domingo, 28 de agosto de 2011

41



     —Volvemos a las catacumbas —dijo—. Pipo y Ralphie caminan y caminan hacia el norte hasta que encuentran la salida. Y cuando salen, unos aborígenes los atrapan y los llevan con la bruja. Ellos piensan que van a morir, pero la bruja tiene otros planes. Quiere hacer un pacto. Les dice que si la ayudan a vencer a Sorgoth, ella los va a dejar tranquilos. A ellos y a sus amigos.
     »“¡No haremos pactos con Satanás!”, le dice Ralphie, porque él es muy religioso.
     »“No tienen alternativa. A menos que prefieran sucumbir ante el poder de los Antiguos.”
     »“¡Esta es nuestra alternativa!”, dice Ralphie mostrando una cruz que tiene colgada.
     »Entonces la bruja se entra a cagar de la risa.
     »“¿Aún crees en Dios?”
     »“¿Qué debemos hacer?”, pregunta Pipo.
     »Ralphie lo mira como diciendo: “¿Te volviste loco?”.
     »“Deben clavarle esta daga. Eso lo enviará de vuelta al Vacío Intemporal.”
     »“¿Pero cómo haremos para llegar hasta él? Tendremos que enfrentarnos con el dueño y sus hijos…”
     »“Un guerrero los escoltará”, dice la bruja.
     »Ellos piensan que va a ser un aborigen, pero no: es Jack resucitado.
  Me hizo una seña.
     —Mientras tanto —dije—, en la casa, el hombre rata está buscando una virgen para Sorgoth. Busca a la chica medio linda pero con anteojos. ¿Te acordás que íbamos a poner una?
  —Sí.
  —Bueno, esta chica se llama Conchita.
  Se rió.
  —Conchita virgen… —dijo.
  Sonreí.
     —El hombre rata entra a una habitación y la encuentra. Pero Conchita ya no es virgen… Se la está violando el mogólico. «¡¿Qué estás haciendo, idiota?! ¡Lo has arruinado todo!», grita el hombre rata. Pero el mogólico ni lo escucha, se sigue garchando a la mina. Entonces el hombre rata se re-calienta y los ensarta a los dos juntos con una lanza que encuentra en el piso.
  Se rió.
  —La típica…
     —Después va con el padre y le cuenta lo que pasó. «No te preocupes, hijo mío; todavía queda una virgen. Sorgoth la percibe.»
  —¡Susan!
  Asentí con aire misterioso.
     —Pero antes de ir a buscarla, lo torturan a Carlitos —dije—. Y a Sorgoth le crece el ojo. —Le hice una seña—. Vos.
     —Pobre Carlitos… —dijo—. Se había salvado y lo volvimos a atrapar… —Sonreí—. Yo sigo con Pipo y Ralphie. Están volviendo para la casa acompañados por Jack. Ellos lo miran. No pueden creer que esté muerto. «Jack…», le dice Pipo. Pero Jack no le contesta. Ni siquiera lo mira. «No pierdas tu tiempo», dice Ralphie. «Tan sólo es una marioneta. Una marioneta de Satanás.» Entonces escuchan una voz. «¿Han regresado por mí, amigos?» Se dan vuelta… y ven el torso de Poroto enganchado a uno de esos tractores que se usan para cortar el pasto. Como si fuera unn… centauro. ¿Centauros se llaman los que son mitad hombre, mitad caballo?
  —Sí, centauros.
     —Bueno, uno de esos. «¿Les gusta mi nueva silla de ruedas?», les pregunta con cara diabólica, y empieza a avanzar hacia ellos. Pero entonces se adelanta Jack, que tiene una motosierra.
  —¿De dónde la sacó? ¿Se la dio la bruja?
     —No, la agarró de un galpón que hay adelante de la casa. Poroto se caga de la risa. —Lo imitó—. «¡Esto será divertido!» Jack lo lastima un poco con la motosierra, pero él lo hace mierda con las cuchillas del tractor. Entonces Pipo y Ralphie empiezan a correr. Saltan una cerca y Pipo entra a la casa, pero Ralphie frena de golpe porque escucha que Poroto lo llama. «¡Ayúdame, Ralphie! ¡Este dolor es un infierno!» Ralphie no sabe qué hacer. Duda porque la voz ya no es diabólica. Entonces decide ayudar a Poroto. Salta la cerca de nuevo… y cae justo encima de las cuchillas del tractor. «¿Aún crees en Dios?»
  Imitó la risa de Poroto y me hizo una seña para que siguiera.
     —Pipo llega a la casa justo cuando el dueño la está por meter a Susan en el sótano —dije—. La está obligando a bajar la escalera apuntándole con la escopeta. Pipo tiene un hacha; la agarró del galpón cuando Jack agarró la motosierra. Con el hacha le parte la cabeza al dueño.
  —¡Esa, Pipo!
  —«¡Pipo!», grita Susan, y lo abraza llorando.
  Maidana imitó el llanto.
  —«Pensé que habías muerto, Pipo…» —dijo.
     —«No llores, nena; ya estoy aquí para protegerte.» Entonces Susan se tranquiliza y Pipo le explica lo de la daga y lo del pacto con la bruja. «Deja que te acompañe, Pipo…» «De ninguna manera, Susan. Tú debes quedarte aquí.» «¡No! ¡No quiero dejarte solo!», dice Susan, y se pone a llorar de nuevo. Pipo no quiere que vaya porque tiene miedo de morir, pero le mete una excusa para que ella le haga caso. «Susan, tú debes cubrirme. Debes quedarte aquí con la escopeta. Si bajamos los dos, correremos el riesgo de que alguno de los hijos del dueño nos ataque por la espalda.»
  —O la esposa. La enfermera.
  —«O la esposa. La enfermera» —repetí.
  Maidana se rió. Yo me tenté pero pude proseguir.
     —Entonces Susan acepta. «Tienes razón, Pipo. Me quedaré.» Pipo baja… empuja el ladrillo… y entra a la sala de tortura. Lo primero que ve es a Carlitos en el potro, todo hecho mierda. Y detrás del potro lo ve a Sorgoth, en el mismo rincón de siempre. Lo ve más grande y le ve la boca; pero el ojo no, porque lo tiene cerrado. Entonces se va acercando lentamente… Y cuando está a punto de clavarle la daga… Sorgoth abre el ojo… —Maidana parecía fascinado—. Pipo no puede dejar de mirarlo. Abre la mano y deja caer la daga. Y después… pega la vuelta… Susan lo ve salir del sótano con la mirada perdida. «¡Pipo! ¡¿Estás bien?!», le pregunta, y Pipo la abraza. Entonces ella se piensa que Pipo acabó con Sorgoth y que no habla porque está medio shockeado. Y se pone a llorar de alegría.
  Maidana hizo un sonido raro y me cagué de la risa.
  —¡¿Qué es eso?! —pregunté.
  Él también se rió.
  —¡Un llanto de alegría! —dijo.
  —¡Parecés un caballo, hijo de puta!
     —Y bueno… Qué sé yo cómo es un llanto de alegría… Yo cuando estoy alegre no lloro…
  Cuando recuperamos el aliento, proseguí.
     —Ay, qué hijo de puta… Bueno, entonces se pone a llorar de alegría. —Estuvimos a punto de reírnos pero nos pudimos contener—. Pero de repente… la alegría se le corta… —Lo miré con aire misterioso—. Porque Pipo la empieza a arrastrar para el lado del sótano…
     Le hice una seña.
     —Uh, a ver… —dijo—. Dejame pensar… Pipo la alza y empieza a bajar las escaleras.
     —Uy, boludo, nos olvidamos de que tenía el brazo partido…
     —Cierto… Bueno, el hacha la pudo agarrar con una sola mano. Y a Susan la agarra con las dos porque está poseído. No siente dolor.
  —Bueno, dale.
     —«¡Pipo! ¡Pipo! ¡¿Qué sucede?! ¡¿No me reconoces?! ¡Soy yo: Susan!» Pero Pipo sigue bajando la escalera… Entonces a Susan se le ocurre una idea. «¿No recuerdas nuestra canción, Pipo?» Y se la pone a cantar. «Tú sabes que yo estaré allí… para estar contigo… Tú sabes que yo estaré allí… para estar contigo…»
  No pude aguantar más y me maté de la risa.
  —¡¿Qué canción es esa?! —pregunté.
  Él también se rió.
  —¡Ninguna! —dijo—. ¡La estoy inventando, boludo!
  Ya me dolía la panza.
  —¡No puedo respirar, hijo de puta!
  Cuando recuperamos el aliento, prosiguió.
     —Aahh… Entonces sigue cantando así. Y al principio no pasa nada. Pero después Pipo empieza a repetir algunas palabras sueltas. Y cuando termina de bajar la escalera, se queda quieto y se pone a cantar con ella.
  Lo interrumpí.
     —¡Entonces aparece el hombre rata y le clava una guadaña en el cuello!
     Maidana se rió. Proseguí.
     —«¡Pipo!», grita Susan desesperada, y el hombre rata la empieza a arrastrar hacia la sala de tortura. «¡Suéltame, maldito! ¡Suéltame!» «¡Papá ha muerto, pero yo terminaré lo que él ha comenzado!» Entonces a Susan se le ocurre otra idea. La segunda de la noche. «¿Tienes una virgen entre tus brazos y vas a desperdiciarla de este modo?» «¿De qué estás hablando, nena?» «¡De esto!», dice Susan y le muestra las tetas. Entonces el hombre rata duda. Deja de caminar y le empieza a tocar las tetas. Después la tira al suelo y se las empieza a chupar. Susan tiene ganas de llorar pero se las aguanta y, con mucho cuidado, estira la mano para agarrar un…
     Me interrumpió.
     —¡Pero en ese momento un disparo le vuela la cabeza al hombre rata!
     Me reí. Prosiguió.
     —¡Porque Pipo no estaba muerto! Lentamente se había arrastrado hasta la escopeta del dueño y…
  —Pero si la escopeta estaba arriba… —dije.
     —¡No! —dijo—. ¡Porque sin querer Pipo la pateó cuando estaba poseído y cayó por la escalera! —Me reí—. «¡Pipo!» Susan va corriendo hasta él. «¡Pipo! ¡Pipo!» —Imitó una respiración entrecortada—. «Susan… eres la única sobreviviente…» Susan se pone a llorar. «No digas eso… Tú estarás bien…» Y le acaricia la cabeza.
  —Boludo, nos olvidamos de Peter…
  —¿Eh?
  —Que nos olvidamos de Peter; Susan no es la única sobreviviente.
  —Tenés razón… —dijo—. Peter… El que se reía… ¿No falta ninguno más?
  —No sé… Hacé una cosa: pará un cacho la grabación y hacemos una lista.
  —Dale.
  La hicimos y era el único que faltaba.
  —¿Entonces qué hacemos con Peter? —pregunté.
     —Vos dejamelo a mí —dijo Maidana, y reanudó la grabación—. Volvamos a la parte en la que el dueño saca al monstruo del sótano. La madre y el hijo salen corriendo. Y detrás de ellos sale Peter. Pero cuando se encuentra con los enanos, dobla para el otro lado. Sigue corriendo y de repente se tropieza. Y cuando cae al suelo, la cara le queda delante de unos zapatos. Mira para arriba y a que no sabés lo que encuentra…
  —¿Qué?
     —Unas piernas… Nada más… Peter se pone a temblar. No puede creer lo que ve. Y entonces de atrás de las piernas sale la cabeza de Ramón y le dice: «¿Es esto lo que buscas, amigo?». —Imitó los gritos de Peter—. «¿Qué sucede, Peter? ¿Esto no te causa risa?» Y le empieza a hacer muecas. —Las hizo—. «Si esto no te la causa, tengo algo que sí lo hará», le dice, y en ese momento los brazos de Ramón se descuelgan de un árbol y caen encima de Peter. Peter se desespera. Las manos de Ramón lo empiezan a ahorcar. Tienen una fuerza sobrehumana. Peter se las trata de arrancar y no puede. Entonces agarra su navaja y empieza a acuchillarlas, pero está tan descontrolado que también se la clava en el cuello… Y mientras tanto, la cabeza de Ramón se ríe… —La imitó—. Ahora volvemos con Pipo y Susan. «Tú eres la única sobreviviente… Debes acabar con ese demonio… Y por nada del mundo… mires su ojo…» Y después de decir eso… Pipo muere. Susan se queda un rato con él, llorando desconsoladamente. Después se levanta, se seca las lágrimas y entra a la sala de tortura… Lentamente se acerca a Sorgoth, mirando para otro lado, encuentra la daga y…
  —Ojo que Sorgoth se la va a tratar de comer… —dije.
     —Ya sé… —dijo—. Y ella también lo sabe. Es parte de su plan… Cuando Sorgoth la agarra, se deja arrastrar. Y cuando se la está por comer… ¡le clava la daga en el ojo! Entonces se escucha un grito monstruoso y Sorgoth se achica hasta que desaparece. Y Susan queda arrodillada en el piso, como shockeada. ¿La terminamos así?
     —No —dije—, falta el final final. Susan se levanta y empieza a caminar, así shockeada como decís vos. Sale de la sala de tortura y pasa por al lado del cadáver de Pipo, pero ni lo mira. Después sube la escalera, pasa por arriba del cuerpo del dueño y sale de la casa. Sigue caminando y se cruza con otros cadáveres. El de Ralphie, todo destrozado. El de Poroto, enganchado al tractor. El de Jack. Más adelante el de Peter. Y finalmente llega a la casa de la bruja. Ahí la encuentra, con algunos aborígenes, adorando a la cabeza de cabra. Están postrados y hacen los movimientos que vos decías: levantan el torso con los brazos en alto y lo vuelven a bajar. Susan se deja caer al lado de uno de ellos. Después, lentamente, gira la cabeza y mira a la cámara. Y ahí vemos que tiene los ojos rojos… Entonces mira de nuevo para adelante y se pone a hacer los mismos movimientos que los otros… Y ahí: títulos.
     —¡Qué finaaal! —dijo Maidana y aplaudió—. Y mientras pasan los títulos, van apareciendo imágenes de los personajes. En las escenas más importantes que tuvieron. Por ejemplo… —Hizo como que nadaba y se quedó quieto como si lo hubiesen puesto en pausa—. ¡Pipo!
  Nos reímos.
     Después seguimos con el resto. Algunos los hizo él y otros los hice yo. Nos matamos de la risa.
  —Che, el lunes te llevo un cassette al colegio para que me lo grabes —le dije.
     —Dale… Quedó bárbara la historia… Me encantó lo de los Antiguos. ¿Lo inventaste vos?
     —Más o menos; algunas cosas las saqué de un libro. El lunes te lo llevo para que lo leas.
  —Bueno…
     Levantamos la mesa y nos fuimos a acostar. Maidana tiró un colchón en la pieza del padre porque era más grande que la suya. Su idea era que yo durmiera en la cama, pero al final logré convencerlo de que la usara él. Una vez acostados, inventamos dos historias más: otra de terror y una de duendes. No las pudimos grabar porque Maidana no tenía más cassettes.
     —El virgen era para Sorgoth —le dije, y se rió.
     Cuando terminamos, apagó la luz y nos dispusimos a dormir. Pero después de unos minutos me llamó.
     —Miguel…
  —¿Qué?
  —Gracias por venir… La pasé re-bien…
  Tardé unos segundos en contestarle.
     —Gracias a vos, Cristian…

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