lunes, 8 de agosto de 2011

38


     —Cinco de enero de mil novecientos ochenta y cuatro —dije también en castellano neutro—. Un grupo de adolescentes decide tomarse unas vacaciones. —Imité la voz de una mujer—. «Este lugar es fantástico, cariño.»
     Le hice una seña a Maidana.
     —«Te dije que confiaras en mí, Susan» —dijo con voz varonil.
     Suspiré.
     —«Eres tan inteligente, Pipo…»
     Maidana se cagó de la risa y tuvo que detener la grabación.
     —¡¿Cómo le vas a poner Pipo, boludo?! —me dijo.
     Me reí.
     —¿Qué tiene? ¿No se puede llamar Pipo?
     Se agarraba el estómago.
     —Qué hijo de puta…
     Cuando recuperó el aliento, puso en marcha el aparato nuevamente y prosiguió.
     —«Inteligente…», dice Timmy, un chico flaquito con anteojos. Lo dice despacio, pero Pipo… —Estuvo a punto de reírse pero se pudo contener—. Pero Pipo lo escucha. «¿Qué murmuras, alfeñique?» «Nada…», le dice Timmy.
     Intervine.
     —«¿Has traído tus libros?», le pregunta Ramón, el chico punk del grupo, y trata de abrirle la mochila.
     —Timmy se corre y le dice: «¡No es asunto tuyo, idiota!», y el punk se ríe.
     —Hagamos que están caminando —dije—, ¿te parece? Se acaban de bajar de la lancha y están yendo para la posada.
     —Dale.
     —En la posada los atiende el dueño, un viejo de unos sesenta años, y les muestra las habitaciones. Después van al comedor y conocen a otros huéspedes.
     —¿Cuántos son? —me preguntó.
     —No sé… ¿Cinco te parece?
     —Dale.
     —Puede ser una familia de tres y dos tipos más.
     —¿Y cómo son?
     —La familia es una pareja de unoos… cuarenta años, con un pibe de diez, doce años. Si querés inventate a los otros dos.
     —A ver… Uno es un hombre que está siempre callado, todo lleno de tatuajes. Me lo imagino pelirrojo.
     —¿Y el otro?
     Se quedó pensando.
     —El otro es un negro flaquito que se la pasa contando chistes —dijo.
     —Bueno… Entonces el dueño se los presenta y después se ponen a comer. El tipo callado se sienta en una mesa alejada, la familia en otra y los pibes comen con el dueño y con el negro, que se les cuelga contando chistes.
     —Sí, es re-pesado. El único que se lo banca es Peter, un pibe re-boludo que se ríe todo el tiempo.
     —El dueño les cuenta cosas del lugar, les habla de su mujer y sus dos hijos…
     —¿Viven ahí con él?
     —Sí. Pero están de viaje. Seguí vos.
     Pensó.
     —Después se van a nadar al lago —dijo.
     —Les va a hacer mal; recién comieron…
     Sonrió.
     —No, porque antes de ir esperaron un rato.
     —¿Entonces?
     —Están nadando lo más bien, cagándose de la risa, pero de repente uno se queda callado mirando hacia unos árboles.
     —¿Quién?
     —No sé… Uno cualquiera, no importa…
     —¿Y?
     —«¿Qué sucede, Charlie?», le preguntan. «Me pareció ver una sombra entre los árboles…» «Habrá sido un animal…» «Claro», dice Charlie, pero se nota que no está convencido. Después siguen nadando sin problemas y cuando está anocheciendo se vuelven para el hotel. Seguí vos.
     —Bueno… —dije—. Entonces entran al hotel. Hay dos que vienen besándose. Son Carlota y Carlitos.
     —Qué hijo de puta…
     —Estuvieron toda la tarde transando, tirados en la orilla del lago. Los demás los cargaban.
     —«¡Déjala respirar, Carlitos!» —dijo Maidana, e imitó el sonido de las risas.
     —Ramón también lo carga a Timmy, porque se la pasó leyendo.
     —«Eres el sujeto más divertido que conozco, Timmy», le dice, y le da palmadas en la espalda.
     —Cuando están yendo para el comedor —dije—, pasan al lado de una puerta y escuchan el ladrido de un perro. —Maidana ladró—. «¿Y eso?», le preguntan al dueño. «Es el viejo Guardián.» «¿Y por qué lo tiene encerrado?» «No le gustan las visitas.» Algunos se miran entre sí, pero no dicen nada. Después se van a comer. Todos menos Carlota y Carlitos, que van directo a su habitación. Se tiran en la cama y él la empieza a desvestir.
     —Oh, oh… —dijo—. Seguro que pasa algo malo.
     —Al principio ella se deja, pero después se empieza a sentir incómoda y, cuando él le está por sacar la bombacha, le agarra la mano.
     »“Carlitos…”, le dice.
     »“¿Qué?”, le pregunta él.
     »“Tengo que decirte algo…”
     »“¿Estás indispuesta?”
     »“No”, le responde ella y baja la vista.
     »“¿Entonces?”
     »“Yo… soy virgen.”
     »“Sí, sí… Y yo soy Jesucristo…”
     Maidana se rió. Proseguí.
     —«¡Estoy hablando en serio, Carlitos!»
     »“Está bien… Discúlpame… ¿Pero cuál es el problema, nena? Yo te enseñaré cómo se hace…”
     »“Necesito mi tiempo, Carlitos. Aún no estoy lista.”
     »“Está bien, nena. Si necesitas tu tiempo… esperaremos.”
     —¿No pasó nada? —me preguntó.
     —No. Pero mientras ellos hablan, la cámara se va acercando a una pared y podemos ver un ojo que los está espiando a través de un agujero. Y cuando terminan de hablar, el ojo desaparece.
     —¿Sigo yo?
     —Sí.
     —Al otro día hacen lo mismo —dijo—: almuerzan y se van al lago. Se cagan de la risa y nadan sin problemas, pero cuando vuelven al hotel se dan cuenta de que falta Timmy. Vuelven al lago y lo buscan por todas partes. «¡Timmy!… ¡Timmy!…» Y cada vez está más oscuro.
     Intervine.
     —«Debe estar sentado sobre una piedra leyendo uno de sus libros», dice Ramón. «¿Leyendo en la oscuridad?», le pregunta Pipo irónicamente. «Habrá llevado una linterna», dice Ramón y se ríe solo.
     —También se ríe Peter —dijo.
     —Ah, cierto… —dije—. El boludo que se ríe de todo…
     —Pipo los reta —dijo—. «¡Esto no es gracioso! ¡¿No se dan cuenta de que puede haber tenido un accidente?!» Los dos paran de reírse y ponen cara de que no habían pensado en eso. «¡Parecen idiotas!» «Tranquilo, Pipo… Tómalo con calma», le dice Ramón y le pone una mano en el hombro. No se lo dice bardeando, tiene cara de preocupado. «Si nos dividimos, estoy seguro de que lo encontraremos.» Se dividen pero no hay caso, no lo encuentran por ningún lado. ¿Puedo seguir un cacho más?
     —Seguí todo lo que quieras, boludo… —dije.
     —«Será mejor que lo busquemos mañana, a la luz del día», les dice el dueño del hotel. «Con esta oscuridad alguno de ustedes podría accidentarse y tendríamos dos problemas en vez de uno.» Algunos quieren seguir buscando, pero se dan cuenta de que el viejo tiene razón. Encima hay dos linternas nada más. Vuelven al hotel y se va cada uno a su habitación. Se acuestan sin comer porque están preocupados. Casi todos se quedan despiertos. El único que no parece preocupado es Carlitos. Está acostado al lado de Carlota y le empieza a tocar una teta.
     Me reí. Prosiguió.
     —Carlota le saca la mano.
     »“¡Eres un irrespetuoso, Carlitos!”, le dice. “¡¿Ha desaparecido uno de tus amigos y lo único que piensas es en… coger?!”
     »Carlitos se ríe.
     »“Nunca he sido amigo de ese ratón de biblioteca…”
     »“¡¿Y no te importa que en este momento pueda estar… muerto?! ¡Eres un monstruo, Carlitos!”
     »“Tranquila, nena… No es que no me importe… Estoy seguro de que ese bobo se encuentra sano y salvo. Seguramente ha salido a caminar, la noche lo ha sorprendido en el bosque y no ha sabido regresar al hotel. Ya verás que en cuanto amanezca lo tendremos otra vez entre nosotros, con esa cara de retardado y su librito bajo el brazo.”
     »“No sé cómo puedes estar tan seguro”, dice ella y se levanta ofendida.
     »“¿Adónde vas, nena?”, le pregunta Carlitos. La agarra del brazo, pero ella se suelta.
     »“¡Déjame en paz! ¡Voy a buscar un vaso de agua!”
     »Un toque más y te dejo, eh…
     —Todo bien, boludo… —dije.
     —La mina baja… —Dudó—. Digo baja porque me imagino que están en un segundo piso. ¿Vos de cuántos pisos te imaginabas el hotel?
     —Dos… O tres… Pensá que todavía no sabemos cuántos pibes son. Tiene que tener varias habitaciones. Y mientras más grande sea, mejor; así se pueden perder…
     —Dale. Entonces la mina baja a buscar un vaso de agua. En el living hay una pecera. ¿Viste esas enormes, empotradas en la pared?
     Asentí.
     —Una de esas —dijo—. Para ir a la cocina, la mina tiene que pasar por ahí. Está todo oscuro. Lo único que se ve es la pecera porque está iluminada por dentro. La mina se va acercando y ve algo raro entre los peces, pero no llega a distinguir lo que es. Hasta que lo tiene enfrente… —Me miró con aire misterioso—. Es la cabeza de Timmy… —Me reí—. Seguí vos.
     —A ver… —dije—. Carlota pega un alarido y se desmaya… Como casi todos están despiertos, enseguida salen de sus habitaciones para ver qué pasa. —Pensé—. Ahora estamos en la pieza de Mingo y Rolo. Rolo se despierta con el grito y enciende la luz. Lo primero que ve es un tipo con una careta de pitufo. —Maidana se rió—. En la mano tiene una de esas herramientas de campo que se usan para juntar la paja. Creo… Esas que son un palo con tres pinches.
     —Sí —dijo—, ya sé cuáles. Esas que parecen un tenedor gigante.
     —Sí, esas.
     —Típica de película de terror…
     —Horquilla creo que se llama…
     —Bueno, dale. ¿Y?
     —El tipo está parado al lado de la cama de Mingo —proseguí—. Y Mingo está muerto, con el pecho ensangrentado. Rolo se queda paralizado del horror. El tipo empieza a caminar hacia él apuntándolo con la herramienta… Rolo trata de gritar pero no puede. El tipo se sigue acercando… Rolo se pone a llorar. «Por favor», le dice con un hilo de voz, «no me haga daño… Se lo suplico…». Y el tipo sigue avanzando… «Le daré dinero…», le dice Rolo, porque es un pibe de guita. Abre el cajón de la mesita de luz para agarrar plata, pero está tan nervioso que se le cae y se desparrama todo por el piso. Cuando levanta la vista, ya lo tiene al tipo encima con la herramienta preparada para atacarlo. Pega un grito pensando que ha llegado su fin, pero entonces pasa algo… Una lanza atraviesa la ventana y se clava en la espalda del psicópata, matándolo en el acto…
     Le hice una seña para que siguiera.
     —¿Quién tiró la lanza? —me preguntó.
     —Qué sé yo… Eso te lo dejo a vos.
     —Uh, a ver… —dijo—. Rolo se pone a gritar desesperado porque el cuerpo se le cayó encima. Los demás van corriendo a ver qué pasa. No todos; algunos se quedan con Carlota ayudándola a recuperarse. Después de que le sacan el muerto, Rolo cuenta lo que pasó. Apenas se le entiende porque está llorando y habla todo entrecortado.
     —Como la Chilindrina —dije.
     Se rió.
     —En un momento —dijo— lo señala a Mingo y todos se dan vuelta. «¡Mingo!» Después Pipo le saca la careta al psicópata y descubren que era el padre de la familia. «¡Phill!», grita la mujer y se le tira encima. Susan, la novia de Pipo, lo abraza al hijo. Para consolarlo y para que no vea el cadáver de su padre. ¿Vos ibas a hacer que el psicópata era el tipo callado?
     —No —dije—, yo me imaginaba que era el negro.
     —Pensaste lo mismo que yo: que sea el que la gente menos se espera.
     Asentí.
     —¿Querés que hagamos que era el negro? —me preguntó.
     —No… Está bueno que sea el padre. Así la familia se horroriza porque vivió tantos años con un asesino.
     Maidana prosiguió.
     —Después algunos de los pibes se asoman con cuidado por la ventana rota. No ven a nadie, pero se empiezan a escuchar unos tambores a lo lejos. Le preguntan al dueño si hay indios en la isla y él les dice que nada que ver.
     Intervine.
     —Pero se nota que algo está ocultando.
     —«Indios o no, parecen amistosos; de no ser por esa lanza, mi pecho estaría destrozado como el de Mingo», dice Rolo que ya puede hablar. «Yo no me fiaría de eso…», dice Pipo. «Si son tan amistosos como tú dices, ¿por qué se esconden en la oscuridad?… Debemos alertar a la policía cuanto antes.» «¿Pero cómo? Si aquí no hay teléfono…» «Tendremos que ir al pueblo a buscarlos.» Ahí los pibes se enteran de que la lancha pasa una vez por semana.
     —Che, pero el dueño tiene que tener algún bote… —dije.
     Pensó.
     —«¿Usted no tiene algún bote?» «Sí, pero será mejor que lo busquemos mañana, a la luz del día.» ¿Querés seguir vos?
     —Seguí vos, si querés… —le dije.
     —Bueno, pero explico lo de la lanza y te dejo, eh…
     —No te hagas drama, boludo… Seguí todo lo que quieras…
     —Te estoy dejando hablar re-poco…
     Me reí.
     —¡No seas exagerado!… —dije—. Además vos sos el cumpleañero.
     —Pero vos sos la visita…
     —Dale, seguí…
     —Bueno… —dijo—. Entonces esperan a que amanezca… Se quedan todos despiertos. Algunos lloran por Mingo y Timmy. La mujer y su hijo por Phill. Porque murió y porque descubrieron que era un psicópata. Cuando amanece, se reúnen todos en el comedor.
     »“¿Cuántas personas entran en el bote?”, le pregunta Pipo al dueño.
     »“No más de tres.”
     »“Muchachos… Necesito que dos de ustedes me acompañen.”
     »Susan se pone a llorar y le pide que no vaya, pero Pipo no puede no ir… Él es uno de los más aptos para la misión: es el capitán del equipo de rugby de la escuela… Los otros dos que se ofrecen como voluntarios son: el tipo callado, que se llama Jack, y… Charlie, el que había visto la sombra entre los árboles. Él también es buen deportista, casi tan bueno como Pipo.
     »“¿Tiene armas de fuego?”
     »“Puedo darte una pistola, muchacho. También tengo una escopeta, pero prefiero conservarla conmigo. Podríamos necesitarla aquí, en la casa.”
     »“Yo tengo otras dos armas”, le dice el tipo callado a Pipo mostrándole dos pistolas.
     »Le preguntan por qué va armado y él confiesa que es un fugitivo de la ley. Había ido a la isla para que la policía no lo encontrara.
     »“Los acompañaré hasta la carretera y allí seguiré mi camino.”

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