—Bueno… —dijo—. Voy a empezar con los que salieron de la casa. Son la madre y el hijo. Como la madre tiene las piernas más largas, corre más rápido y enseguida el hijo la pierde de vista. «¡Mami! ¡Mami!», le grita, y se mete dentro del bosque. Y ahí se encuentra con unos enanos.
Lo miré con extrañeza.
—¿Unos enanos?
—Sí. Son enanos de jardín. Estaban en la entrada del hotel, pero ahora la bruja les dio vida.
Me reí. Maidana se tentó pero pudo proseguir.
—El pibe los ve y se va corriendo para otro lado.
»“¡Mami! ¡Mami!”
»“Hijo mío…”, escucha de repente.
»Entonces frena de golpe y, cuando se da vuelta, la ve a la madre. Está parada al lado de un árbol, sonriendo con cara diabólica.
»“Ven conmigo, hijo mío…”, le dice, pero el pibe se da cuenta de que pasa algo raro.
»“¡Tu no eres mi madre!”
»“Sí lo soy, hijo mío…”, dice la madre y se empieza a levantar el vestido… para mostrarle un agujero enorme por el que le salen las tripas… “Vuelve a mi vientre, hijo mío…”
»El pibe sale corriendo desesperado y la madre lo persigue con las tripas en la mano.
»“¿Por qué me rechazas, hijo mío?”
»Y siguen corriendo hasta que llegan al lago. Entonces el pibe se tira al agua y empieza a nadar, pero de repente… algo lo agarra del pie y lo arrastra hacia el fondo… Lo último que ve es la cara de Charlie, que le sonríe diabólicamente…
Me hizo una seña para que siguiera.
—Ahora estamos en la casa —dije—. Con el dueño del hotel quedaron tres: Pipo, Carlitos… y Poroto.
Se rió.
—Poroto… Qué hijo de puta…
—«Les presento a mis hijos», dice el dueño, y del sótano salen dos tipos. Uno es un mogólico enorme con la cara deformada. Está vestido con una especie de pañal. El otro es bien flaco y con cara de rata. En realidad es una mezcla: tiene cosas de rata y cosas de humano.
—¿Ellos son los Antiguos?
—No. Ahora vas a ver… Los pibes intentan escapar, pero los tipos los atrapan. Al que agarran más fácil es a Poroto, porque es discapacitado. Anda en silla de ruedas. Los atrapan y los llevan al sótano. Ahí el dueño empuja un ladrillo, una pared se corre y los hacen pasar a otra habitación. Es una sala de tortura. A Pipo y a Carlitos los atan y los cuelgan cabeza abajo de unos ganchos que hay en el techo. A Poroto lo ponen en el potro. Sabés lo que es, ¿no?
—Sí, el aparato ese que se usa para estirar los brazos y las piernas…
Asentí con la cabeza.
—Ese —dije—. Después el dueño se pone una túnica y se arrodilla delante de una cosa rara que hay en un rincón. Parece una bola de plastilina gigante. «¡Oh, Sorgoth, Señor de los Antiguos! ¡Hemos traído tu alimento!», dice, y empieza a recitar unas palabras extrañas. Entonces el hombre rata le estira los miembros a Poroto. «¡Maldito bastardo!», grita Pipo. El hombre rata se caga de la risa. Después de estirarle los miembros, le hace de todo: le arranca la lengua, le quema los ojos, le saca los intestinos… Y mientras le hace todo eso, la bola empieza a crecer… Y le empiezan a salir unos tentáculos… La bola esa es Sorgoth, el Señor de los Antiguos. Los Antiguos son unos dioses que existen desde tiempos inmemoriales. Antes dominaban el universo, pero fueron atrapados en otra dimensión.
—¿Quién los atrapó?
—Ya vas a ver… Estos tipos adoran a los Antiguos y saben un ritual para hacerlos regresar. Un ritual que se ha venido transmitiendo en su familia de padres a hijos durante siglos, pero que nunca habían podido realizar porque era necesario que los astros estuvieran en determinada posición. Los pibes tuvieron la desgracia de caer en la isla justo en el momento indicado.
—Qué mala suerte…
—Este Sorgoth se alimenta de dolor. Absorbiéndolo gana fuerzas para recuperar su forma material. Y si la recupera, puede abrir un portal para que pasen los demás. Pero con torturar a uno solo no alcanza. Por eso los tienen colgados a los otros: para torturarlos después… El hombre rata termina de torturar a Poroto y el cuerpo de Sorgoth empieza a latir. Y después escuchan una voz. No la escuchan con sus oídos; la escuchan dentro de sus cabezas… Todos, pero el único que parece comprenderla es el dueño. «Debemos buscar a la virgen», le dice a sus hijos, y los tres salen de la sala. —Le hice una seña—. Vos.
Pensó.
—Entonces quedan los tres solos —dijo—. Poroto está hecho mierda, pero todavía se mueve… Un poquito nomás: abre y cierra la boca como queriendo hablar. Carlitos y Pipo lo miran y lloran. Tienen la frente llena de lágrimas.
—¿La frente? —pregunté.
—Sí… Porque están cabeza abajo, boludo…
Me reí.
—Qué boludo…
Él se rió también. Después prosiguió.
—«Tenemos que salir de aquí», dice Pipo. «¿Pero cómo?», le pregunta Carlitos. «Intentaré desatarme con los dientes.»
Me reí.
—¡Cualquiera!… —dije—. ¡Si tienen las manos atadas a la espalda!…
—Sí, pero puede desatarse los pies…
—¿Con los dientes?
—Sí. No te olvides que es un gran deportista. Dobla las rodillas, hace fuerza con el abdomen y listo… Es como el profesor de gimnasia, Pipo. Hasta puede chuparse la pija.
Nos cagamos de la risa.
—¿Entonces logra desatarse? —pregunté.
—Sí, lo logra.
—Mirá que está alto…
—Ya sé —dijo—. Por eso cuando cae se parte un brazo.
»“Oh, maldición… Creo que me he partido un brazo…”, dice.
»Las sogas de las manos se las corta con una máquina de tortura que tiene como unos cuchillos. Después lo desata a Carlitos y los dos se acercan a Poroto.
»“¿Me escuchas, Poroto?”, le pregunta Pipo. “Si me escuchas, mueve la cabeza.”
»Pero Poroto se queda quieto. Entonces le sueltan las manos. Y cuando se las sueltan, las empieza a mover. Despacito. —Imitó el movimiento—. Se quiere tocar la panza; pero ellos no lo dejan, porque tiene todas las entrañas al aire.
»“Debemos sacarlo de aquí”, dice Carlitos.
»“¿Pero cómo?”, dice Pipo.
El grabador se detuvo; el primer lado del cassette se había terminado.
—Uh, a ver… —dijo—. Perá…
Dio vuelta el cassette y prosiguió.
—«Debemos sacarlo de aquí.»
»“¿Pero cómo?”
»“Usaremos las cuerdas para atarlo a mi espalda.”
»Entonces Pipo lo agarra del brazo y se lo lleva para un costado.
»“Carlitos… no creo que sobreviva…”
»“¡Maldita sea! ¡Al menos debemos intentarlo!”
»“Está bien, tómalo con calma… Lo intentaremos…”
»Pipo no puede hacer mucho porque tiene el brazo lastimado. Así que nada más ayuda a desatarle los pies. Después Carlitos, con mucho cuidado, lo agarra de abajo de los brazos. Pero cuando trata de levantarlo… Poroto se parte al medio…
Me cagué de la risa.
—¡Qué hijo de puta! —dije—. ¡Mirá lo que le hiciste!
Él también se rió.
—¡Yo no se lo hice! ¡Se lo hizo el hombre rata!
Tardamos bastante en recuperar el aliento. Después prosiguió.
—Carlitos se pone a gritar y, de la impresión, Poroto se le cae al piso. La parte de arriba; la de abajo queda en el potro. —Nos reímos—. Pipo grita también y después los dos se ponen a llorar. Cuando se tranquilizan un poco, tratan de salir; pero se dan cuenta de que el dueño cerró el pasadizo secreto. Seguí vos.
Pensé.
—Entonces buscan por todas partes algo que active el mecanismo —dije—. Y encuentran unos bloques de piedra sueltos. Los empujan pensando que se va a abrir el pasadizo, pero, en vez de eso, los bloques se caen para atrás y descubren la entrada a unas catacumbas.
—Che, boludo, se me re-pasó… —dijo—. ¿Sorgoth no los detiene?
—No puede porque está como dormido. No percibe lo que pasa alrededor. Lo único que capta, por ahora, es cuando le torturan a alguien cerca y los pensamientos del dueño.
—Pero cuando torturen a otras personas va a empezar a percibir, ¿no?
—Claro.
—¿Y la virgen para qué la necesitan?
—Ya vas a ver… —dije—. No seas impaciente…
Sonrió.
—Entonces entran a las catacumbas —proseguí—. Para iluminar el camino agarran unas antorchas que había en la sala de tortura. Después de avanzar un rato, descubren unos dibujos en las paredes. Parecen muy antiguos. Las imágenes representan seres extraños. Algunos parecen animales acuáticos pero mucho más espantosos.
—Como esos peces que viven en las profundidades —dijo—. ¿Nunca los viste?
—Sí. Más o menos así son estos seres. «Mira eso…», dice Carlitos. Pipo mira lo que está señalando. Es un dibujo de Sorgoth. Lo reconocen por los tentáculos, pero no está igual a como ellos lo vieron. En la imagen tiene un ojo enorme y una boca vertical.
—Qué loco…
—«Es esa maldita cosa…»
»“¿Qué demonios será?”
»“Su nombre es Sorgoth”, dice una voz a sus espaldas.
»Los pibes se pegan un cagazo bárbaro. Se dan vuelta y encuentran a un viejo vestido con una túnica roja.
»“¿Quién es usted?”, le pregunta Pipo.
»El viejo no le contesta enseguida. Primero se lo queda mirando fijo, con la boca abierta. Y después de un rato le dice: “Mi nombre no importa, no os diría nada. No soy más que un extranjero en esta tierra. Perdido por haber osado enfrentar a fuerzas más poderosas de lo que hubiese podido imaginar. E infinitamente más peligrosas…”
»“¿Está usted hablando de los Antiguos?”
»El viejo asiente con la cabeza, lentamente.
»“¿Y qué más puede decirnos sobre ellos?”
»“No mucho, pero con eso bastará. Estas deidades son más antiguas que vuestro universo. Más antiguas que aquel del que provengo, incluso. Antaño su poder no conocía límites. Dominaban todo lo conocido… y lo desconocido… Pero entonces fueron traicionados por uno de los suyos, irónicamente el más débil. Su falta de fuerza era compensada por una astucia terrible. Valiéndose de engaños, logró arrojar a sus hermanos por las Puertas de la Noche al Vacío Intemporal. Y allí hubieran permanecido por la eternidad, de no ser por esos dementes que ahora pretenden ayudarlos a regresar.”
»“¿Y aquel que los expulsó al Vacío no puede hacerlo nuevamente?”
»“Ellos estarán alerta. No será fácil engañarlos una segunda vez.”
»De repente Pipo sospecha algo.
»“¿Cuál es el nombre de esa deidad?”
»El viejo tarda en responderle.
»“Uno de sus nombres es… Satanás.”
»Cuando escucha esto, Carlitos estalla.
»“¡Oh, Dios mío! ¡No tenemos escapatoria! ¡Estamos atrapados en el medio de una guerra entre demonios! ¡¿Qué haremos?! ¡Por Dios! ¡¿Qué haremos?!”
»Entonces Pipo lo agarra de los hombros.
»“Yo te diré lo que haremos, Carlitos. Comenzaremos por salir de este lugar y buscar a los otros. A los que aún permanezcan con vida. ¿Puede usted decirnos cómo salir de estas catacumbas?”
»“Hacia el norte”, dice el viejo señalando.
»Instintivamente, Carlitos y Pipo miran para ese lado. Y cuando se dan vuelta… el viejo ya no está.
Le hice una seña para que siguiera.
—¿Qué es? —me preguntó—. ¿Un mago?
Asentí.
—Yo voy a seguir con los pibes que se escaparon adentro de la casa —dijo—. Son unos cuantos, pero están separados porque se fueron corriendo para todos lados. Y como está todo oscuro, se terminaron perdiendo. ¿Cómo se llamaba el gordito de plata?
—Rolo. Pero yo no dije que era gordito.
—¿No?
Negué con la cabeza.
—Entonces me lo imaginé —dijo—. Bueno, hagamos que era gordito. Rolo yy… Ralphie están en la cocina, acurrucados en un rincón. No se animan ni a moverse. Y de repente… ven una luz. Alguien abrió la heladera…
—Pero si no hay electricidad tampoco funciona la luz de la heladera…
—Uh, cierto… Qué boludo… —Pensó—. En realidad, ya volvió la electricidad. La arregló el hombre rata. Pero la persona que abrió la heladera no se dio cuenta hasta ese momento: cuando abrió la heladera. Entonces enciende la luz y los ve… Y ellos la ven a ella… Es una vieja vestida de enfermera.
—Como en el Maniac Mansion, boludo… —dije.
—Sí. ¿Lo jugaste?
—Claro…
—¿Vos lo pudiste terminar?
—Sí.
—Yo me re-trabé —dijo—. Llamo a la policía para que se lleve al meteorito, pero después el tentáculo no me deja pasar.
—Le tenés que mostrar la placa.
—¿Qué placa? —me preguntó—. Aaah, la que se le cae al policía cuando aparece…
—Esa.
—Qué boludo… Cómo no se me ocurrió… Mañana lo instalo de nuevo y me fijo. Bueno… La vieja esta es la mujer del dueño, que también estaba escondida en el sótano. Cuando los ve a los pibes grita: «¡Intrusos! ¡Los llevaré a la sala de tortura y serán alimento de Sorgoth, el Señor de los Antiguos!». Entonces los agarra y se los lleva para el sótano.
—¿Y por qué no se escapan? —pregunté—. Si es una vieja…
—Sí, pero tiene una fuerza sobrehumana. No pueden con ella. Seguí vos.
—Bueno… —dije—. Cuando llegan al sótano, se encuentran con los otros que vienen de buscar a la virgen, Carlota.
—Aaah, claaro… Entonces el que los estaba espiando era el dueño…
—No, el hombre rata, que anda entre las paredes. Entran a la sala de tortura y descubren que Pipo y Carlitos se escaparon. El dueño se ríe. —Imité la risa—. «No llegaran muy lejos…»
—Los hijos también se ríen. —Los imitó—. «Es cierto, papi.»
—A Rolo lo ponen en el potro —dije— y a Ralphie lo cuelgan del techo. «Creo que con estos bastará.» «¡¿Qué nos hará?! ¡Maldito!» «¡Esto!», dice el hombre rata y les muestra el torso de Poroto. Los pibes gritan horrorizados. —Maidana los imitó—. Después el dueño se arrodilla ante Sorgoth y se pone a recitar las palabras mientras el hombre rata lo tortura a Rolo. Y Sorgoth crece… y crece… Y se le abre una boca vertical, como la que tenía en el dibujo de las catacumbas. Y después escuchan la voz dentro de sus cabezas. «¡Aquí la tienes!», dice el dueño ofreciéndole a Carlota, que llora desesperadamente. Entonces Sorgoth abre su boca… y se la traga.
Lo miré con aire misterioso.
—¿Sigo yo? —me preguntó.
Negué con la cabeza.
—Pero después de un rato… la escupe.
—¿Qué pasó? ¿No es virgen?
—No. Y Sorgoth necesita una virgen para recuperar todo su poder. Entonces el dueño se re-calienta. «¡Maldita puta!»
—Che, estaría bueno que estuviera Carlitos —dijo—. Así se da cuenta de que Carlota le mentía.
—Y bueno —dije—, hagamos que estaba… Lo cambiamos por Ralphie y listo…
—Dale. Entonces el que está con Pipo en las catacumbas es Ralphie y el que está colgado del techo es Carlitos. «¡¿Cómo que no eres virgen?!», le dice a Carlota.
—Pero Carlota no le responde —dije—. Está tirada en el piso, toda llena de baba. «¡Eres una maldita mentirosa!», le dice el dueño. «¡Prostituta!» Y se le acerca con la escopeta.
—«¡Déjala!», le grita Carlitos.
—«¡¿Cuántas pijas habrás chupado en tu vida, maldita perra?! ¡¿Cuántas?! ¡Contesta!» Y le golpea la cara con el caño de la escopeta.
—«¡Maldito!»
—Entonces Carlota se pone a llorar —dije— y el dueño aprovecha para meterle el caño en la boca. «Esto será lo último que chupes…»
—«¡Nooooo!»
Golpeé la mesa con la palma de la mano. Maidana imitó el llanto de Carlitos.
—«Eres un asesino…» —dijo.
—«Veo que nos estamos conociendo, muchacho…»
Imité la risa del dueño y le hice una seña a Maidana.
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