lunes, 4 de abril de 2011

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     —¿Y esos dibujos?
     —¿Cuáles?
     Señalé su libro de inglés.
     —Ah, esos… Me lo agarraron los pibes y lo llenaron de dibujos de pijas, para cargarme.
     Agarré el libro y lo miré de cerca.
     —¿Pero qué es esto? ¿Pijas con cara y ropa?
     —No, boludo… Eso se lo agregué yo para que la profesora no se dé cuenta de que son pijas.
     Angeleri estaba detrás de Maidana; me miró y se mordió el labio inferior. Fingí no haberlo visto.
     —Cristian —dije—, no te sientas mal, pero me parece que se nota.
     —Qué se va a notar… Vos te diste cuenta porque yo te lo dije.
     Encontré una que me hizo reír.
     —¡Le pusiste sombrero y pipa, hijo de puta!
     Maidana se mataba de la risa.
     —¡Claro! ¡Si es una pija inglesa, boludo!
     Me salían lágrimas.
     —Che, yo paso al baño, Cristian.
     Angeleri tenía puesta su mejor cara de culo.
     —Pasá, pasá…
     —¿Le pusiste globitos de diálogo también?
     —Sí, para desorientar más.
     Ya me dolía el estómago.
     —¡Pijas vestidas que hablan! ¡Qué hijo de puta!
     —Leé lo que les… Leé lo que les…
     —¡Respirá, boludo! ¡Te vas a morir!
     Maidana se quedó recuperando el aliento mientras yo leía los diálogos.
     En un salón de fiestas, una pija con anteojos preguntaba: «¿Hace mucho que conoce al dueño de casa?». «Éramos compañeros en la primaria», le respondía una de bigotes.
     —Tendrías que haberlas hecho hablando en inglés. Así la desorientabas más.
     —Se me ocurrió, pero no sé tanto inglés.
     Vio un dibujo que yo tenía en la carpeta.
     —¿Te acordaste del dibujo de Bart Simpson?
     Me hice el boludo y cambié de tema.
     —Este libro es una poronga; los dibujos son chotos.
     Maidana se entró a cagar de la risa otra vez.
     —Che… ¿Vamos a laburar o no vamos a laburar?
     Angeleri había vuelto del baño.



     A raíz de este tipo de incidentes, empezamos a salir al recreo con nuestras mochilas. Tortonese nos cargaba.
     —¿Tan temprano se van?



     Un paraje desértico. En el centro, un poco a la izquierda, una torre negra. Alrededor de la cúspide vuelan tres demonios, con alas de murciélago. A la derecha, un árbol muerto y retorcido; sobre sus ramas se posan otros cuatro demonios. Al pie del árbol, los restos de un hombre son devorados por dos demonios más. Al lado del hombre quise hacer un caballo; como no me salía, lo tuve que borrar. A lo lejos, un cordón montañoso. Hubiese querido que un dragón sobrevolara las montañas, pero la profesora nos había dado media hora nada más.
     —Qué hijo de puta…
     Tortonese fue el primero en verlo.
     —¿Cómo qué hijo de puta? —dijo la profesora riéndose.
     —Es una forma de decir, profe. Hijo de puta en el sentido de que dibuja muy bien.
     —Sí, la verdad que tiene muchas aptitudes… Pero hay mejores formas de decirlo, che… Es imaginativo también y eso es muy importante.
     Las clases de educación plástica habían empezado tarde, por razones administrativas. Hasta ese momento no había logrado que vieran mis dibujos, a pesar de mis esfuerzos constantes. Todo el tiempo los dejaba sobre mi banco, como por casualidad. Ni siquiera los vieron el día que hicieron avioncitos con las hojas de mi carpeta.
     De a poco se fueron acercando.
     —Uh… Estás re-loco, chabón…
     —¡Qué copado!
     —¡Mirá los detalles!
     —Qué cara de hijo de puta que tiene ese…
     —¡Mirá cómo le arranca la lengua!
     —¿Y acá qué quisiste hacer?
     —Nada.
     No quise que supieran lo del caballo.
     —Sos un hijo de puta, Olarticoncha.
     —¡Y en media hora nada más!
     —Mirá lo que hice yo. Ahora me dan ganas de romperlo.
     —A mí no me sale ni el arbolito.
     Me reí.
     Ya estaban todos alrededor del dibujo. O casi… El único que seguía en lo suyo era el Turco.
     —¡Che, Turco! ¿Viste cómo dibuja Olarticoncha?
     —Se mandó unos demonios re-copados.
     —Psé… Todos los tragas dibujan bien.
     Nadie le dio bola.
     —Che, ¿y esto te lo imaginás vos o lo copiás?
     Ya me parecía raro que nadie hubiese hecho la pregunta de siempre. No era de extrañar que la hiciese Boglioli.
     —Me lo imagino yo.
     —¿Y de dónde lo va a copiar, boludo? —dijo Tortonese—. ¿No ves que lo hizo acá?
     —Ya sé, boludo, pero quiero decir si se lo imagina o si lo vio en algún lado…
     —¿Lo viste en algún lado, Olarticoncha?
     —No.
     También estaban mirando las chicas; eso me produjo más satisfacción todavía. Sobre todo por Lezcano.



     Roxana Lezcano está en la segunda fila, justo abajo del Tano. Lleva el pelo atado pero se deja dos mechones sueltos, que le enmarcan la cara de muñeca. Tiene la boca bien roja y, aunque no se lo vea en la foto, un culo espectacular.
     Junto a ella está su mejor amiga, Marina Domínguez. Le decían la Bizcocho, por razones obvias.
     Y al lado de Domínguez está Mendoza, morocho y cabezón. Parece que los ojos le van a reventar. Su corte de pelo tiene cierto aire al de Angeleri, pero a él no lo trataban de puto.



     Maidana y Angeleri se habían ido al quiosco. Mendoza se me acercó.
     —Che, Olarticoncha… ¿No me hacés un dibujo?
     —¿Qué?
     —Un león cogiéndose a un lobo. ¿Te sale?
     Era por algo de fútbol. No entendía qué representaba cada animal, pero poco me importaba.
     —¿Normales o con cuerpo de hombre?
     Pensó.
     —Con cuerpo de hombre, mejor.
     Lo hice.
     —Está bueno, pero al lobo hacelo más sufrido si podés. Y al león hacelo como gozando, no con cara de malo. ¿Es mucho quilombo?
     —No.
     Les borré las caras y las dibujé de nuevo.
     —¡Espectaculaaar! ¡Sos un fenómeno, Olarticoncha!
     Se fue corriendo con su dibujo. Parecía un nene.
     Al rato entró Benzaquén.
     —¿Qué me hacés, Olarticoncha? Estuviste flojo, eh…
     —¿Por?
     —¿Cómo lo vas a hacer al león cogiéndose al lobo, campeón?
     ¿Y? ¿Qué hay? Si quiero hago a un toro cogiéndose a tu vieja, pensé, pero le dije:
     —Me lo pidió Mendoza.
     —Todo bien, máquina, ¿pero no me lo hacés al lobo cogiéndose al león?
     Cuando lo terminé, sonó el timbre.
     —Te salió mejor el del Cabezón, che…
     Justo entraba Mendoza.
     —Y… El pibe sabe quién es el campeón… ¿No, Olarticoncha?
     Me palmeó.
     —¿Qué pasó? —me preguntó Maidana.
     —Nada… Que les hice unos dibujos.
     —Ah…

4 comentarios:

  1. Mi tocaya es la chica bizca.. esperemos que al menos sea gauchita!

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  2. Jajaja... Mmmhh... En un par de capítulos sacá la conclusión vos misma.
    ¡Gracias por pasar!
    ¡Bienvenida!

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  3. Como no iba a saber que eran el Pincha y el Lobo! perdón tenía que decirlo.

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  4. No, Miguel no lo sabía.
    Y tampoco le importaba.

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