»¿Te estás aburriendo?
—Para nada… —dije.
—No te preocupes que ahora la historia se pone movida… Los tres se despiden del resto y salen. El dueño les dijo dónde está el bote y cómo llegar a la comisaría más cercana. Jack y Charlie van armados. La tercera pistola se la dejaron a los de la casa.
»“No usemos el camino; seríamos un blanco fácil”, dice Jack.
»“Tienes razón”, le dice Pipo, y empiezan a caminar por el bosque.
»“Si algo he aprendido en estos últimos años, muchacho… ha sido a esconderme.”
»“Miren eso”, dice Charlie de repente.
»En unos árboles hay unos dibujos diabólicos que parecen hechos con sangre.
»“Esto no me gusta nada”, dice Jack.
»Más adelante encuentran animales muertos. Algunos empalados, otros colgados de unas ramas… Se nota que fueron torturados porque tienen el cuerpo muy lastimado. Algunos tienen cosas clavadas en los ojos…
»“¿Qué demonios es esto?”, dice Pipo.
»Jack lo mira fijo.
»“No hables de demonios, muchacho…”
»Siguen caminando y, después de un rato, ven una cabaña medio escondida entre los árboles. Jack quiere ir para allá. Pipo lo agarra del brazo.
»“¿Adónde vas?”
»“A echar un vistazo. Quizás conozcamos a nuestro amigo, el de la lanza…”
»Pipo se lo queda mirando.
»“¿Qué sucede, muchacho? ¿Tienes miedo?… Déjame que te explique algo: esto que ves aquí es una pistola y es mejor que cualquier lanza. Es por eso que los vaqueros siempre ganan…”
»Pipo no le contesta.
»“Quédense aquí; volveré enseguida.”
»“Iremos contigo”, le dice Pipo.
»Cuando se van acercando a la cabaña escuchan algo raro, como si alguien estuviera cantando o rezando en un idioma extraño. Se esconden detrás de unos arbustos y de ahí ven a la persona que canta. Es una vieja gorda y negra que tiene puesto un vestido rojo. Al lado de ella hay dos aborígenes, también negros, que están vestidos con taparrabos. Tienen parte del cuerpo y de la cara pintados de blanco. Los tres están postrados, adorando a una cabeza de cabra que está clavada en un palo. Levantan el torso y los brazos, y los vuelven a bajar. Y mientras tanto la vieja reza.
»“Inulainaiurdastraiendaianúuu…”
Me reí.
—¿Qué idioma es ese? —pregunté.
Se rió.
—Qué sé yo… —dijo—. Un idioma diabólico…
—¿Cómo es?
—«Ilunaidaiur…»
Se tentó y no pudo seguir.
—Qué hijo de puta… —dije.
Tardamos bastante en recuperar el aliento.
—¿Entonces? —pregunté.
—La vieja está rezando.
—¿Cómo reza?
—No —dijo—, mejor no lo hago porque me voy a tentar de nuevo… La vieja está rezando en el idioma diabólico. Y ellos están escondidos mirando todo. Y de repente… —me miró con aire misterioso— la cabeza de cabra abre la boca y dice algo en el mismo idioma diabólico… Ellos no pueden creer lo que ven. La vieja escucha lo que le dice la cabeza y lentamente se da vuelta… —la imitó— hasta que queda mirando para donde están ellos. Entonces levanta la mano y los señala… «¡Rástaiu!» —Lo dijo tan de golpe que me sobresalté—. ¡Los aborígenes se levantan y ellos tres salen corriendo! ¡Corren y corren y corren, y los aborígenes están cada vez más cerca! —Se paró—. ¡Entonces Jack se da vuelta y apunta con su pistola, pero, antes de que pueda disparar, una lanza se le clava en el pecho y cae muerto en el suelo! ¡Charlie trata de agarrar la pistola de Jack porque la suya se le cayó, pero está trabada en la mano! —Hizo la mímica—. «¡Deja eso!» ¡Pipo lo agarra del brazo y siguen corriendo! —Corrió en el lugar—. ¡Corren y corren y corren, y llegan a donde está el bote! ¡Saltan al bote y Pipo corta la soga con un cuchillo! ¡Justo a tiempo porque los aborígenes llegan a la orilla y les tiran sus lanzas, pero ellos se agachan y siguen remando!
Se sentó y me hizo una seña para que siguiera. Estaba agitado.
Pensé.
—Cuando ya se alejaron bastante, dejan de remar para descansar un poco —dije—. Los dos aborígenes y la vieja están parados en la orilla, mirándolos. «Dios mío… No puedo creer que esto nos esté sucediendo», dice Pipo. «Esa maldita cabeza estaba viva», dice Charlie. En eso ven que la vieja está haciendo unos movimientos raros con los brazos. Los sube… los baja… los sube… los baja… «¿Qué diablos hace?» «Nos está saludando», dice Pipo, y los dos se cagan de la risa.
—Se ríen por los nervios, ¿no? —dijo.
—Sí. Pero algo les corta la risa…
Lo miré con aire misterioso.
—¿Qué? —me preguntó.
—De repente, sale un monstruo del agua y lo agarra a Charlie…
—¿Cómo es?
—Parece un lagarto gigante. Como un cocodrilo pero más feo. Lo agarra a Charlie con los dientes y lo arrastra fuera del bote. Y cuando lo arrastra, el bote se da vuelta. Pipo se hunde en el agua. Abre los ojos y lo ve al monstruo haciéndolo mierda a Charlie.
—¿No trata de ayudarlo?
—Primero piensa en hacerlo… Agarra el cuchillo y todo… Pero después se da cuenta de que es demasiado tarde. Lo único que puede hacer es intentar salvar su pellejo… Entonces se pone a nadar desesperado. Para la isla, porque le queda más cerca.
—¿No lo están esperando los aborígenes y la bruja?
—Sí, pero él agarra para otro lado. A unos metros de donde está la bruja con los aborígenes, hay unas rocas. Si él logra llegar al otro lado de esas rocas, tiene alguna posibilidad de salvarse. Para llegar ahí, los otros tienen que dar toda la vuelta y eso le daría tiempo para escaparse.
—¿Y ellos no se dan cuenta de que está nadando para el otro lado?
—No. Porque Pipo no es tonto… Primero agarra para donde están ellos. Y a último momento dobla. Cuando lo ven, empiezan a dar la vuelta; pero él llega antes y se pone a correr a toda velocidad.
—¡Corre por tu vida, Pipo!
—Lo aborígenes lo siguen de cerca —dije—, pero él está muy bien entrenado. Ha ganado muchas carreras en su vida… Tiene un montón de medallas… Cuando llega a la casa, se pone a golpear desesperadamente.
»“¡Abran! ¡Abran! ¡Soy Pipo! ¡Vienen detrás de mí!”
»El dueño le abre, lo deja pasar y, justo cuando cierra, una lanza se clava en la puerta… Al principio no le entienden un carajo porque está nervioso y cuenta todo mezclado. Les habla de los aborígenes, de la bruja, del monstruo, de la cabeza de cabra… Después se calma un poco y les explica bien lo que pasó.
»“¿Usted no sabía que había otros habitantes en la isla?”, le pregunta Carlitos al dueño.
»“Sí”, dice el dueño después de un rato.
»“¡Maldita sea! ¡¿Por qué no nos dijo que había aborígenes cuando sucedió lo de la lanza?!”
»“¡Yo no sabía que había aborígenes! ¡Sólo sabía de la existencia de la bruja!”
»“¡¿Y por qué no nos contó nada?!”
»“¡Porque tenía miedo de que me juzgaran!”, dice el dueño y se pone a llorar.
»Resulta que, diez años atrás, el tipo había comprado el hotel por muy poca plata porque nadie lo quería. Por las historias que contaba la gente del lugar, de una bruja que vivía en la isla. El tipo había pensado que eran puras supersticiones y había aprovechado la oferta. Más adelante se había cruzado con la bruja y había visto las cosas que hacía con los animales, pero él se pensó que nada más era una vieja loca que hacía ritos satánicos. Y hasta ahora nunca había pasado nada. Todo esto el tipo lo cuenta llorando y cuando termina le agarra un ataque de tos.
»“Perdón… Perdón… Me siento tan culpable…”
»A los pibes les da lástima y le dicen que se tranquilice. Lo ayudan a sentarse, le traen un vaso de agua…
»“¿Y ahora qué haremos?”, pregunta Rolo.
»“Tendremos que esperar a los de la lancha”, dice el dueño.
»“¿Y si la bruja los mata antes de que puedan llegar hasta aquí?”
»“En ese caso, tarde o temprano la policía se dará cuenta de que algo raro está sucediendo.”
Le hice una seña y se quedó pensando un rato.
—Esa noche los aborígenes atacan la casa —dijo—, pero ahora son diez. Hay más porque son una especie de zombis que la bruja resucita y ella cada vez tiene más poder. Los de adentro traban las puertas y se defienden desde las ventanas. Los pibes con palos y herramientas, el dueño con la escopeta y el negro con la pistola. Se la dieron a él porque es el único hombre adulto que queda, además del viejo. Los dos disparan y disparan, pero las balas no detienen a los aborígenes. Hacen así —tiró el hombro hacia atrás— y siguen caminando. Hasta que el dueño le pega a uno en la cabeza y se da cuenta de que esa es la forma de detenerlos. «¡Apúntales a la cabeza, muchacho!», le dice al negro, y el negro mata a unos cuantos, pero después le tiran una lanza que se le clava en el cuello. Entonces Pipo agarra la pistola y sigue disparando él. Tiene muy buena puntería… Porque de chico ponía latas en fila y jugaba a tirarles con la gomera…
—Qué fenómeno este Pipo… —dije—. Todo lo que hace lo hace bien…
—Sí, es un capo Pipo… Los aborígenes que quedan los termina de bajar él solito y el dueño lo felicita. Seguí vos.
—Bueno… —dije—. Ahora es el día siguiente a la hora del almuerzo. La mayoría no pudo comer o pudo comer muy poco. Están todos sentados en silencio y de repente Ramón estalla.
—Ramón era el punk, ¿no?
—Sí.
»“¡¿Vamos a quedarnos de brazos cruzados esperando a que nos maten uno a uno!?”, dice.
»“¿Qué es lo que propones, Ramón?”, le pregunta Pipo.
»“Propongo que salgamos a buscar a esa maldita bruja y la llenemos de plomo antes de que sea demasiado tarde.”
»“¿Quieres correr la misma suerte que Charlie y Jack?”
»“La bruja no podrá con nosotros si nos unimos en su contra. Y si la matamos a ella, los aborígenes nos dejarán en paz. Estoy seguro de eso.”
»“No querrías salir si hubieras visto lo que he visto yo.”
»Se ponen a discutir hasta que alguien decide hacer una votación.
»“Los que estén a favor de salir, que levanten la mano.”
»Y nadie la levanta.
»“Está bien… Si nadie quiere acompañarme, tendré que hacerlo yo solo. Dame la pistola, Pipo.”
»“Puedes hacer lo que quieras con tu vida, pero el arma se quedará aquí.”
»“¡He dicho que me des la maldita pistola!”, dice Ramón, y se le tira encima. Los dos caen al piso y se agarran a las trompadas. Todo pasa tan rápido que los demás no saben qué hacer. Después de forcejear un rato, Ramón le quita la pistola a Pipo y sale corriendo de la casa. Los otros lo siguen, pero hasta la puerta nomás. Desde ahí se lo quedan mirando.
»“¡Cobardes!”, les grita Ramón, y después se interna en el bosque.
Le hice una seña para que siguiera.
—A ver… —dijo—. Ramón hace el mismo recorrido que los otros… Ve los dibujos, pasa por donde están los animales muertos y después llega a la cabaña. Esta vez no se escucha nada… Ramón se acerca sigilosamente y se esconde detrás de un árbol. Cuando se asoma para mirar, casi vomita. En un palo está clavado el cadáver de Jack y dos aborígenes le están comiendo las entrañas… Ramón apoya la espalda en el árbol y respira hondo. —Lo imitó—. Cuando se recupera un poco, se vuelve a asomar. Cerca del cadáver empalado está la bruja, arrodillada frente a la cabeza de cabra. Ramón da la vuelta para quedar detrás de ella. Entonces, con mucho cuidado, prepara el arma… apunta… y dispara… Primero piensa que falló, porque la bruja se queda quieta, pero después ve que le sale sangre de la nuca. Y entonces sucede algo que lo llena de horror… —Me miró con aire misterioso—. Lentamente, la bruja gira la cabeza hasta que su cara queda mirando para atrás, como en El Exorcista… Después abre la boca… escupe la bala… y sonríe… «Rástaiu…» —Lo dijo en un susurro—. Ramón trata de escapar, pero unos árboles se convierten en aborígenes y lo atrapan.
Me hizo una seña.
—Esa noche los aborígenes vuelven a atacar —dije—. Y esta vez son como cincuenta. Los de la casa taparon las ventanas con tablas de madera, dejando espacios para que el dueño pueda mirar y disparar con la escopeta. El viejo corre de un lado para el otro. No da abasto. Los aborígenes empiezan a sacar las tablas de algunas ventanas. Los pibes los rechazan con los palos y las herramientas, pero las ventanas son muchas y ellos son demasiado pocos. Encima después se corta la luz. Se ve que los aborígenes rompieron algo de la electricidad. Si antes era difícil mantenerlos a raya, ahora se hace imposible. Parte de la casa ya está tomada. Ellos van trabando las puertas con muebles y los aborígenes las van rompiendo con sus lanzas. Cuando la situación ya es insostenible, el dueño se desploma en un sillón, agotado. Pipo se ofrece a relevarlo con la escopeta.
»“No servirá de nada, muchacho; hemos llegado al límite. Tendré que soltar al perro.”
»Los pibes se miran como diciendo: “Pobre viejo, está delirando”. Entonces el dueño se levanta y va hasta la puerta del sótano, que es donde está el perro. Estuvo ladrando toda la noche, por los ruidos.
Maidana ladró. Proseguí.
—«¡Tranquilo, Guardián! ¡Voy a soltarte y podrás darles su merecido!»
»Todos lo miran con lástima.
»“Cuando cuente tres, abrirás la puerta de entrada”, le dice a Pipo. “Uno… Dos… Tres. ¡Ahora!”
»Pipo se queda quieto.
»“¡He dicho que abras la puerta, muchacho!”
»“Tranquilo, señor…”
»“¡¿Por qué me hablas como si estuviese loco?! ¡Maldita sea! ¡Abre la puerta o te volaré la tapa de los sesos!”
»“Baje el arma, señor…”
Golpeé la mesa con la palma de la mano. Maidana se sobresaltó.
—¿Lo mató?
—No, pero el tiro le pasó cerca. Al lado de la cabeza.
—¿Falló o tiró para asustarlo?
—Tiró para asustarlo. «¿Ahora abrirás la maldita puerta?» Pipo se da cuenta de que no le queda otra que obedecer. Y abre la puerta…
—Nooo…
—Entonces el dueño deja salir al perro. Si es que se lo puede llamar así…
Lo miré con aire misterioso.
—¿Por qué? —me preguntó—. ¿Cómo es?
—Es grande como un caballo. Y el cuerpo es de perro, pero tiene tres cabezas humanas, peladas y sin cejas.
Maidana me miraba fascinado.
—Uaaauu…
—Cuando el dueño lo suelta, va directo a la puerta de entrada y ataca a unos aborígenes que estaban por entrar. Los hace mierda. Los muerde, les clava las garras, les pega con la cola que es como una serpiente… Y después va corriendo a buscar al resto. Casi todos los pibes se escapan. Algunos para afuera y otros para adentro. El monstruo no los sigue, pero ellos están cagados. Uh, también está la mina con el hijo; me había olvidado… Después vos fijate quién se va para cada lado. Unos pocos se quedan donde están, paralizados del terror. El dueño se caga de la risa. Saca las tablas de una de las ventanas y se pone a mirar la masacre. «¡Vamos, muchacho! ¡Dales duro!» Cuando queda un solo aborigen, le chifla al perro para que lo traiga con vida. «Dile a tu madre que el reino de Satanás ha terminado; los Antiguos han regresado.»
—¿Qué son los Antiguos? —me preguntó.
—Ya vas a ver… —dije—. Seguí vos.
—¿Ya terminaste?
—Sí. El dueño le da ese mensaje al aborigen y lo deja salir de la casa.
—Che, está quedando buena la historia…
Asentí con la cabeza y le sonreí.
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