viernes, 1 de abril de 2011

3



     Sonó el timbre del recreo, pero nosotros nos quedamos terminando el trabajo de biología. En eso se nos acercaron Tortonese y Boglioli.
     —¡Che! ¿Por qué no se cantan algo?
     —¡Eso! ¿A ver lo que aprendieron ayer?
     Nosotros seguíamos en lo nuestro.
     —¡No! ¡Mejor canten una que sepamos todos!
     —¡Dale! ¡Una de putos! ¡A ver: Locomía!
     Boglioli se puso a aplaudir marcando el compás. Tortonese se le sumó.
     —¡Vamos, canten! ¡No sean tímidos! ¡Si Olarticorchea no sabe cantar, que baile!
     Siempre pronunciaban mal mi apellido.
     —¡Eso! ¡Que Orticocha haga un estriptís!
     —¡No sean amargos!
     —¡Locomía cachupare! ¡Cachupare cachupare locomía!
     El Tano y Fernández entraron al aula.
     —¡Epa! ¡Hay joda acá! ¿Qué nos estamos perdiendo?
     —Nada. No hay caso: no quieren cantar.
     —Che, ¿así que al final en música quedaron todas mujeres menos estos dos?
     Fernández también había faltado el día anterior.
     —Todas mujeres querrás decir…
     Todos se rieron. El Tano y Fernández se sumaron con los aplausos.
     —¡Cómo se hacen rogar, che!
     Boglioli se había cebado, parecía autista.
     —¡Locomía cachupare! ¡Cachupare locomía!
     Maidana se levantó.
     —Voy al quiosco, ¿vienen?
     —¿No van a cantar?
     —¡No nos dejen con las ganas, che!
     —¡Eso no se hace!
     —¿A ver si tiene pitulín?
     Tortonese le bajó el pantalón a Maidana. Fue fácil; siempre usaba joggings.
     Algunos aplaudieron.
     —¡Epa! ¡No se vio!
     —¡Porque no tiene!
    Maidana apuró el paso mientras se subía los pantalones; sonreía nervioso. Nosotros lo seguimos. Antes de que llegáramos a la puerta, el Tano lo alcanzó y le volvió a bajar los pantalones. Pero esta vez con calzoncillos y todo. Justo entraban Pasco y Mikaela. Todos se rieron. También ellas dos. Maidana se subió los pantalones y salió corriendo. Cuando salimos, alcanzamos a ver como se metía en el baño.
     Pensé en ir a ver cómo estaba, pero creí más oportuno dejarlo solo. Fuimos al quiosco y minutos después se nos unió. Todavía estaba colorado.
     —Son unos zarpados. Delante de las minas…
     Volvimos al aula. Los pibes nos miraban raro, como cuando se mandaban una. Me senté en mi banco y me di cuenta de que Maidana se había quedado en la puerta. Está esperando a que venga la de biología, para que no le bajen los pantalones de nuevo, pensé.
     —¡Qué hijos de puta! ¿Quién fue el zarpado, loco?
     Angeleri se agarraba la cabeza. Los pibes se rieron.
    Alcancé a ver su carpeta. Le habían hecho una pija a su dibujo del cuerpo humano y le habían puesto un globito de diálogo que decía: «Balín chupame la poronga».
     —¡¿Cómo hijos de puta?! —dijo el Tano—. ¡Che! ¡Nos está insultando!
     —¡Malteada al Balín! —gritó Tortonese, y todos se le fueron encima. Desde el episodio de la pelea, aprovechaban cualquier excusa para hacerle una malteada.
     —¡¿Se puede saber qué están haciendo?! —preguntó la de biología.
     Los pibes la escucharon y se quedaron quietos. Me hicieron pensar en una foto.
   —Lo que pasa es que hoy es el cumpleaños de Angeleri, profe… —dijo Tortonese revolviéndole el cabello.
     —Y nosotros lo queremos mucho… —dijo el Turco pellizcándole la mejilla.
     —Esas cosas tienen que dejarlas para después de clase.
     Maidana había entrado al trotecito y ya estaba sentado.
    —Bueno. Lo primero que voy a hacer es retirar los trabajos prácticos, porque veo que algunos lo están haciendo ahora y ya tendrían que estar hechos.
     La profesora pasaba banco por banco; todos lo miraban a Angeleri.
     —Acá falta el dibujo.
     —Me lo olvidé en mi casa, profesora. Se lo traigo el miércoles.
     —¿Cuál es su apellido?
     —Angeleri.
     —Ah, el cumpleañero… Mire, Angeleri, para mí es lo mismo que el dibujo no esté hecho o que esté hecho pero en su casa. El trabajo está incompleto.
     —Pero…
     La profesora lo hizo callar con un gesto.
    —La fecha de entrega era hoy; si realmente se lo olvidó, da igual. Esas cosas también cuentan para la nota.
     Angeleri asintió.



   Al día siguiente, Maidana empezó a venir con jeans y cinturón. Como bajarle los pantalones era más difícil, los pibes empezaron a tocarle el culo. A Maradona también se lo tocaban. ¿Cómo se llamaba Maradona?… Le decían así por los rulos. El nombre era Raquel. Creo… De cara era horrible, la pobre, pero era bien culona y tetona. Se parecía a la Mulatona. Al principio le decían así también. Pero al final le quedó Maradona nomás, porque cuando le tocaban el culo hacían chistes con la mano de Dios. Maradona les sacaba la mano de una palmadita, igual que Maidana, pero ella a veces se reía.



     Maradona está en el ángulo superior derecho. Tiene la jeta toda pintada.
    Abrazada a ella está Alejandra Pasco. No era fea, pero para mi gusto tenía los labios demasiado gruesos. Se está riendo y parece borracha. No sería raro que lo estuviese; a veces hasta venía fumada.



     Pasco le rompió la boca a Javier.
     Maradona y Pasco estaban escribiendo boludeces en el pizarrón. Javier aprovechó para tocarles el culo.
     —¡La mano de Dios! —gritó, y Pasco le metió una trompada.
     —¡Loca de mierda!
     —¡A mí no me vas a tocar, pendejo!
     El labio le sangraba y se le había empezado a hinchar.
     —¡Hacete ver, enferma!
     —¡Maricón!



     Y al lado de las dos está Mikaela Santillán, sonriendo con cara de hija de puta. Es flaca pero tetona. Su piel es morena y el pelo lacio le llega hasta la cintura. Era una de las que me gustaba.



     —Olarchicotea… ¿te puedo molestar?
     Era recreo, yo estaba dibujando. Levanté la vista y la vi, parada al lado de mi banco.
     —Si estás ocupado te dejo.
     —No… ¿Qué necesitás?
     —Quería hablar con vos. ¿Me puedo sentar?
     Me pareció raro.
     —Sí…
     Se sentó y bajó la vista.
     —No sé cómo empezar… —Se mordió el labio inferior—. Me da un poco de vergüenza…
     Cacé la joda al vuelo.
     —Estoy enamorada de vos.
     Se escucharon carcajadas. Me di vuelta; Fernández y Tortonese se hacían los boludos.
     —¿Me estás escuchando?
     Me tocó el hombro. La miré.
     —¿No te gusto?
     Las orejas me ardían.
     —¡Es tuya, Articochea!
     —¡Está entregada!
     Se rieron. Mikaela trató de sacarme los anteojos, pero le corrí la cara.
     —¿Qué pasa, mi amor? Solamente quiero verte los ojos…
     Me acarició la nuca.
     —¿Alguna vez te dijeron que tenés un pelo hermoso?
     A pesar de todo, el tacto de su mano me gustó. Me odié por eso. Ella no pudo aguantar más y se me rió en la cara. Después se levantó y se fue.
     Tortonese me apoyó la mano en el hombro.
     —¿Cómo la dejaste ir así? ¿Vos no serás puto como los otros dos, Olarticoncha?
     Fernández se cagó de la risa.
     —¡Olarticoncha! ¡Qué hijo de puta!
     A mí ya se me había ocurrido esa deformación de mi apellido. Me parecía raro que no la hubiesen encontrado antes y los menospreciaba por eso.
     —Che, Miguel… Tenés un chicle en el pelo —me dijo Maidana a la salida.
     Qué puta de mierda…, pensé.
     —Ah… Me lo pegaron los pibes.

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