lunes, 1 de agosto de 2011

37



     Cinco duendes montados en un dragón, armados con lanzas y espadas. El de adelante lleva una caña de pescar; del anzuelo cuelga una pierna humana. El duende la mantiene suspendida frente a las fauces del dragón para hacerlo caminar.
     —¡Uaaau! ¡Qué copado!… ¡Gracias!
     Maidana me abrazó.
     —Está bárbaro… Lo voy a pegar en la carpeta. —Dudó—. No, mejor lo pongo en un folio y lo cuelgo en mi pieza. Si me lo llegan a romper, me muero.
     Pensé que me iba a preguntar por los pibes, pero no lo hizo.
     —Yo pensaba alquilar unas películas —me dijo—. ¿Te parece?
     —Dale…
     —¿Qué hacemos? ¿Comemos primero o vamos al videoclub?
     —Como quieras…
     —¿Vos tenés mucha hambre?
     —No… Si querés vamos al video, primero.
     —Dale, así después de comer nos tiramos a ver una peli y no tenemos que salir con la panza llena. Aguantá que voy al baño.
     Lo esperé en el living. Miré la computadora y pensé en el tetris porno. Era la primera vez que pisaba la casa desde lo de Angeleri. Con Maidana nos habíamos juntado a estudiar una vez, pero lo habíamos hecho en la biblioteca porque necesitábamos consultar unos libros.
     Maidana salió del baño y agarró las llaves.
     —¿Vamos?
     —Vamos…
     Alquilamos dos películas. Maidana eligió una de terror y yo, Laberinto.
     —¿No preferís una que no hayas visto? —me preguntó.
     —No. Tengo ganas de verla otra vez. Y de que la veas vos también. Estoy seguro de que te va a gustar.
     Miró la parte de atrás de la caja.
     —Los muñecos están buenos… —dijo.
     —Son del mismo tipo que hizo a los Muppets.
     —¿En serio? Yo me los veía siempre. Mis preferidos eran Gonzo y Animal.
     —Los míos también… —dije—. El que no me gustaba era Figueredo. Era un oso pelotudo.
     Se rió.
     Comimos empanadas hechas con la receta de la tía. Estaban ricas como siempre.
     —¿Adónde se fue tu viejo? —le pregunté.
     —A Formosa. Tuvo que ir a hacer unos trámites porque se vendió una casa que heredó de mi abuela.
     —¿Él es de allá?
     —Sí.
     —¿Y tu abuela murió hace poco?
     —No, hace bocha… Pero la casa recién se vendió ahora.
     —¿Tiene hermanos tu viejo?
     —Sí, tres. Y se llevan para el orto. En parte por eso se demoró la venta.
     —Nunca me hablaste de la familia de tu viejo.
     —Apenas los conozco… Los vi un par de veces cuando era chico. Después mi viejo se peleó y no viajamos nunca más.
     Cuando terminamos, levantamos la mesa y Maidana trajo la torta.
     —¡Charáaan!…
     —¿No le pusiste velitas? —le pregunté en broma.
     Se rió.
     —No, ya estoy grande para eso. Además quince velas es demasiado; se me va a incendiar la casa…
     —¿Quince?
     —Sí… Quince años cumplo… ¿No sabías?
     —No… Yo pensé que cumplías catorce.
     Negó con la cabeza.
     —Lo que pasa es que repetí primer grado. Vos no sabías, por eso te confundiste.
     Probé un bocado de la torta.
     —¿Y? —preguntó—. ¿Qué tal me salió?
     —¿La hiciste vos? ¡Está bárbara!…
     Se rió.
     —No, mentira; no la hice yo. Te estoy cargando.
     Sonreí.
     Empezamos con Laberinto. A mitad de la película sonó el teléfono.
     —Hola… Ah, hola, pa… Gracias. ¿Dónde estás?… Ah… No, estoy con Miguel… Creo que sí. Si no, cualquier cosa, le pido fiado a Barbona… No te preocupes, yo me arreglo… ¿Vos estás bien?… Nos vemos el lunes, pa.
     Maidana cortó.
     —Era mi viejo. Vuelve recién el lunes a la noche porque le quedó un trámite por hacer.
     Abrió la boca para decir algo más, pero después dudó y la volvió a cerrar.
     Terminamos de ver la película.
     —Tenías razón —dijo—, me encantó. Cómo me conocés, eh… —Sonreí—. Yo me voy a hacer un té. ¿Querés uno?
     —Dale…
     Acompañamos el té con unas porciones de torta y charlamos sobre la película. En un momento me preguntó:
     —Che, ¿no te querés quedar a dormir?
     Me agarró desprevenido. Tardé unos segundos en responder.
     —Bueno…
     —Así estamos más tranquilos y no tenemos que ver la otra peli a las apuradas…
     Asentí.
     —Aguantá que me fijo si hay algo para cocinar a la noche —dijo—. Si no, le voy a tener que pedir algo a la de al lado. A esta hora ya está todo cerrado.
     Al rato volvió.
     —Puedo hacer unos fideos y mezclarlos con el relleno que me sobró de las empanadas. ¿Te va?
     Ahora me los da de comer en la boca…
     Asentí con la cabeza.
     Después del té vimos la otra película. Se trataba de un maniático asesino que hacía maniquíes con sus víctimas. Maidana quedó fascinado. Durante la cena charlamos de películas de terror y de pesadillas que habíamos tenido. También me contó unas historias de fantasmas que el padre había escuchado en Formosa cuando era chico.
     —Che, ¿y si inventamos una historia de terror? —me preguntó de repente.
     —¿Eh?
     —Para joder… Inventamos una historia entre los dos…
     —Bueno… ¿Pero cómo hacemos? ¿Nos turnamos?
     —Claro…
     —¿Y quién empieza?
     Dudó.
     —Si no, lo que podemos hacer es pensar entre los dos cómo empieza —dijo—. El lugar, los personajes… Esas cosas. Y después nos turnamos para seguirla. ¿Te parece?
     —Dale…
     —Bueno… ¿A vos qué se te ocurre?
     —Y… Hagamos la típica de unos pibes que se van de vacaciones…
     —Bueno, dale. Se van de vacaciones a una isla, ¿te parece? Así no pueden escapar.
     —¿Pero no tienen bote? —pregunté.
     —No —dijo—. Vinieron en una lancha que pasa una vez por semana.
     —Dale. Es una isla en el medio de un lago y hay un hotel, una posada, algo por el estilo.
     —Perfecto. Ya tenemos el lugar. Ahora los personajes.
     —Tres chicos y dos chicas.
     —No, hagamos más… —dijo—. Así los podemos ir matando…
     Me reí.
     —¿Cuántos querés? —pregunté.
     —No sé… Diez… Quince…
     —¿Y se conocen todos entre sí?
     —Sí… O no… Qué sé yo… Capaz que se conocen ahí…
     —¿Y cómo son?
     —Y… Podemos hacer que uno sea el deportista del grupo, otro el inteligente… La típica…
     —Tiene que haber una chica linda.
     —Dos. Que una sea creída y que la otra sea buena.
     —Y otra que sea fea… —dije—. O medio linda pero con anteojos.
     Se rió.
     —La típica… —dijo.
     —Otro puede ser medio punk.
     —¿Y qué más?
     —A ver… —Pensé—. ¿Y si los inventamos sobre la marcha?
     —Dale, hacemos así. Otra pregunta. ¿Los nombres se los ponemos en inglés o en castellano?
     —Qué sé yo… Cualquier nombre…
     —Pero pongámonos de acuerdo…
     —¿Qué importa cómo se llamen? —dije—. Si se van a morir todos…
     Se rió.
     —Bueno, con eso ya está —le dije—. Lo demás lo inventamos en el momento, ¿te parece?
     —Dale.
     —¿Querés empezar vos?
     —A ver, aguantá…
     Se levantó y se fue al trote. Al rato volvió con el grabador y un cassette.
     —¿Lo vas a grabar? —le pregunté.
     Asintió con la cabeza. Puso el aparato en funcionamiento y empezó a hablar con voz grave, imitando el castellano neutro.
     —Uarner Broders presenta… La Isla de la Muerte.
     Me miró con complicidad y se puso a tararear una musiquita de misterio. Me hizo señas de que siguiera.

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