lunes, 4 de julio de 2011

30

     Angeleri había cumplido años durante las vacaciones. Maidana lo había saludado por teléfono, pero el regalo recién se lo dio cuando comenzaron las clases.
     —¡Feliz cumpleaños! —le dijo tendiéndole un alfajor.
     —¡¿Qué, Balín?! ¡¿Cumpliste años?!
     Angeleri lo miró a Maidana con bronca.
     —¡Feliz cumpleaños, Balín!
     Todos se le fueron encima. El alfajor quedó aplastado en el piso.
     Cuando llegó Tortonese, nadie lo saludó. Ni siquiera Boglioli. Algunos se reían por lo bajo. Esperaron a que se sentara en su banco y todos se sentaron en la otra punta del aula. Se mataban de la risa.
     —Qué graciosos que son, eh… Qué vivos… Parecen pendejos de primaria.
     —¡Mirá: preferimos sentarnos con los putos antes que con vos! —dijo el Tano, y todos se rieron.
     Yo me quedé donde estaba.
     —¡Vení, Olarticoncha! ¡Dejalo solo!
     Sonreí pero no dije nada.
     —Olarticoncha es el único maduro —dijo Tortonese.
     Yo no tenía ningún problema con Tortonese, pero, si tengo que decir la verdad, la principal razón por la que me quedaba era Lezcano.
     —Lo que pasa es que Olarticoncha es demasiado bueno —dijo el Tano.
     Algunas de las chicas se quejaron del cambio de bancos, pero los usurpadores se negaron a volver a los suyos. Los únicos varones que quedamos del lado izquierdo fuimos Tortonese y yo.
     —¿Me puedo sentar al lado tuyo? —me preguntó.
     —Bueno —le respondí.
     Fiorentino y Olivera siempre habían estado del lado derecho. Maidana y Angeleri también. A ellos dos, la nueva distribución de alumnos no los había favorecido para nada. Ahora tenían al Turco y al Tano detrás.
     —¡Miguel! —exclamó Lezcano en cuanto me vio—. ¡Gracias por la caaarta!
     Me dio un beso.
     —Tenía ganas de contestártela, pero no sabía si te iba a llegar a tiempo… 
     —Si la mandabas enseguida, sí. Pero no importa.
     —Qué linda sorpreesa… No sabés lo contenta que me puse. Qué pena que no te la respondí…
     —No te preocupes…
     La primera hora fue de geografía. En un momento me di vuelta porque escuché que el Tano y el Turco se reían por lo bajo. Se escupían el dedo mayor y, sosteniéndolo con el pulgar, lo usaban como catapulta para tirar la saliva. Todos los proyectiles iban a parar a las espaldas de Angeleri y Maidana. Tanto se reían que Angeleri se dio vuelta para ver qué pasaba.
     —¿Qué mirás, Balín? —le dijo el Turco, y le metió un garzo en el medio de la cara.
     En el primer recreo fui al baño. Estaba meando y entró Tortonese.
     —Che, Olarticoncha… ¿Qué onda con Lezcano?
     —¿Eh?
     —¡No te hagás el boluuudo! Mucha cartita, mucho besito… Dale, contá.
     —Nada que ver, boludo… Es una amiga…
     —¡Amiga! ¡Andáaa! —Se rió—. A mí esas cosas no se me escapan, boludo… —La imitó a Lezcano—. Qué lindo dibujiiito… Mirá qué feo es el míiio…
     Hizo puchero y se cagó de la risa.
     —Hablamos de dibujo… ¿Qué tiene que ver?
     —Dale, Olarticoncha; no te hagás el boludo que no te sale. Contame lo de la carta. Te juro que no se lo digo a nadie.
     —No hay nada que contar, Tortonese. Le escribí una carta desde La Pampa para saludarla y contarle del viaje. Nada más.
     —¿Nada más?… No te creo. —Se rió—. Te tendrías que ver la cara… Mirate. Mirate en el espejo.
     —Qué pesado que sos, Tortonese…
     Abrí la puerta y me fui.



     Yo le tengo que decir algo; no puedo ser tan boludo…
     ¿Qué le voy a decir si anda atrás del pibe ese?
     Pero todavía no pasó nada…
     No pasó nada… Que yo no me haya enterado no quiere decir que no haya pasado. ¿Cómo puedo saber que no pasó nada en las vacaciones? O cuando salieron a correr juntos.
     ¿Y si pasó algo, qué? Esas son excusas nada más. Acá el problema es otro. El problema es que no me animo a hablarle. Estoy dele hacerle dibujitos y no le digo nada. A las minas les gustan los tipos que van de frente.                    
     Yo no soy ese tipo de hombre. Parezco un nene. Un nene mogólico… ¿Por qué me cuesta tanto? A los pibes normales les es tan fácil… Se va a ir con ese Daniel y yo me voy a quedar solo… ¿Cómo puedo competir con ese tipo?
     Me quedé pensando un rato largo, acostado en la cama.
     Le voy a hacer un dibujo… Pero no un dibujito así nomás; le voy a hacer una lámina. ¿De qué puede ser?… De animales. A ella le gustan los animales que dibujo. Puedo hacer una lámina llena de animales. Los copio de fotos.
     Desde chico venía juntando todas las fotos de animales que encontraba en las revistas. Las recortaba y las guardaba en una carpeta.
     Y le escribo una dedicatoria… Y en la dedicatoria le digo algo, no como en la carta esa de mierda que le escribí. Entonces, cuando la lea, me va a mirar y me va a preguntar algo. Y no me va a quedar otra que decirle la verdad.



     Al lado del Turco está Benzaquén, el más alto del curso. Creo que está por bostezar. Tiene un gesto tan raro que parece otra persona. Si no fuera por la nariz de boxeador, no se lo reconocería.



     Benzaquén le pateó la pierna a Angeleri. Angeleri rodó por el piso y varios se rieron. Lo venían haciendo desde que había empezado el partido. Jugando al fútbol, a Maidana no lo jodían tanto. Creo que porque jugaba bastante bien.
     Yo me había sentado al costado y desde ahí miraba. Así estuve hasta que el profesor se me acercó.
     —¿Usted no juega?
     —No.
     —¿Por qué?
     —No me gusta.
     —¿Sabe lo que pasa? Esto es parte de la clase también, tanto como los ejercicios. Que los muchachos se estén divirtiendo no significa que sea recreo.
     Me levanté con desgano.
     —¿Nunca juega al fútbol?
     Negué con la cabeza.
     —¿Y qué hace además de venir al colegio?
     Me hago la paja, viejo de mierda, pensé, pero le dije:
     —Dibujo.
     —Hay que hacer alguna actividad física también…
     Me dispuse a entrar a la cancha, pero prosiguió.
     —Además el fútbol es un deporte social; es una forma de relacionarse con los demás. Tiene que interactuar con sus compañeros…
     Me lo quedé mirando.
     —Vaya —me dijo.
     Entré a la cancha.
     —¡Esa! ¿Vas a jugar? —me preguntó el Gato.
     —Sí. El viejo de mierda quiere que juegue…
     El Gato se rió.
     —Vení con nosotros que nos falta uno.
     Angeleri se había cansado de que lo patearan y había pedido ir al arco, pensando que con esa iba a zafar. Ahora los pibes jugaban a pegarle con la pelota. Le habían puesto puntaje a cada parte de su cuerpo. Los más altos los tenían las bolas y la cabeza. Hasta los de su propio equipo le tiraban cuando el profesor miraba para otro lado. En un momento le pegaron un pelotazo en la cara y empezó a sangrar por la nariz. Todos se rieron.
     —¡Nooo! ¡Pinchaste la pelota, Balín!
     Angeleri se fue al baño con la cabeza para atrás.
     —A partir de la semana que viene, va a haber cambio de horarios —nos dijo el profesor antes de que nos fuéramos—. La clase va a empezar una hora más tarde.
     Camino a la avenida, después de habernos despedido de Maidana, Angeleri me preguntó:
     —¿A vos te va a dar el tiempo para volver a tu casa a ducharte?
     —Sí. Raspando pero llego…
     —Yo no llego ni a palos. No sé qué mierda voy a hacer… Voy a tener que estar todo el día transpirado.

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