viernes, 8 de julio de 2011

31



     —Qué linda remera… ¿Dónde la compraste?
     —Me la regaló Daniel.
     —¿En serio? Qué raro que tenga tan buen gusto siendo hombre. Es re-linda…
     —Estoy segura de que la eligió Marta, pero no me importa. Es el gesto…
     —¿Y te la regaló así porque sí?
     —El otro día me había pedido prestada la bicicleta porque la suya estaba rota. Me dijo que me la regalaba por eso, para agradecerme.
     —¡Aay, qué duuulce!… Entonces hay onda, boluda…
     —Me parece que sí…
     —¿Al final fuiste al ensayo el otro día?
     —Sí.
     —¿Y? ¿Estuvieron solos en algún momento?
     —No…
     —Qué bajón, boluda… Lo mismo que la otra vez…
     El día que habían salido a correr, antes de llegar a la quinta presidencial se les había sumado un amigo de Daniel. Como vivía en el mismo edificio que ellos, los había acompañado durante todo el trayecto.
     —Igual me re-divertí. No sabés qué bien que toca… Todo lo que hace lo hace bien.
     —Te falta averiguar, boluda…
     Las dos se rieron.



     Todo lo que hace lo hace bien… ¿Cómo puedo competir con ese tipo? No me la imagino hablando así de mí.
     —No sabés cómo dibuja… Y es tan lindo… Todo flaaaco, lleno de graniiitos y con unos anteojos así de gruesos.



     A la izquierda de Bresciani está Landeira. De apodo le habían puesto Cabecilla, porque tenía la cabeza demasiado chica en proporción al cuerpo.
     Al lado de ella está Onzari. Le decían Pescadito porque tenía la boca chiquita y los ojos grandes. Era una de las más atractivas.



     Onzari salió llorando. Después de unos segundos salió Tortonese y la alcanzó a mitad de cuadra. Se pusieron a discutir otra vez. Tortonese gesticulaba con violencia. Ella empezó a caminar de nuevo y él la agarró del brazo. Ella se zafó y salió corriendo. Tortonese dio dos pasos, pero después se detuvo. Se la quedó mirando mientras ella se alejaba.
     —Estaba llorando… —me dijo Maidana.
     Asentí con la cabeza.
     —¿Qué habrá pasado?
     Puse cara de no saber.
     Tortonese vino al trote.
     —¡¿Ya salió Caferri?!
     —Sí.
     —¡Aguantame que veo si la alcanzo para que me diga qué le pasa a esta boluda!
     Se fue corriendo para el lado de la Avenida San Martín.
     Salió Angeleri.
     —¿Vamos? —nos preguntó.
     —Yo me quedo —le respondí—. Lo tengo que esperar a Tortonese. Quiere sacarle fotocopias a mi libro de historia para la lección de mañana.
     —Te bancamos, boludo…
     —No hace falta; no se preocupen. Lo espero un rato y si no viene me voy a la mierda.
     —Como quieras.
     —Los acompaño hasta la esquina.
     Nos despedimos y me quedé esperando. Al rato llegaron algunos de los pibes. Habían comprado una Coca-Cola en el quiosco de la vuelta.
     —¿Qué hacés, Olarticoncha? ¿Esperás a alguien?
     —A Tortonese. Tenemos que fotocopiar un libro.
     —Ah… ¿Te tomás una coca?
     —Dale.
     Siempre nos sentábamos en el cantero de la misma casa.
     —Ahí viene —dijo Javier.
     Algunos se rieron.
     —Mirá la cara que tiene…
     Vino directo al Tano y se le plantó enfrente.
     —¡¿Qué andás boqueando, tano hijo de puta?!
     El Tano se reía.
     —¿Yoo? Nada… ¿Por qué?
     Tortonese se le fue al humo, pero Boglioli lo interceptó.
     —Tranquilizate, boludo…
     Tortonese se lo sacó de encima de un empujón.
     —¡¿Qué tranquilizate, conchudo de mierda?! ¡¿Todavía tenés cara para hablarme?! ¡De este me podía esperar cualquier cosa, pero de vos…! ¡Pensé que eras mi amigo!
     Boglioli sonreía pero miraba el piso.
     —Frens chu bi frens… —cantó el Tano. Tortonese se le tiró encima. Antes de que pudiera alcanzarlo, Benzaquén lo sujetó.
     —Calmate, boludo… Estamos en la esquina del colegio…
     Tortonese intentó zafarse sin lograrlo.
     —¡Esta vez te zarpaste, hijo de puta!
     —¿En serio? ¿Y entonces qué? ¿Vas a pegarme?
     —¡Dejá de bardearlo, loco! —dijo Benzaquén.
     El Tano se seguía riendo.
     —Si querés, vamos acá a tres cuadras y te bajo esos dientes feos de conejo que tenés.
     —¡¿Qué vas a hacer?! ¡¿Me vas a pegar de atrás como al Balín?!
     A nadie le había cerrado lo de aquella vez, pero Tortonese era el primero que se lo decía en la cara. Al Tano no pareció afectarle.
     —Si querés a vos te pego de frente, gil.
     —¡¿Por qué no la cortás, pelotudo?! —dijo Benzaquén—. Un día te van a romper la jeta.
     —Voy juntando plata para la cirugía, entonces —dijo el Tano.
     Benzaquén lo miró con desprecio. Se lo llevó a Tortonese a mitad de cuadra y le habló hasta que logró tranquilizarlo. Después Tortonese se fue para el lado de lo de Onzari.
     Más tarde le pregunté a Javier qué había pasado.
     —Tortonese le contó a Boglioli que le chupó las tetas a Pescadito. Y que le metió un dedo en la concha. El boludo se pensó que no se lo iba a contar a nadie…
     —¿Y el Tano se lo dijo a Pescadito?
     —Sí. Y le dijo que Tortonese andaba diciendo que antes de fin de año se la garchaba.

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