de repente se tropieza. Y cuando cae al suelo, la cara le queda delante de unos zapatos. Mira para arriba y a que no sabés lo que encuentra…
  —¿Qué?
     —Unas piernas… Nada más… Peter se pone a temblar. No puede creer lo que ve. Y entonces de atrás de las piernas sale la cabeza de Ramón y le dice: «¿Es esto lo que buscas, amigo?». —Imitó los gritos de Peter—. «¿Qué sucede, Peter? ¿Esto no te causa risa?» Y le empieza a hacer muecas. —Las hizo—. «Si esto no te la causa, tengo algo que sí lo hará», le dice, y en ese momento los brazos de Ramón se descuelgan de un árbol y caen encima de Peter. Peter se desespera. Las manos de Ramón lo empiezan a ahorcar. Tienen una fuerza sobrehumana. Peter se las trata de arrancar y no puede. Entonces agarra su navaja y empieza a acuchillarlas, pero está tan descontrolado que también se la clava en el cuello… Y mientras tanto, la cabeza de Ramón se ríe… —La imitó—. Ahora volvemos con Pipo y Susan. «Tú eres la única sobreviviente… Debes acabar con ese demonio… Y por nada del mundo… mires su ojo…» Y después de decir eso… Pipo muere. Susan se queda un rato con él, llorando desconsoladamente. Después se levanta, se seca las lágrimas y entra a la sala de tortura… Lentamente se acerca a Sorgoth, mirando para otro lado, encuentra la daga y…
  —Ojo que Sorgoth se la va a tratar de comer… —dije.
     —Ya sé… —dijo—. Y ella también lo sabe. Es parte de su plan… Cuando Sorgoth la agarra, se deja arrastrar. Y cuando se la está por comer… ¡le clava la daga en el ojo! Entonces se escucha un grito monstruoso y Sorgoth se achica hasta que desaparece. Y Susan queda arrodillada en el piso, como shockeada. ¿La terminamos así?
     —No —dije—, falta el final final. Susan se levanta y empieza a caminar, así shockeada como decís vos. Sale de la sala de tortura y pasa por al lado del cadáver de Pipo, pero ni lo mira. Después sube la escalera, pasa por arriba del cuerpo del dueño y sale de la casa. Sigue caminando y se cruza con otros cadáveres. El de Ralphie, todo destrozado. El de Poroto, enganchado al tractor. El de Jack. Más adelante el de Peter. Y finalmente llega a la casa de la bruja. Ahí la encuentra, con algunos aborígenes, adorando a la cabeza de cabra. Están postrados y hacen los movimientos que vos decías: levantan el torso con los brazos en alto y lo vuelven a bajar. Susan se deja caer al lado de uno de ellos. Después, lentamente, gira la cabeza y mira a la cámara. Y ahí vemos que tiene los ojos rojos… Entonces mira de nuevo para adelante y se pone a hacer los mismos movimientos que los otros… Y ahí: títulos.
     —¡Qué finaaal! —dijo Maidana y aplaudió—. Y mientras pasan los títulos, van apareciendo imágenes de los personajes. En las escenas más importantes que tuvieron. Por ejemplo… —Hizo como que nadaba y se quedó quieto como si lo hubiesen puesto en pausa—. ¡Pipo!
  Nos reímos.
     Después seguimos con el resto. Algunos los hizo él y otros los hice yo. Nos matamos de la risa.
  —Che, el lunes te llevo un cassette al colegio para que me lo grabes —le dije.
     —Dale… Quedó bárbara la historia… Me encantó lo de los Antiguos. ¿Lo inventaste vos?
     —Más o menos; algunas cosas las saqué de un libro. El lunes te lo llevo para que lo leas.
  —Bueno…
     Levantamos la mesa y nos fuimos a acostar. Maidana tiró un colchón en la pieza del padre porque era más grande que la suya. Su idea era que yo durmiera en la cama, pero al final logré convencerlo de que la usara él. Una vez acostados, inventamos dos historias más: otra de terror y una de duendes. No las pudimos grabar porque Maidana no tenía más cassettes.
     —El virgen era para Sorgoth —le dije, y se rió.
     Cuando terminamos, apagó la luz y nos dispusimos a dormir. Pero después de unos minutos me llamó.
     —Miguel…
  —¿Qué?
  —Gracias por venir… La pasé re-bien…
  Tardé unos segundos en contestarle.
     —Gracias a vos, Cristian…

martes, 23 de agosto de 2011

40


     —Bueno… —dijo—. Voy a empezar con los que salieron de la casa. Son la madre y el hijo. Como la madre tiene las piernas más largas, corre más rápido y enseguida el hijo la pierde de vista. «¡Mami! ¡Mami!», le grita, y se mete dentro del bosque. Y ahí se encuentra con unos enanos.
     Lo miré con extrañeza.
     —¿Unos enanos?
     —Sí. Son enanos de jardín. Estaban en la entrada del hotel, pero ahora la bruja les dio vida.
     Me reí. Maidana se tentó pero pudo proseguir.
     —El pibe los ve y se va corriendo para otro lado.
     »“¡Mami! ¡Mami!”
     »“Hijo mío…”, escucha de repente.
     »Entonces frena de golpe y, cuando se da vuelta, la ve a la madre. Está parada al lado de un árbol, sonriendo con cara diabólica.
     »“Ven conmigo, hijo mío…”, le dice, pero el pibe se da cuenta de que pasa algo raro.      
     »“¡Tu no eres mi madre!”
     »“Sí lo soy, hijo mío…”, dice la madre y se empieza a levantar el vestido… para mostrarle un agujero enorme por el que le salen las tripas… “Vuelve a mi vientre, hijo mío…”
     »El pibe sale corriendo desesperado y la madre lo persigue con las tripas en la mano.   
     »“¿Por qué me rechazas, hijo mío?”
     »Y siguen corriendo hasta que llegan al lago. Entonces el pibe se tira al agua y empieza a nadar, pero de repente… algo lo agarra del pie y lo arrastra hacia el fondo… Lo último que ve es la cara de Charlie, que le sonríe diabólicamente…
     Me hizo una seña para que siguiera.
     —Ahora estamos en la casa —dije—. Con el dueño del hotel quedaron tres: Pipo, Carlitos… y Poroto.
     Se rió.
     —Poroto… Qué hijo de puta…
     —«Les presento a mis hijos», dice el dueño, y del sótano salen dos tipos. Uno es un mogólico enorme con la cara deformada. Está vestido con una especie de pañal. El otro es bien flaco y con cara de rata. En realidad es una mezcla: tiene cosas de rata y cosas de humano.
     —¿Ellos son los Antiguos?
     —No. Ahora vas a ver… Los pibes intentan escapar, pero los tipos los atrapan. Al que agarran más fácil es a Poroto, porque es discapacitado. Anda en silla de ruedas. Los atrapan y los llevan al sótano. Ahí el dueño empuja un ladrillo, una pared se corre y los hacen pasar a otra habitación. Es una sala de tortura. A Pipo y a Carlitos los atan y los cuelgan cabeza abajo de unos ganchos que hay en el techo. A Poroto lo ponen en el potro. Sabés lo que es, ¿no?
     —Sí, el aparato ese que se usa para estirar los brazos y las piernas…
     Asentí con la cabeza.
     —Ese —dije—. Después el dueño se pone una túnica y se arrodilla delante de una cosa rara que hay en un rincón. Parece una bola de plastilina gigante. «¡Oh, Sorgoth, Señor de los Antiguos! ¡Hemos traído tu alimento!», dice, y empieza a recitar unas palabras extrañas. Entonces el hombre rata le estira los miembros a Poroto. «¡Maldito bastardo!», grita Pipo. El hombre rata se caga de la risa. Después de estirarle los miembros, le hace de todo: le arranca la lengua, le quema los ojos, le saca los intestinos… Y mientras le hace todo eso, la bola empieza a crecer… Y le empiezan a salir unos tentáculos… La bola esa es Sorgoth, el Señor de los Antiguos. Los Antiguos son unos dioses que existen desde tiempos inmemoriales. Antes dominaban el universo, pero fueron atrapados en otra dimensión.
     —¿Quién los atrapó?
     —Ya vas a ver… Estos tipos adoran a los Antiguos y saben un ritual para hacerlos regresar. Un ritual que se ha venido transmitiendo en su familia de padres a hijos durante siglos, pero que nunca habían podido realizar porque era necesario que los astros estuvieran en determinada posición. Los pibes tuvieron la desgracia de caer en la isla justo en el momento indicado.
     —Qué mala suerte…
     —Este Sorgoth se alimenta de dolor. Absorbiéndolo gana fuerzas para recuperar su forma material. Y si la recupera, puede abrir un portal para que pasen los demás. Pero con torturar a uno solo no alcanza. Por eso los tienen colgados a los otros: para torturarlos después… El hombre rata termina de torturar a Poroto y el cuerpo de Sorgoth empieza a latir. Y después escuchan una voz. No la escuchan con sus oídos; la escuchan dentro de sus cabezas… Todos, pero el único que parece comprenderla es el dueño. «Debemos buscar a la virgen», le dice a sus hijos, y los tres salen de la sala. —Le hice una seña—. Vos.
     Pensó.
     —Entonces quedan los tres solos —dijo—. Poroto está hecho mierda, pero todavía se mueve… Un poquito nomás: abre y cierra la boca como queriendo hablar. Carlitos y Pipo lo miran y lloran. Tienen la frente llena de lágrimas.
     —¿La frente? —pregunté.
     —Sí… Porque están cabeza abajo, boludo…
     Me reí.
     —Qué boludo…
     Él se rió también. Después prosiguió.
     —«Tenemos que salir de aquí», dice Pipo. «¿Pero cómo?», le pregunta Carlitos. «Intentaré desatarme con los dientes.»
     Me reí.
     —¡Cualquiera!… —dije—. ¡Si tienen las manos atadas a la espalda!…
     —Sí, pero puede desatarse los pies…
     —¿Con los dientes?
     —Sí. No te olvides que es un gran deportista. Dobla las rodillas, hace fuerza con el abdomen y listo… Es como el profesor de gimnasia, Pipo. Hasta puede chuparse la pija.
     Nos cagamos de la risa.
     —¿Entonces logra desatarse? —pregunté.
     —Sí, lo logra.
     —Mirá que está alto…
     —Ya sé —dijo—. Por eso cuando cae se parte un brazo.
     »“Oh, maldición… Creo que me he partido un brazo…”, dice.
     »Las sogas de las manos se las corta con una máquina de tortura que tiene como unos cuchillos. Después lo desata a Carlitos y los dos se acercan a Poroto.
     »“¿Me escuchas, Poroto?”, le pregunta Pipo. “Si me escuchas, mueve la cabeza.”
     »Pero Poroto se queda quieto. Entonces le sueltan las manos. Y cuando se las sueltan, las empieza a mover. Despacito. —Imitó el movimiento—. Se quiere tocar la panza; pero ellos no lo dejan, porque tiene todas las entrañas al aire.
     »“Debemos sacarlo de aquí”, dice Carlitos.
     »“¿Pero cómo?”, dice Pipo.
     El grabador se detuvo; el primer lado del cassette se había terminado.
     —Uh, a ver… —dijo—. Perá…
  Dio vuelta el cassette y prosiguió.
     —«Debemos sacarlo de aquí.»
     »“¿Pero cómo?”
     »“Usaremos las cuerdas para atarlo a mi espalda.”
     »Entonces Pipo lo agarra del brazo y se lo lleva para un costado.
     »“Carlitos… no creo que sobreviva…”
     »“¡Maldita sea! ¡Al menos debemos intentarlo!”
     »“Está bien, tómalo con calma… Lo intentaremos…”
     »Pipo no puede hacer mucho porque tiene el brazo lastimado. Así que nada más ayuda a desatarle los pies. Después Carlitos, con mucho cuidado, lo agarra de abajo de los brazos. Pero cuando trata de levantarlo… Poroto se parte al medio…
     Me cagué de la risa.
     —¡Qué hijo de puta! —dije—. ¡Mirá lo que le hiciste!
  Él también se rió.
     —¡Yo no se lo hice! ¡Se lo hizo el hombre rata!
  Tardamos bastante en recuperar el aliento. Después prosiguió.
     —Carlitos se pone a gritar y, de la impresión, Poroto se le cae al piso. La parte de arriba; la de abajo queda en el potro. —Nos reímos—. Pipo grita también y después los dos se ponen a llorar. Cuando se tranquilizan un poco, tratan de salir; pero se dan cuenta de que el dueño cerró el pasadizo secreto. Seguí vos.
     Pensé.
     —Entonces buscan por todas partes algo que active el mecanismo —dije—. Y encuentran unos bloques de piedra sueltos. Los empujan pensando que se va a abrir el pasadizo, pero, en vez de eso, los bloques se caen para atrás y descubren la entrada a unas catacumbas.
  —Che, boludo, se me re-pasó… —dijo—. ¿Sorgoth no los detiene?
     —No puede porque está como dormido. No percibe lo que pasa alrededor. Lo único que capta, por ahora, es cuando le torturan a alguien cerca y los pensamientos del dueño.
  —Pero cuando torturen a otras personas va a empezar a percibir, ¿no?
  —Claro.
  —¿Y la virgen para qué la necesitan?
  —Ya vas a ver… —dije—. No seas impaciente…
  Sonrió.
     —Entonces entran a las catacumbas —proseguí—. Para iluminar el camino agarran unas antorchas que había en la sala de tortura. Después de avanzar un rato, descubren unos dibujos en las paredes. Parecen muy antiguos. Las imágenes representan seres extraños. Algunos parecen animales acuáticos pero mucho más espantosos.
  —Como esos peces que viven en las profundidades —dijo—. ¿Nunca los viste?
     —Sí. Más o menos así son estos seres. «Mira eso…», dice Carlitos. Pipo mira lo que está señalando. Es un dibujo de Sorgoth. Lo reconocen por los tentáculos, pero no está igual a como ellos lo vieron. En la imagen tiene un ojo enorme y una boca vertical.
  —Qué loco…
     —«Es esa maldita cosa…»
     »“¿Qué demonios será?”
     »“Su nombre es Sorgoth”, dice una voz a sus espaldas.
     »Los pibes se pegan un cagazo bárbaro. Se dan vuelta y encuentran a un viejo vestido con una túnica roja.
     »“¿Quién es usted?”, le pregunta Pipo.
     »El viejo no le contesta enseguida. Primero se lo queda mirando fijo, con la boca abierta. Y después de un rato le dice: “Mi nombre no importa, no os diría nada. No soy más que un extranjero en esta tierra. Perdido por haber osado enfrentar a fuerzas más poderosas de lo que hubiese podido imaginar. E infinitamente más peligrosas…”
     »“¿Está usted hablando de los Antiguos?”
     »El viejo asiente con la cabeza, lentamente.
     »“¿Y qué más puede decirnos sobre ellos?”
     »“No mucho, pero con eso bastará. Estas deidades son más antiguas que vuestro universo. Más antiguas que aquel del que provengo, incluso. Antaño su poder no conocía límites. Dominaban todo lo conocido… y lo desconocido… Pero entonces fueron traicionados por uno de los suyos, irónicamente el más débil. Su falta de fuerza era compensada por una astucia terrible. Valiéndose de engaños, logró arrojar a sus hermanos por las Puertas de la Noche al Vacío Intemporal. Y allí hubieran permanecido por la eternidad, de no ser por esos dementes que ahora pretenden ayudarlos a regresar.”
     »“¿Y aquel que los expulsó al Vacío no puede hacerlo nuevamente?”
     »“Ellos estarán alerta. No será fácil engañarlos una segunda vez.”
     »De repente Pipo sospecha algo.
     »“¿Cuál es el nombre de esa deidad?”
     »El viejo tarda en responderle.
     »“Uno de sus nombres es… Satanás.”
     »Cuando escucha esto, Carlitos estalla.
     »“¡Oh, Dios mío! ¡No tenemos escapatoria! ¡Estamos atrapados en el medio de una guerra entre demonios! ¡¿Qué haremos?! ¡Por Dios! ¡¿Qué haremos?!”
     »Entonces Pipo lo agarra de los hombros.
     »“Yo te diré lo que haremos, Carlitos. Comenzaremos por salir de este lugar y buscar a los otros. A los que aún permanezcan con vida. ¿Puede usted decirnos cómo salir de estas catacumbas?”
     »“Hacia el norte”, dice el viejo señalando.
     »Instintivamente, Carlitos y Pipo miran para ese lado. Y cuando se dan vuelta… el viejo ya no está.
  Le hice una seña para que siguiera.
  —¿Qué es? —me preguntó—. ¿Un mago?
  Asentí.
     —Yo voy a seguir con los pibes que se escaparon adentro de la casa —dijo—. Son unos cuantos, pero están separados porque se fueron corriendo para todos lados. Y como está todo oscuro, se terminaron perdiendo. ¿Cómo se llamaba el gordito de plata?
  —Rolo. Pero yo no dije que era gordito.
  —¿No?
  Negué con la cabeza.
     —Entonces me lo imaginé —dijo—. Bueno, hagamos que era gordito. Rolo yy… Ralphie están en la cocina, acurrucados en un rincón. No se animan ni a moverse. Y de repente… ven una luz. Alguien abrió la heladera…
  —Pero si no hay electricidad tampoco funciona la luz de la heladera…
     —Uh, cierto… Qué boludo… —Pensó—. En realidad, ya volvió la electricidad. La arregló el hombre rata. Pero la persona que abrió la heladera no se dio cuenta hasta ese momento: cuando abrió la heladera. Entonces enciende la luz y los ve… Y ellos la ven a ella… Es una vieja vestida de enfermera.
  —Como en el Maniac Mansion, boludo… —dije.
  —Sí. ¿Lo jugaste?
  —Claro…
  —¿Vos lo pudiste terminar?
  —Sí.
     —Yo me re-trabé —dijo—. Llamo a la policía para que se lleve al meteorito, pero después el tentáculo no me deja pasar.
  —Le tenés que mostrar la placa.
  —¿Qué placa? —me preguntó—. Aaah, la que se le cae al policía cuando aparece…
  —Esa.
     —Qué boludo… Cómo no se me ocurrió… Mañana lo instalo de nuevo y me fijo. Bueno… La vieja esta es la mujer del dueño, que también estaba escondida en el sótano. Cuando los ve a los pibes grita: «¡Intrusos! ¡Los llevaré a la sala de tortura y serán alimento de Sorgoth, el Señor de los Antiguos!». Entonces los agarra y se los lleva para el sótano.
  —¿Y por qué no se escapan? —pregunté—. Si es una vieja…
  —Sí, pero tiene una fuerza sobrehumana. No pueden con ella. Seguí vos.
     —Bueno… —dije—. Cuando llegan al sótano, se encuentran con los otros que vienen de buscar a la virgen, Carlota.
  —Aaah, claaro… Entonces el que los estaba espiando era el dueño…
     —No, el hombre rata, que anda entre las paredes. Entran a la sala de tortura y descubren que Pipo y Carlitos se escaparon. El dueño se ríe. —Imité la risa—. «No llegaran muy lejos…»
  —Los hijos también se ríen. —Los imitó—. «Es cierto, papi.»
     —A Rolo lo ponen en el potro —dije— y a Ralphie lo cuelgan del techo. «Creo que con estos bastará.» «¡¿Qué nos hará?! ¡Maldito!» «¡Esto!», dice el hombre rata y les muestra el torso de Poroto. Los pibes gritan horrorizados. —Maidana los imitó—. Después el dueño se arrodilla ante Sorgoth y se pone a recitar las palabras mientras el hombre rata lo tortura a Rolo. Y Sorgoth crece… y crece… Y se le abre una boca vertical, como la que tenía en el dibujo de las catacumbas. Y después escuchan la voz dentro de sus cabezas. «¡Aquí la tienes!», dice el dueño ofreciéndole a Carlota, que llora desesperadamente. Entonces Sorgoth abre su boca… y se la traga.
  Lo miré con aire misterioso.
  —¿Sigo yo? —me preguntó.
  Negué con la cabeza.
  —Pero después de un rato… la escupe.
  —¿Qué pasó? ¿No es virgen?
     —No. Y Sorgoth necesita una virgen para recuperar todo su poder. Entonces el dueño se re-calienta. «¡Maldita puta!»
  —Che, estaría bueno que estuviera Carlitos —dijo—. Así se da cuenta de que Carlota le mentía.
  —Y bueno —dije—, hagamos que estaba… Lo cambiamos por Ralphie y listo…
     —Dale. Entonces el que está con Pipo en las catacumbas es Ralphie y el que está colgado del techo es Carlitos. «¡¿Cómo que no eres virgen?!», le dice a Carlota.
     —Pero Carlota no le responde —dije—. Está tirada en el piso, toda llena de baba. «¡Eres una maldita mentirosa!», le dice el dueño. «¡Prostituta!» Y se le acerca con la escopeta.
  —«¡Déjala!», le grita Carlitos.
     —«¡¿Cuántas pijas habrás chupado en tu vida, maldita perra?! ¡¿Cuántas?! ¡Contesta!» Y le golpea la cara con el caño de la escopeta.
  —«¡Maldito!»
     —Entonces Carlota se pone a llorar —dije— y el dueño aprovecha para meterle el caño en la boca. «Esto será lo último que chupes…»
  —«¡Nooooo!»
  Golpeé la mesa con la palma de la mano. Maidana imitó el llanto de Carlitos.
  —«Eres un asesino…» —dijo.
  —«Veo que nos estamos conociendo, muchacho…»
  Imité la risa del dueño y le hice una seña a Maidana.

sábado, 13 de agosto de 2011

39


     »¿Te estás aburriendo?
     —Para nada… —dije.
     —No te preocupes que ahora la historia se pone movida… Los tres se despiden del resto y salen. El dueño les dijo dónde está el bote y cómo llegar a la comisaría más cercana. Jack y Charlie van armados. La tercera pistola se la dejaron a los de la casa.
     »“No usemos el camino; seríamos un blanco fácil”, dice Jack.
     »“Tienes razón”, le dice Pipo, y empiezan a caminar por el bosque.
     »“Si algo he aprendido en estos últimos años, muchacho… ha sido a esconderme.”
     »“Miren eso”, dice Charlie de repente.
     »En unos árboles hay unos dibujos diabólicos que parecen hechos con sangre.
     »“Esto no me gusta nada”, dice Jack.
     »Más adelante encuentran animales muertos. Algunos empalados, otros colgados de unas ramas… Se nota que fueron torturados porque tienen el cuerpo muy lastimado. Algunos tienen cosas clavadas en los ojos…
     »“¿Qué demonios es esto?”, dice Pipo.
     »Jack lo mira fijo.
     »“No hables de demonios, muchacho…”
     »Siguen caminando y, después de un rato, ven una cabaña medio escondida entre los árboles. Jack quiere ir para allá. Pipo lo agarra del brazo.
     »“¿Adónde vas?”
     »“A echar un vistazo. Quizás conozcamos a nuestro amigo, el de la lanza…”
     »Pipo se lo queda mirando.
     »“¿Qué sucede, muchacho? ¿Tienes miedo?… Déjame que te explique algo: esto que ves aquí es una pistola y es mejor que cualquier lanza. Es por eso que los vaqueros siempre ganan…”
     »Pipo no le contesta.
     »“Quédense aquí; volveré enseguida.”
     »“Iremos contigo”, le dice Pipo.
     »Cuando se van acercando a la cabaña escuchan algo raro, como si alguien estuviera cantando o rezando en un idioma extraño. Se esconden detrás de unos arbustos y de ahí ven a la persona que canta. Es una vieja gorda y negra que tiene puesto un vestido rojo. Al lado de ella hay dos aborígenes, también negros, que están vestidos con taparrabos. Tienen parte del cuerpo y de la cara pintados de blanco. Los tres están postrados, adorando a una cabeza de cabra que está clavada en un palo. Levantan el torso y los brazos, y los vuelven a bajar. Y mientras tanto la vieja reza.
     »“Inulainaiurdastraiendaianúuu…”
     Me reí.
     —¿Qué idioma es ese? —pregunté.
     Se rió.
     —Qué sé yo… —dijo—. Un idioma diabólico…
     —¿Cómo es?
     —«Ilunaidaiur…»
     Se tentó y no pudo seguir.
     —Qué hijo de puta… —dije.
     Tardamos bastante en recuperar el aliento.
     —¿Entonces? —pregunté.
     —La vieja está rezando.
     —¿Cómo reza?
     —No —dijo—, mejor no lo hago porque me voy a tentar de nuevo… La vieja está rezando en el idioma diabólico. Y ellos están escondidos mirando todo. Y de repente… —me miró con aire misterioso— la cabeza de cabra abre la boca y dice algo en el mismo idioma diabólico… Ellos no pueden creer lo que ven. La vieja escucha lo que le dice la cabeza y lentamente se da vuelta… —la imitó— hasta que queda mirando para donde están ellos. Entonces levanta la mano y los señala… «¡Rástaiu!» —Lo dijo tan de golpe que me sobresalté—. ¡Los aborígenes se levantan y ellos tres salen corriendo! ¡Corren y corren y corren, y los aborígenes están cada vez más cerca! —Se paró—. ¡Entonces Jack se da vuelta y apunta con su pistola, pero, antes de que pueda disparar, una lanza se le clava en el pecho y cae muerto en el suelo! ¡Charlie trata de agarrar la pistola de Jack porque la suya se le cayó, pero está trabada en la mano! —Hizo la mímica—. «¡Deja eso!» ¡Pipo lo agarra del brazo y siguen corriendo! —Corrió en el lugar—. ¡Corren y corren y corren, y llegan a donde está el bote! ¡Saltan al bote y Pipo corta la soga con un cuchillo! ¡Justo a tiempo porque los aborígenes llegan a la orilla y les tiran sus lanzas, pero ellos se agachan y siguen remando!
     Se sentó y me hizo una seña para que siguiera. Estaba agitado.
     Pensé.
     —Cuando ya se alejaron bastante, dejan de remar para descansar un poco —dije—. Los dos aborígenes y la vieja están parados en la orilla, mirándolos. «Dios mío… No puedo creer que esto nos esté sucediendo», dice Pipo. «Esa maldita cabeza estaba viva», dice Charlie. En eso ven que la vieja está haciendo unos movimientos raros con los brazos. Los sube… los baja… los sube… los baja… «¿Qué diablos hace?» «Nos está saludando», dice Pipo, y los dos se cagan de la risa.
     —Se ríen por los nervios, ¿no? —dijo.
     —Sí. Pero algo les corta la risa…
     Lo miré con aire misterioso.
     —¿Qué? —me preguntó.
     —De repente, sale un monstruo del agua y lo agarra a Charlie…
     —¿Cómo es?
     —Parece un lagarto gigante. Como un cocodrilo pero más feo. Lo agarra a Charlie con los dientes y lo arrastra fuera del bote. Y cuando lo arrastra, el bote se da vuelta. Pipo se hunde en el agua. Abre los ojos y lo ve al monstruo haciéndolo mierda a Charlie.
     —¿No trata de ayudarlo?
     —Primero piensa en hacerlo… Agarra el cuchillo y todo… Pero después se da cuenta de que es demasiado tarde. Lo único que puede hacer es intentar salvar su pellejo… Entonces se pone a nadar desesperado. Para la isla, porque le queda más cerca.
     —¿No lo están esperando los aborígenes y la bruja?
     —Sí, pero él agarra para otro lado. A unos metros de donde está la bruja con los aborígenes, hay unas rocas. Si él logra llegar al otro lado de esas rocas, tiene alguna posibilidad de salvarse. Para llegar ahí, los otros tienen que dar toda la vuelta y eso le daría tiempo para escaparse.
     —¿Y ellos no se dan cuenta de que está nadando para el otro lado?
     —No. Porque Pipo no es tonto… Primero agarra para donde están ellos. Y a último momento dobla. Cuando lo ven, empiezan a dar la vuelta; pero él llega antes y se pone a correr a toda velocidad.
     —¡Corre por tu vida, Pipo!
     —Lo aborígenes lo siguen de cerca —dije—, pero él está muy bien entrenado. Ha ganado muchas carreras en su vida… Tiene un montón de medallas… Cuando llega a la casa, se pone a golpear desesperadamente.
     »“¡Abran! ¡Abran! ¡Soy Pipo! ¡Vienen detrás de mí!”
     »El dueño le abre, lo deja pasar y, justo cuando cierra, una lanza se clava en la puerta… Al principio no le entienden un carajo porque está nervioso y cuenta todo mezclado. Les habla de los aborígenes, de la bruja, del monstruo, de la cabeza de cabra… Después se calma un poco y les explica bien lo que pasó.
     »“¿Usted no sabía que había otros habitantes en la isla?”, le pregunta Carlitos al dueño.
     »“Sí”, dice el dueño después de un rato.
     »“¡Maldita sea! ¡¿Por qué no nos dijo que había aborígenes cuando sucedió lo de la lanza?!”
     »“¡Yo no sabía que había aborígenes! ¡Sólo sabía de la existencia de la bruja!”
     »“¡¿Y por qué no nos contó nada?!”
     »“¡Porque tenía miedo de que me juzgaran!”, dice el dueño y se pone a llorar.
     »Resulta que, diez años atrás, el tipo había comprado el hotel por muy poca plata porque nadie lo quería. Por las historias que contaba la gente del lugar, de una bruja que vivía en la isla. El tipo había pensado que eran puras supersticiones y había aprovechado la oferta. Más adelante se había cruzado con la bruja y había visto las cosas que hacía con los animales, pero él se pensó que nada más era una vieja loca que hacía ritos satánicos. Y hasta ahora nunca había pasado nada. Todo esto el tipo lo cuenta llorando y cuando termina le agarra un ataque de tos.
     »“Perdón… Perdón… Me siento tan culpable…”
     »A los pibes les da lástima y le dicen que se tranquilice. Lo ayudan a sentarse, le traen un vaso de agua…
     »“¿Y ahora qué haremos?”, pregunta Rolo.
     »“Tendremos que esperar a los de la lancha”, dice el dueño.
     »“¿Y si la bruja los mata antes de que puedan llegar hasta aquí?”
     »“En ese caso, tarde o temprano la policía se dará cuenta de que algo raro está sucediendo.”
     Le hice una seña y se quedó pensando un rato.
     —Esa noche los aborígenes atacan la casa —dijo—, pero ahora son diez. Hay más porque son una especie de zombis que la bruja resucita y ella cada vez tiene más poder. Los de adentro traban las puertas y se defienden desde las ventanas. Los pibes con palos y herramientas, el dueño con la escopeta y el negro con la pistola. Se la dieron a él porque es el único hombre adulto que queda, además del viejo. Los dos disparan y disparan, pero las balas no detienen a los aborígenes. Hacen así —tiró el hombro hacia atrás— y siguen caminando. Hasta que el dueño le pega a uno en la cabeza y se da cuenta de que esa es la forma de detenerlos. «¡Apúntales a la cabeza, muchacho!», le dice al negro, y el negro mata a unos cuantos, pero después le tiran una lanza que se le clava en el cuello. Entonces Pipo agarra la pistola y sigue disparando él. Tiene muy buena puntería… Porque de chico ponía latas en fila y jugaba a tirarles con la gomera…
     —Qué fenómeno este Pipo… —dije—. Todo lo que hace lo hace bien…
     —Sí, es un capo Pipo… Los aborígenes que quedan los termina de bajar él solito y el dueño lo felicita. Seguí vos.
     —Bueno… —dije—. Ahora es el día siguiente a la hora del almuerzo. La mayoría no pudo comer o pudo comer muy poco. Están todos sentados en silencio y de repente Ramón estalla.
     —Ramón era el punk, ¿no?
     —Sí.
     »“¡¿Vamos a quedarnos de brazos cruzados esperando a que nos maten uno a uno!?”, dice.
     »“¿Qué es lo que propones, Ramón?”, le pregunta Pipo.
     »“Propongo que salgamos a buscar a esa maldita bruja y la llenemos de plomo antes de que sea demasiado tarde.”
     »“¿Quieres correr la misma suerte que Charlie y Jack?”
     »“La bruja no podrá con nosotros si nos unimos en su contra. Y si la matamos a ella, los aborígenes nos dejarán en paz. Estoy seguro de eso.”
     »“No querrías salir si hubieras visto lo que he visto yo.”
     »Se ponen a discutir hasta que alguien decide hacer una votación.
     »“Los que estén a favor de salir, que levanten la mano.”
     »Y nadie la levanta.
     »“Está bien… Si nadie quiere acompañarme, tendré que hacerlo yo solo. Dame la pistola, Pipo.”
     »“Puedes hacer lo que quieras con tu vida, pero el arma se quedará aquí.”
     »“¡He dicho que me des la maldita pistola!”, dice Ramón, y se le tira encima. Los dos caen al piso y se agarran a las trompadas. Todo pasa tan rápido que los demás no saben qué hacer. Después de forcejear un rato, Ramón le quita la pistola a Pipo y sale corriendo de la casa. Los otros lo siguen, pero hasta la puerta nomás. Desde ahí se lo quedan mirando.
     »“¡Cobardes!”, les grita Ramón, y después se interna en el bosque.
     Le hice una seña para que siguiera.
     —A ver… —dijo—. Ramón hace el mismo recorrido que los otros… Ve los dibujos, pasa por donde están los animales muertos y después llega a la cabaña. Esta vez no se escucha nada… Ramón se acerca sigilosamente y se esconde detrás de un árbol. Cuando se asoma para mirar, casi vomita. En un palo está clavado el cadáver de Jack y dos aborígenes le están comiendo las entrañas… Ramón apoya la espalda en el árbol y respira hondo. —Lo imitó—. Cuando se recupera un poco, se vuelve a asomar. Cerca del cadáver empalado está la bruja, arrodillada frente a la cabeza de cabra. Ramón da la vuelta para quedar detrás de ella. Entonces, con mucho cuidado, prepara el arma… apunta… y dispara… Primero piensa que falló, porque la bruja se queda quieta, pero después ve que le sale sangre de la nuca. Y entonces sucede algo que lo llena de horror… —Me miró con aire misterioso—. Lentamente, la bruja gira la cabeza hasta que su cara queda mirando para atrás, como en El Exorcista… Después abre la boca… escupe la bala… y sonríe… «Rástaiu…» —Lo dijo en un susurro—. Ramón trata de escapar, pero unos árboles se convierten en aborígenes y lo atrapan.
     Me hizo una seña.
     —Esa noche los aborígenes vuelven a atacar —dije—. Y esta vez son como cincuenta. Los de la casa taparon las ventanas con tablas de madera, dejando espacios para que el dueño pueda mirar y disparar con la escopeta. El viejo corre de un lado para el otro. No da abasto. Los aborígenes empiezan a sacar las tablas de algunas ventanas. Los pibes los rechazan con los palos y las herramientas, pero las ventanas son muchas y ellos son demasiado pocos. Encima después se corta la luz. Se ve que los aborígenes rompieron algo de la electricidad. Si antes era difícil mantenerlos a raya, ahora se hace imposible. Parte de la casa ya está tomada. Ellos van trabando las puertas con muebles y los aborígenes las van rompiendo con sus lanzas. Cuando la situación ya es insostenible, el dueño se desploma en un sillón, agotado. Pipo se ofrece a relevarlo con la escopeta.
     »“No servirá de nada, muchacho; hemos llegado al límite. Tendré que soltar al perro.”
     »Los pibes se miran como diciendo: “Pobre viejo, está delirando”. Entonces el dueño se levanta y va hasta la puerta del sótano, que es donde está el perro. Estuvo ladrando toda la noche, por los ruidos.
     Maidana ladró. Proseguí.
     —«¡Tranquilo, Guardián! ¡Voy a soltarte y podrás darles su merecido!»
     »Todos lo miran con lástima.
     »“Cuando cuente tres, abrirás la puerta de entrada”, le dice a Pipo. “Uno… Dos… Tres. ¡Ahora!”
     »Pipo se queda quieto.
     »“¡He dicho que abras la puerta, muchacho!”
     »“Tranquilo, señor…”
     »“¡¿Por qué me hablas como si estuviese loco?! ¡Maldita sea! ¡Abre la puerta o te volaré la tapa de los sesos!”
     »“Baje el arma, señor…”
     Golpeé la mesa con la palma de la mano. Maidana se sobresaltó.
     —¿Lo mató?
     —No, pero el tiro le pasó cerca. Al lado de la cabeza.
     —¿Falló o tiró para asustarlo?
     —Tiró para asustarlo. «¿Ahora abrirás la maldita puerta?» Pipo se da cuenta de que no le queda otra que obedecer. Y abre la puerta…
     —Nooo…
     —Entonces el dueño deja salir al perro. Si es que se lo puede llamar así…
     Lo miré con aire misterioso.
     —¿Por qué? —me preguntó—. ¿Cómo es?
     —Es grande como un caballo. Y el cuerpo es de perro, pero tiene tres cabezas humanas, peladas y sin cejas.
     Maidana me miraba fascinado.
     —Uaaauu…
     —Cuando el dueño lo suelta, va directo a la puerta de entrada y ataca a unos aborígenes que estaban por entrar. Los hace mierda. Los muerde, les clava las garras, les pega con la cola que es como una serpiente… Y después va corriendo a buscar al resto. Casi todos los pibes se escapan. Algunos para afuera y otros para adentro. El monstruo no los sigue, pero ellos están cagados. Uh, también está la mina con el hijo; me había olvidado… Después vos fijate quién se va para cada lado. Unos pocos se quedan donde están, paralizados del terror. El dueño se caga de la risa. Saca las tablas de una de las ventanas y se pone a mirar la masacre. «¡Vamos, muchacho! ¡Dales duro!» Cuando queda un solo aborigen, le chifla al perro para que lo traiga con vida. «Dile a tu madre que el reino de Satanás ha terminado; los Antiguos han regresado.»
     —¿Qué son los Antiguos? —me preguntó.
     —Ya vas a ver… —dije—. Seguí vos.
     —¿Ya terminaste?
     —Sí. El dueño le da ese mensaje al aborigen y lo deja salir de la casa.
     —Che, está quedando buena la historia…
     Asentí con la cabeza y le sonreí.

lunes, 8 de agosto de 2011

38


     —Cinco de enero de mil novecientos ochenta y cuatro —dije también en castellano neutro—. Un grupo de adolescentes decide tomarse unas vacaciones. —Imité la voz de una mujer—. «Este lugar es fantástico, cariño.»
     Le hice una seña a Maidana.
     —«Te dije que confiaras en mí, Susan» —dijo con voz varonil.
     Suspiré.
     —«Eres tan inteligente, Pipo…»
     Maidana se cagó de la risa y tuvo que detener la grabación.
     —¡¿Cómo le vas a poner Pipo, boludo?! —me dijo.
     Me reí.
     —¿Qué tiene? ¿No se puede llamar Pipo?
     Se agarraba el estómago.
     —Qué hijo de puta…
     Cuando recuperó el aliento, puso en marcha el aparato nuevamente y prosiguió.
     —«Inteligente…», dice Timmy, un chico flaquito con anteojos. Lo dice despacio, pero Pipo… —Estuvo a punto de reírse pero se pudo contener—. Pero Pipo lo escucha. «¿Qué murmuras, alfeñique?» «Nada…», le dice Timmy.
     Intervine.
     —«¿Has traído tus libros?», le pregunta Ramón, el chico punk del grupo, y trata de abrirle la mochila.
     —Timmy se corre y le dice: «¡No es asunto tuyo, idiota!», y el punk se ríe.
     —Hagamos que están caminando —dije—, ¿te parece? Se acaban de bajar de la lancha y están yendo para la posada.
     —Dale.
     —En la posada los atiende el dueño, un viejo de unos sesenta años, y les muestra las habitaciones. Después van al comedor y conocen a otros huéspedes.
     —¿Cuántos son? —me preguntó.
     —No sé… ¿Cinco te parece?
     —Dale.
     —Puede ser una familia de tres y dos tipos más.
     —¿Y cómo son?
     —La familia es una pareja de unoos… cuarenta años, con un pibe de diez, doce años. Si querés inventate a los otros dos.
     —A ver… Uno es un hombre que está siempre callado, todo lleno de tatuajes. Me lo imagino pelirrojo.
     —¿Y el otro?
     Se quedó pensando.
     —El otro es un negro flaquito que se la pasa contando chistes —dijo.
     —Bueno… Entonces el dueño se los presenta y después se ponen a comer. El tipo callado se sienta en una mesa alejada, la familia en otra y los pibes comen con el dueño y con el negro, que se les cuelga contando chistes.
     —Sí, es re-pesado. El único que se lo banca es Peter, un pibe re-boludo que se ríe todo el tiempo.
     —El dueño les cuenta cosas del lugar, les habla de su mujer y sus dos hijos…
     —¿Viven ahí con él?
     —Sí. Pero están de viaje. Seguí vos.
     Pensó.
     —Después se van a nadar al lago —dijo.
     —Les va a hacer mal; recién comieron…
     Sonrió.
     —No, porque antes de ir esperaron un rato.
     —¿Entonces?
     —Están nadando lo más bien, cagándose de la risa, pero de repente uno se queda callado mirando hacia unos árboles.
     —¿Quién?
     —No sé… Uno cualquiera, no importa…
     —¿Y?
     —«¿Qué sucede, Charlie?», le preguntan. «Me pareció ver una sombra entre los árboles…» «Habrá sido un animal…» «Claro», dice Charlie, pero se nota que no está convencido. Después siguen nadando sin problemas y cuando está anocheciendo se vuelven para el hotel. Seguí vos.
     —Bueno… —dije—. Entonces entran al hotel. Hay dos que vienen besándose. Son Carlota y Carlitos.
     —Qué hijo de puta…
     —Estuvieron toda la tarde transando, tirados en la orilla del lago. Los demás los cargaban.
     —«¡Déjala respirar, Carlitos!» —dijo Maidana, e imitó el sonido de las risas.
     —Ramón también lo carga a Timmy, porque se la pasó leyendo.
     —«Eres el sujeto más divertido que conozco, Timmy», le dice, y le da palmadas en la espalda.
     —Cuando están yendo para el comedor —dije—, pasan al lado de una puerta y escuchan el ladrido de un perro. —Maidana ladró—. «¿Y eso?», le preguntan al dueño. «Es el viejo Guardián.» «¿Y por qué lo tiene encerrado?» «No le gustan las visitas.» Algunos se miran entre sí, pero no dicen nada. Después se van a comer. Todos menos Carlota y Carlitos, que van directo a su habitación. Se tiran en la cama y él la empieza a desvestir.
     —Oh, oh… —dijo—. Seguro que pasa algo malo.
     —Al principio ella se deja, pero después se empieza a sentir incómoda y, cuando él le está por sacar la bombacha, le agarra la mano.
     »“Carlitos…”, le dice.
     »“¿Qué?”, le pregunta él.
     »“Tengo que decirte algo…”
     »“¿Estás indispuesta?”
     »“No”, le responde ella y baja la vista.
     »“¿Entonces?”
     »“Yo… soy virgen.”
     »“Sí, sí… Y yo soy Jesucristo…”
     Maidana se rió. Proseguí.
     —«¡Estoy hablando en serio, Carlitos!»
     »“Está bien… Discúlpame… ¿Pero cuál es el problema, nena? Yo te enseñaré cómo se hace…”
     »“Necesito mi tiempo, Carlitos. Aún no estoy lista.”
     »“Está bien, nena. Si necesitas tu tiempo… esperaremos.”
     —¿No pasó nada? —me preguntó.
     —No. Pero mientras ellos hablan, la cámara se va acercando a una pared y podemos ver un ojo que los está espiando a través de un agujero. Y cuando terminan de hablar, el ojo desaparece.
     —¿Sigo yo?
     —Sí.
     —Al otro día hacen lo mismo —dijo—: almuerzan y se van al lago. Se cagan de la risa y nadan sin problemas, pero cuando vuelven al hotel se dan cuenta de que falta Timmy. Vuelven al lago y lo buscan por todas partes. «¡Timmy!… ¡Timmy!…» Y cada vez está más oscuro.
     Intervine.
     —«Debe estar sentado sobre una piedra leyendo uno de sus libros», dice Ramón. «¿Leyendo en la oscuridad?», le pregunta Pipo irónicamente. «Habrá llevado una linterna», dice Ramón y se ríe solo.
     —También se ríe Peter —dijo.
     —Ah, cierto… —dije—. El boludo que se ríe de todo…
     —Pipo los reta —dijo—. «¡Esto no es gracioso! ¡¿No se dan cuenta de que puede haber tenido un accidente?!» Los dos paran de reírse y ponen cara de que no habían pensado en eso. «¡Parecen idiotas!» «Tranquilo, Pipo… Tómalo con calma», le dice Ramón y le pone una mano en el hombro. No se lo dice bardeando, tiene cara de preocupado. «Si nos dividimos, estoy seguro de que lo encontraremos.» Se dividen pero no hay caso, no lo encuentran por ningún lado. ¿Puedo seguir un cacho más?
     —Seguí todo lo que quieras, boludo… —dije.
     —«Será mejor que lo busquemos mañana, a la luz del día», les dice el dueño del hotel. «Con esta oscuridad alguno de ustedes podría accidentarse y tendríamos dos problemas en vez de uno.» Algunos quieren seguir buscando, pero se dan cuenta de que el viejo tiene razón. Encima hay dos linternas nada más. Vuelven al hotel y se va cada uno a su habitación. Se acuestan sin comer porque están preocupados. Casi todos se quedan despiertos. El único que no parece preocupado es Carlitos. Está acostado al lado de Carlota y le empieza a tocar una teta.
     Me reí. Prosiguió.
     —Carlota le saca la mano.
     »“¡Eres un irrespetuoso, Carlitos!”, le dice. “¡¿Ha desaparecido uno de tus amigos y lo único que piensas es en… coger?!”
     »Carlitos se ríe.
     »“Nunca he sido amigo de ese ratón de biblioteca…”
     »“¡¿Y no te importa que en este momento pueda estar… muerto?! ¡Eres un monstruo, Carlitos!”
     »“Tranquila, nena… No es que no me importe… Estoy seguro de que ese bobo se encuentra sano y salvo. Seguramente ha salido a caminar, la noche lo ha sorprendido en el bosque y no ha sabido regresar al hotel. Ya verás que en cuanto amanezca lo tendremos otra vez entre nosotros, con esa cara de retardado y su librito bajo el brazo.”
     »“No sé cómo puedes estar tan seguro”, dice ella y se levanta ofendida.
     »“¿Adónde vas, nena?”, le pregunta Carlitos. La agarra del brazo, pero ella se suelta.
     »“¡Déjame en paz! ¡Voy a buscar un vaso de agua!”
     »Un toque más y te dejo, eh…
     —Todo bien, boludo… —dije.
     —La mina baja… —Dudó—. Digo baja porque me imagino que están en un segundo piso. ¿Vos de cuántos pisos te imaginabas el hotel?
     —Dos… O tres… Pensá que todavía no sabemos cuántos pibes son. Tiene que tener varias habitaciones. Y mientras más grande sea, mejor; así se pueden perder…
     —Dale. Entonces la mina baja a buscar un vaso de agua. En el living hay una pecera. ¿Viste esas enormes, empotradas en la pared?
     Asentí.
     —Una de esas —dijo—. Para ir a la cocina, la mina tiene que pasar por ahí. Está todo oscuro. Lo único que se ve es la pecera porque está iluminada por dentro. La mina se va acercando y ve algo raro entre los peces, pero no llega a distinguir lo que es. Hasta que lo tiene enfrente… —Me miró con aire misterioso—. Es la cabeza de Timmy… —Me reí—. Seguí vos.
     —A ver… —dije—. Carlota pega un alarido y se desmaya… Como casi todos están despiertos, enseguida salen de sus habitaciones para ver qué pasa. —Pensé—. Ahora estamos en la pieza de Mingo y Rolo. Rolo se despierta con el grito y enciende la luz. Lo primero que ve es un tipo con una careta de pitufo. —Maidana se rió—. En la mano tiene una de esas herramientas de campo que se usan para juntar la paja. Creo… Esas que son un palo con tres pinches.
     —Sí —dijo—, ya sé cuáles. Esas que parecen un tenedor gigante.
     —Sí, esas.
     —Típica de película de terror…
     —Horquilla creo que se llama…
     —Bueno, dale. ¿Y?
     —El tipo está parado al lado de la cama de Mingo —proseguí—. Y Mingo está muerto, con el pecho ensangrentado. Rolo se queda paralizado del horror. El tipo empieza a caminar hacia él apuntándolo con la herramienta… Rolo trata de gritar pero no puede. El tipo se sigue acercando… Rolo se pone a llorar. «Por favor», le dice con un hilo de voz, «no me haga daño… Se lo suplico…». Y el tipo sigue avanzando… «Le daré dinero…», le dice Rolo, porque es un pibe de guita. Abre el cajón de la mesita de luz para agarrar plata, pero está tan nervioso que se le cae y se desparrama todo por el piso. Cuando levanta la vista, ya lo tiene al tipo encima con la herramienta preparada para atacarlo. Pega un grito pensando que ha llegado su fin, pero entonces pasa algo… Una lanza atraviesa la ventana y se clava en la espalda del psicópata, matándolo en el acto…
     Le hice una seña para que siguiera.
     —¿Quién tiró la lanza? —me preguntó.
     —Qué sé yo… Eso te lo dejo a vos.
     —Uh, a ver… —dijo—. Rolo se pone a gritar desesperado porque el cuerpo se le cayó encima. Los demás van corriendo a ver qué pasa. No todos; algunos se quedan con Carlota ayudándola a recuperarse. Después de que le sacan el muerto, Rolo cuenta lo que pasó. Apenas se le entiende porque está llorando y habla todo entrecortado.
     —Como la Chilindrina —dije.
     Se rió.
     —En un momento —dijo— lo señala a Mingo y todos se dan vuelta. «¡Mingo!» Después Pipo le saca la careta al psicópata y descubren que era el padre de la familia. «¡Phill!», grita la mujer y se le tira encima. Susan, la novia de Pipo, lo abraza al hijo. Para consolarlo y para que no vea el cadáver de su padre. ¿Vos ibas a hacer que el psicópata era el tipo callado?
     —No —dije—, yo me imaginaba que era el negro.
     —Pensaste lo mismo que yo: que sea el que la gente menos se espera.
     Asentí.
     —¿Querés que hagamos que era el negro? —me preguntó.
     —No… Está bueno que sea el padre. Así la familia se horroriza porque vivió tantos años con un asesino.
     Maidana prosiguió.
     —Después algunos de los pibes se asoman con cuidado por la ventana rota. No ven a nadie, pero se empiezan a escuchar unos tambores a lo lejos. Le preguntan al dueño si hay indios en la isla y él les dice que nada que ver.
     Intervine.
     —Pero se nota que algo está ocultando.
     —«Indios o no, parecen amistosos; de no ser por esa lanza, mi pecho estaría destrozado como el de Mingo», dice Rolo que ya puede hablar. «Yo no me fiaría de eso…», dice Pipo. «Si son tan amistosos como tú dices, ¿por qué se esconden en la oscuridad?… Debemos alertar a la policía cuanto antes.» «¿Pero cómo? Si aquí no hay teléfono…» «Tendremos que ir al pueblo a buscarlos.» Ahí los pibes se enteran de que la lancha pasa una vez por semana.
     —Che, pero el dueño tiene que tener algún bote… —dije.
     Pensó.
     —«¿Usted no tiene algún bote?» «Sí, pero será mejor que lo busquemos mañana, a la luz del día.» ¿Querés seguir vos?
     —Seguí vos, si querés… —le dije.
     —Bueno, pero explico lo de la lanza y te dejo, eh…
     —No te hagas drama, boludo… Seguí todo lo que quieras…
     —Te estoy dejando hablar re-poco…
     Me reí.
     —¡No seas exagerado!… —dije—. Además vos sos el cumpleañero.
     —Pero vos sos la visita…
     —Dale, seguí…
     —Bueno… —dijo—. Entonces esperan a que amanezca… Se quedan todos despiertos. Algunos lloran por Mingo y Timmy. La mujer y su hijo por Phill. Porque murió y porque descubrieron que era un psicópata. Cuando amanece, se reúnen todos en el comedor.
     »“¿Cuántas personas entran en el bote?”, le pregunta Pipo al dueño.
     »“No más de tres.”
     »“Muchachos… Necesito que dos de ustedes me acompañen.”
     »Susan se pone a llorar y le pide que no vaya, pero Pipo no puede no ir… Él es uno de los más aptos para la misión: es el capitán del equipo de rugby de la escuela… Los otros dos que se ofrecen como voluntarios son: el tipo callado, que se llama Jack, y… Charlie, el que había visto la sombra entre los árboles. Él también es buen deportista, casi tan bueno como Pipo.
     »“¿Tiene armas de fuego?”
     »“Puedo darte una pistola, muchacho. También tengo una escopeta, pero prefiero conservarla conmigo. Podríamos necesitarla aquí, en la casa.”
     »“Yo tengo otras dos armas”, le dice el tipo callado a Pipo mostrándole dos pistolas.
     »Le preguntan por qué va armado y él confiesa que es un fugitivo de la ley. Había ido a la isla para que la policía no lo encontrara.
     »“Los acompañaré hasta la carretera y allí seguiré mi camino.”