lunes, 2 de mayo de 2011

12

     Tres tipos rodean a Lezcano intentando violarla. Yo casualmente paso por ahí y escucho sus gritos pidiendo socorro, justo antes de que uno de los violadores le tape la boca. Le reconozco la voz de inmediato y corro hacia donde está. Unos metros antes me detengo, al descubrir que me superan en cantidad, edad y tamaño. Unos árboles me tapan, por eso ellos no me pueden ver. Desesperado, veo como comienzan a arrancarle la ropa. Miro a mi alrededor, buscando algo que me pueda servir de arma. Encuentro un palo de escoba. Rápidamente lo empuño con ambas manos y salgo de mi escondite. «¡Hijos de puta!», les grito, y ellos se dan vuelta. Son altos pero más bien delgados, salvo uno que es musculoso. Tienen un aspecto medio punk. Me miran y se ríen. «¿Qué querés, pendejo?», me dice uno. «¿Querés pija?», me pregunta el más grandote. «Para vos también tenemos», dice el tercero, agarrándose el bulto. Lezcano está sentada en el piso, con los ojos llenos de lágrimas, cubriéndose con su ropa destrozada. Los tres tipos se me van acercando y yo empiezo a revolear el palo. Todavía se ríen. Esquivan el palo e intentan agarrarlo, pero yo no les dejo. Cuando están a punto de hacerlo, lo retiro, y a veces hasta les pego en las manos. De a poco me van rodeando. Maldigo no haber quedado de espaldas a una pared. La situación es crítica: me ponga como me ponga, siempre tengo uno detrás. Y cada vez están más cerca. De reojo veo un ladrillo en el suelo. «¿Ahora de qué te vas a disfrazar, pendejo?», me dice uno. Sin soltar el palo, agarro el ladrillo y se lo parto en la cabeza al musculoso, para sacarme al más jodido de encima. Del golpe queda inconsciente y yo pienso: «Uno menos». Los otros han dejado de reírse; se dan cuenta de que soy un hueso duro de roer. Ahora son solo dos, pero ya no están jugando. Intentarán sacarme el palo a como dé lugar. Uno se aproxima demasiado y lo golpeo en la cara. Se desploma y se da la nuca contra el cordón de la vereda. También se desmaya, o eso creo. Solamente queda uno. Intento golpearlo en la cara, como al otro, pero ya se la espera y logra agarrar el palo. Le pateo las bolas y recuerdo que ese fue el que me dijo: «Para vos también tenemos». Cae de rodillas, las lágrimas le corren por el rostro. Preparo el palo para darle el golpe de gracia. Le digo: «¿Todavía tenés pija para darme, hijo de puta?», y recibo un golpe en la cabeza que me hace perder el conocimiento. Lo último que escucho es el no desesperado de Lezcano. El segundo tipo no había quedado inconsciente y aprovechó mi distracción para atacarme por la espalda. El mismo ladrillo que yo había usado para partirle la cabeza al grandote. Vaya ironía…



    Maidana volvió de su habitación. Tenía las manos detrás de la espalda y sonreía con picardía.
     —Tengo algo para mostrarles —dijo—. Adivinen qué es.
     Angeleri y yo negamos con la cabeza.
     —¿No se les ocurre nada?
     A ver con qué se sale este ahora…
     —No.
     —¡Pero adivinen, che! ¡Tírense un lance!
     —Dale, boludo, dejate de joder… —dijo Angeleri con hastío—. No somos adivinos…
   —Qué poca imaginación, che… —dijo Maidana. Sacó lo que tenía escondido—. ¡Charáaan!…
     Era una revista pornográfica.
     —¿Tanto lío para eso? —dije.
     —¿Y? ¿Qué les parece?
     —Nos parece que es una revista pornográfica.
    Maidana se rió. Angeleri no decía nada. Estaba cruzado de brazos y miraba para otro lado.
     —¿De dónde la sacaste? —pregunté.
    —La encontré tirada en la calle —dijo Maidana. Se puso a hojear la revista buscando algo—. Acá está. Miren esta.
     Era una pelirroja abierta de piernas. Se separaba los labios con los dedos.
     Maidana se rió.
     —¡De abajo también es pelirroja!
     Sonreí. De reojo lo miré a Angeleri; seguía en la misma actitud.
     Maidana le señaló el pelo del pubis a la pelirroja.
     —¿Qué es?
     Dudé.
     —¿Cómo qué es?
     —Sí. ¿Qué es?
     —Pelo púbico, boludo, ¿qué va a ser?…
     —Sí, ¿pero a qué se parece?
     —Aah, eso querés decir… Preguntá bien.
     Maidana me miraba sonriente.
     —No sé —le dije—. Para mí se parece a pelo púbico nomás.
     —¿A qué se parece, Nicolás?
     —Qué sé yo…
     —Se ve que hoy no están inspirados…
     Se fue y al rato volvió, otra vez con las manos detrás de la espalda.
     —Cortala con las adivinanzas, Cristian; ya cansás… —dijo Angeleri.
     —Bueno, está bien…
     Sacó lo que tenía escondido. Trató de decir charán pero no pudo; se entró a cagar de la risa.
     Era una virulana.
     —¿No te das cuenta de que te reís vos solo? —dijo Angeleri.
     —Pero lo mejor de la revista es la sección de correo —siguió Maidana cuando recuperó el aliento—. Bah, las minas están bárbaras, pero la sección de correo es muy cómica.
     La buscó.
     —Acá está. Escuchen esta.
   Nos leyó la carta de un tipo que contaba cómo hacía para chupársela él mismo y recomendaba la experiencia a otros lectores de la revista.
     Maidana y yo nos reímos.
     —¿Será cierto, boludo? —me preguntó.
     —Qué sé yo… No creo… Tal vez ni siquiera sea un lector.
     —¿Qué querés decir?
     —Que tal vez la carta la escribieron los mismos tipos de la revista.
     —Ah… —dijo, y después de un rato me preguntó—: ¿Se podrá?
     —¿Qué cosa?
     —Chupársela uno mismo.
    —No sé… Tenés que ser medio contorsionista… O por lo menos gimnasta. Nosotros ni llegamos a tocarnos los pies en gimnasia…
     Maidana se rió.
     —¿El profesor de gimnasia podrá chupársela?
     Me reí.
     —Mirá en lo que pensás, boludo…
     —Si se ganó tantos trofeos como dice, seguro que se la puede chupar.
     —Debe tener la leche amarga —dije—, por eso le quedó la cara como la tiene.  
     Maidana se mató de la risa.   

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