lunes, 6 de junio de 2011

22


     El Turco está a la derecha del Tano. Es casi tan alto como Benzaquén. Tiene los ojos claros y el pelo rubio le llega a los hombros. De turco no tenía nada; le decían así porque se apellidaba Turco Greco.
    El otro Turco está en la fila del medio, a la derecha de todo. Se llamaba Marcela Zappietro. Le quedó ese apodo porque la cargaban con que se parecía a un jugador de fútbol, el Turco no sé cuánto.
     Al lado de Zappietro está Bresciani, la chica más alta del curso. De cuerpo parece una modelo, pero es dientuda y sus ojos son saltones.



     —Enciende tu motor; yo soy tu pulmotor… Lalalala-lalalala-la… —lo escuché cantar a Tortonese mientras me acercaba al aula.
     Lo encontré bailando sobre el banco de la profesora.
     —¡No te burles de Ricky, mogólico! —le gritaba Bresciani. Se hacía la enojada y le tiraba tizas, pero Tortonese no se callaba.
     —Pon más velocidad, que estoy por acabar… Lalalala-lalalala-la…
     Bailaba con movimientos de coger.
     —¡Qué sucio que sos, pendejo! ¡Mirá si Ricky va a cantar eso!…
     Me senté en mi banco y la saludé a Lezcano.
     —¿Vos me llamaste ayer? —me preguntó.
     —Sí.
    —Ah… Marta me dijo que me llamó un chico, pero no se acordaba el nombre. Le pregunté si eras vos y le sonaba, pero no estaba segura.
     —Sí, era yo. Te iba a preguntar qué habían hecho ayer; pero la novia de tu papá me dijo que estaba ocupada, que volviera a llamar en quince minutos. Me dio cosa molestarla, así que lo llamé a Angeleri.
     —Ah…
     —Enciende tu motor; yo soy tu pulmotor…
   —Che, Turco… Me contaron que ayer te comiste los mocos… —le dijo Benzaquén cuando lo vio entrar.
     —¿Qué iba a hacer? ¿Pegarle a Olarticoncha? —respondió el Turco.
     —Pon más velocidad, que estoy por acabar…
     —¡¿Qué está haciendo ahí arriba?! —gritó la de historia—. ¡Se baja inmediatamente!
     Tortonese bajó de un salto. Me recordó a los gatos cuando se asustan.
     —¡Qué raro usted, Tortonese, haciendo payasadas! ¡¿Cuándo va a aprender que ya no está en la primaria?!
     Bresciani lo miraba burlona.
     —¡Ya mismo se va a pedir un trapo a la cocina y limpia ese banco!
     Antes de que Tortonese saliera, agregó:
     —Y a la vuelta pasa por dirección y me trae el cuaderno de disciplina.
     Después de que Tortonese limpiara el banco y firmara el cuaderno, la profesora repartió los trabajos prácticos.
     —¿Por qué un ocho? —preguntó Angeleri.
     La profesora se lo quedó mirando.
     —Lea las correcciones…
     —Ya las leí, profesora.
     —Y bueno… Ahí tiene la respuesta…
     —Me parece que usted está siendo arbitraria.
     —¿Cómo dice?
     —La información que damos está bien; lo que usted nos corrige es el análisis de los hechos…
     —Justamente…
     —Me parece que puede haber más de un punto de vista para analizar un hecho histórico, profesora.
     —¿Me está dando clases de historia, Angeleri?
     —No. Nada más le estoy pidiendo que evalúe otra vez nuestro trabajo.
     —No puedo creer lo que estoy escuchando…
     —Si usted me deja, profesora, yo le puedo fundamentar los puntos con los que usted no está de acuerdo.
     —Angeleri, me está haciendo perder la paciencia. Lo que usted leyó es un texto escolar, en cambio yo estudié una carrera. Usted me está diciendo que en una semana de lectura sobre el tema puede haber encontrado factores que yo, en años de estudio, puedo haber pasado por alto. ¿No se da cuenta de que eso no tiene ni pies ni cabeza?
     —Me parece que está siendo injusta, profesora.
     —Injusta o no, yo soy la profesora y usted, el alumno. Y esa que tiene en la mano es la nota de su trabajo.
     —No me deja otra opción que quejarme con las autoridades del colegio.
     —Haga lo que le parezca, Angeleri. Ahora déjeme comenzar con la clase.
   Poco antes del recreo, la profesora se puso a hablar de bueyes perdidos. Mikaela aprovechó para preguntarle por qué había faltado Jerónimo.
     —Tiene angina y está en cama.
     —Claro… Con el cambio de clima…
     La profesora asintió.
     —¿Y tiene para mucho?
     —El médico le dio tres días de reposo.
     —Uy, lo vamos a extrañar…
     La profesora sonrió.
     —Y no va a poder salir el sábado… ¿Su hijo va a bailar?
     —A veces…
     —¿Adónde?
     —No me acuerdo… No le presto atención a esas cosas.
     —¿Y va solo o tiene novia?
     —Qué pregunta, eh… Tiene novia. Hace unos meses.
     —Y claro… Un chico tan lindo no podía estar solo…
     La profesora se rió.
     —Yo no puedo opinar porque soy la madre.
     —¿Y qué hace su hijo además de ir a bailar y trabajar en el colegio?
    —Está estudiando para ser profesor de educación física. Y hace poco empezó a ir al gimnasio.
     —Ah… Con razón está más grandote…
     Sonó el timbre. Apenas se fue la profesora, Tortonese dijo:
     —Con lo gorda que está, para mí que en cualquier momento tiene dos preceptores más.
     Todos nos reímos.
     —Si son iguales a Jerónimo, ojalá que sea así… —dijo Mikaela.
     —¡¿Cómo te vas a quejar por un ocho, Balín?! —dijo Boglioli.
     —¡Malteada al Balín por traga! —gritó el Turco, y todos se le fueron encima.
     —Sos una zarpada, Mikaela —dijo Lezcano riéndose—. Mirá lo que le preguntás…
     —Bien que todas querían saber si tenía novia; pero si no me animo yo, nadie pregunta…
   —Así que está haciendo pesas… —dijo Lezcano—. Con razón está tan lindo, todo musculosito…
     Izquierdazo al estómago.
     —¿Y Daniel? —preguntó Domínguez.
     —Que me guste Daniel no quiere decir que no pueda mirar a otro chico.
     Derechazo al mentón.
     —Si todavía no somos más que amigos…
     —¡Patadas no, loco! —se quejó Angeleri.
     —¿Quién es Daniel? —preguntó Mikaela—. Contá, boluda…
     Patadas no, pensé, y lentamente me levanté para ir al baño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario