viernes, 13 de mayo de 2011

15

     Llegué a lo de Maidana y lo encontré en la puerta con la mochila puesta.
     —¿Pasó algo? —le pregunté.
     Tenía cara rara.
    —No, nada… Los esperaba afuera para que no tocaran el timbre porque mi papá está durmiendo.
     —Ah… ¿Entonces no podemos estudiar acá?
   —No. Mi papá acaba de llegar del laburo y está fundido. Me pidió por favor que nos fuéramos a estudiar a otro lado.
     —Si querés vamos a mi casa…
    —Yo pensaba que fuéramos a la plaza de la estación Florida. Como el día está tan lindo…
     —Como quieras… Ahí viene Angeleri.
     Venía con cara de extrañeza.
     —¿Qué hacen en la puerta?
     —El papá de Cristian está durmiendo y vamos a tener que irnos a otro lado. Yo le estaba diciendo que si quieren pueden venirse a casa.
     —Y yo decía que mejor fuéramos a la plaza.
     —¿A qué plaza?
     —A la de la estación Florida, acá a siete cuadras.
     —Como quieran… Qué cagada, che… Justo que traje facturas para acompañar el té.
    —No importa, acá en la mochila traigo un termo con agua caliente y un mate. ¿Toman mate ustedes?
     Los dos asentimos. Me extrañó que Angeleri tomara mate pero no dije nada.
     —Igual no te hubieras molestado, boludo, también llevo alfajorcitos de maicena.
     —Pero al final siempre ponés la comida vos… —dijo Angeleri.
     Me avergoncé de no haber pensado nunca en eso.
     —Como corresponde; soy el dueño de casa.
     —Seguro que tu tía dice eso.
     Maidana se rió.
     —¿Cómo sabés?
     —Porque siempre decís que tu tía dice cosas así, de convidar a los invitados.
     —¿Entonces seguro que no quieren venir a casa? —pregunté.
     Maidana y Angeleri se miraron.
     —Vamos a la plaza, mejor —dijo Maidana—. Para variar un poco.
     Hicimos todo el camino en silencio, cosa rara en Maidana.
     —¿Estás bien, boludo? —le preguntó Angeleri.
     —Sí. ¿Por?
     —Como estás tan callado…
     —Es que me levanté hace un rato y todavía estoy un poco dormido.
     Más tarde vi en la carpeta de Maidana algo que me llamó la atención.
     —¿Qué es eso? —pregunté.
     —¿Qué cosa?
     En la esquina de una hoja había escrito: «Pipo y mucho igual más».
     —Ah, eso… —dijo—. Boludeces que escribo…
   —Estás loco… —dije—. Ya te vi otras cosas raras escritas. —Sonrió—. Una vez escribiste: «El perro y el gato saltan en el jardín». Otra vez: «Dos de muzza y una de fainá para la mesa seis».
     Se rió y se puso a buscar en la carpeta.
     —Acá hay otros.
     —¿A ver?
     Con Angeleri nos acercamos. «Camilo y Camila son de fierro.» «Ven aquí, cucaracha», y al lado: «Al muere». «Sin ton son dos.»
     Me reí.
     —¿Qué quiere decir sin ton son dos?
     —Qué sé yo… Nada… Son cosas que se me ocurren en el momento…
     —¿Pero cómo se te ocurren?
     —Es como cuando vos dibujás algo distraído, haciendo otra cosa. Como cuando dibujás hablando por teléfono. Pero yo, en vez de dibujar, escribo.
     —¿Pero te imaginás una historia? —preguntó Angeleri.
     —No, no me imagino nada. Lo escribo nada más.
     «Hola Cuchi. ¿Está Chuchi?»

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