lunes, 13 de junio de 2011

24


     —Vos estudiate las cinco primeras —me dijo Angeleri—, pero el resto leelo. La mina dice que todos tienen que saber todo y tal vez te hace una pregunta de otro tema. Vos, Cristian, estudiate de la seis a la… —Se dio vuelta y no lo encontró—. ¡¿Será posible que siempre se esconda cuando tenemos que arreglar algo?!
   Retrocedimos media cuadra, pero no lo encontramos. Lo llamamos sin obtener respuesta. Del lado de enfrente venían algunos de los pibes.
     —¿Lo buscan al puto? —preguntó el Tano—. Está escondido detrás del Renault 18.
     Sentí vergüenza ajena.
  —Nosotros nos vamos al Disco a tomar una coca. Si querés después pasate, Olarticoncha.
     —Bueno —dije.
     —Sabés dónde queda, ¿no?
     Asentí con la cabeza.
     Cuando lo encontramos detrás del auto, Maidana se cagó de la risa. Arreglamos lo de la lección de geografía y nos separamos de él en la puerta de su casa. Al principio con Angeleri caminamos en silencio. En un momento abrió la boca para decir algo, pero después dudó y la volvió a cerrar.
     —¿Vas a venir mañana? —me preguntó después de un rato.
     Al día siguiente había prueba de historia.
     —Sí —le respondí.
     —El otro día la de biología preguntó por vos —dijo sin mirarme—. Le extrañó que hayas faltado…
     No le contesté.
     —Dijo que la otra vez te había creído lo de la enfermedad, pero que ya era la segunda vez que faltabas a una prueba…
     —¿Y qué carajo le importa a esa vieja pelotuda?
     —Dijo que desde que te cambiaste de banco estás distinto. «Tan buen alumno que era…», dijo. «Juntarse con ese grupito no le está haciendo nada bien.»
     Lo miré.
     —¿Qué querés que te diga? —prosiguió—. Para mí tiene razón… Sos un boludo, Miguel. Si seguís así te vas a llevar la mitad de las materias.
     —¿Y vos qué te metés?
     —Te lo digo por tu bien; sería una pena que repitas.
     —¿Qué sos? ¿Mi vieja?
     —Está bien, no te enojés… No te digo nada más…
     En la avenida nos despedimos y me fui para el Disco. Encontré a los pibes sentados en la entrada. Cuando el Gato me vio se puso a aplaudir.
     —¡Viniste, Olarticoncha! ¡¿Cuándo te vas a dejar de juntar con el puto y el Balín?!
     Me senté sin decir nada.
     —¿Por qué no la hacés más fácil y les decís los dos putos? —preguntó Lautaro.
     —Porque uno es puto y el otro es balín nomás —dijo el Gato.
     Lautaro se rió.
     —¿Y no es lo mismo, boludo?
     —No, no es lo mismo. Ser puto es ser puto. Ser balín es… ser delicado… ponerse ropita como la que usa él… qué sé yo… hacer gestos de mina… ¿No viste cómo mueve las manos cuando habla?
     —Ser balín es ser manerado —intervino Javier.
     —¿Ser qué? —preguntó Benzaquén.
     —Ser manerado… Afeminado… Lo que dice el Gato.
     Lautaro se cagó de la risa.
     —¡A-manerado, animal! ¡No manerado!
     Los pibes se rieron.
     —¡Anotate esa, Mandibulón!
     —¡Qué hijo de puta! ¡Manerado!
     —Bueno, che…
     —Encima la dijiste dos veces, así que no te equivocaste. Pensabas que se decía así.
     —¿Seguro que no se dice así?
     —Te digo que no, boludo…
     —¿Pero no viene de manera?
     —¿Y eso qué tiene que ver? Afeminado viene de femenino y no se dice feminado
     —¿Manera de qué? —preguntó Benzaquén.
     —Manera de puto —respondió el Gato, y todos se rieron.
     —¿No la vas a anotar en tu planillita de las equivocaciones, Mandibulón?
     Javier no respondió.
    —Che, Olarticoncha, ¿no te hacés unas caricaturas de Maidana y del Balín? —me preguntó el Gato.
     —No sé hacer caricaturas…
     —Dale, boludo; si es fácil… A Maidana lo hacés bien cabezón y con los bigotitos de Cantinflas. Al Balín le hacés la nariz enorme y la boquita de minita. Después se la pintamos con marcador rojo.
     Los pibes se rieron.
     —No me van a salir, boludo…
     Mentira. Una vez les había hecho unas y me habían salido bastante bien. Las tenía guardadas en mi casa.
     —Che, ¿quién tiene la cabeza más grande? —preguntó Lautaro—. ¿El Cabezón o Maidana?
     —Me parece que Maidana.
     —A mí me parece que la tienen igual. Lo que pasa es que Maidana tiene el cuerpo más chico.
     —Sí… Es re-deforme…
     Se rieron.
     —¿No me hacés unas caricaturas de los de Attaque? —me preguntó Javier, y me mostró una foto que tenía pegada en la carpeta.
     No me salen, pelotudo. ¿No escuchaste?, pensé, pero le dije:
     —No me van a salir…
     —Hacelos como te salgan…
     —¿Por qué no le dejan de romper las pelotas con los dibujitos? —intervino el Tano—. Están todo el día «Haceme esto», «¿No me hacés esto otro?» —dijo con voz de mogólico—. Vos les tenés que decir que te chupen la pija, Olarticoncha; pero que te la chupen bien chupada.
     Me reí pero no dije nada.
     —¿No te buscás otra coca, Benzaquén?
     —¿Por qué yo?
     —Porque estás parado.
     —Bueno, pero dame la plata.
     —Che, ¿no te venderán una birra?
     —No creo…
     —¿Por qué no probás? Vos parecés más grande.
     —Como quieran…
     —Tomá dos pesos más y comprá algo para comer.
     —Che, el viernes es mi cumpleaños —me dijo Javier—. El sábado los pibes se vienen para casa. Voy a hacer unos patys a la parrilla. ¿Te prendés?
     —Dale…
     —Uy, con suerte las volvemos a ver a tus vecinitas… —dijo Lautaro.
     —¿Qué vecinitas? —preguntó el Gato.
     —¿Este no te contó nada?
     —No…
     —Uuh, no sabés… El otro día fui a la casa de este y subimos a la terraza. En un momento me asomo para el fondo y veo dos rubias terribles tomando sol en el patio de una casa.
     —¿Qué edad tenían?
     —Y… Unos veinte… Pero pará que te termino de contar.
     —Dale.
     —La cosa es que nos pusimos a escuchar música y a comer unos patys, y cada tanto nos asomábamos para mirar a las minitas, ¿no?
     —¿Y?
     —No sabés, boludo… En una nos asomamos y se habían puesto en tetas.
     —¡Nooooo! ¡¿En serio?!
     —En serio, boludo… Yo no lo podía creer… Además no sabés qué tetas. Parecían de película porno.
     —Noo, chabóoon… ¿Por qué no me invitaste, Javier?…
     —Si te invité, boludo; fue el sábado que no podías porque tenías partido.
     —Me tendrías que haber dicho que tenías tan buena vista…
     Nos reímos.
     —¿Y estuvieron mucho tiempo en tetas?
     —Más o menos. En un momento nos vieron y se metieron para adentro.
     —Nooo… Qué boludos que soon… Ahora no se ponen en tetas nunca más…
     —Volví a mi casa con la pija así… Me tuve que hacer como veinte pajas para bajarla…
     —Che, no hablen de pajas que va a aparecer Tortonese…
     Nos reímos.
     —No le vayan a decir lo del cumpleaños, eh… —dijo Javier—. A ver si se prende…
     —No es mal pibe —dijo el Gato.
     —No, malo no es… Es pelotudo nomás.
     —¿A Boglioli lo invitaste?
     —No. Con él está todo bien, pero si lo invito seguro que le cuenta a Tortonese.
     —¡¿Te podés callar un poquito, Olarticoncha?! —me dijo el Gato—. ¡No nos dejás hablar!
     Se rieron.
     —¿Y a las minas? —preguntó Lautaro—. ¿Las invitaste?
     —No… —dijo Javier—. ¿Para qué?
     —¡¿Cómo para qué?! ¡Qué pajero que sooos! ¡¿Estás todo el día tocando culos y no sos capaz de invitar a las minas?!
     —¿Vos te pensás que si las invito van a venir?…
     —Probar no cuesta nada, boludo…
     —Para mí que Mikaela se prende —dijo el Gato.
     —Y Caferri también —dijo Lautaro.
     —No, a Caferri no le digan que se va a venir con Pescadito y seguro que se prende Tortonese —dijo Javier.
     —Decile a Mikaela, entonces —dijo Lautaro.
     —Decile vos, boludo…
     —Vos la tenés que invitar; sos el dueño de la casa…
     —¡Ah, me decís pajero a mí pero no te animás a invitarlas!
     —¡¿Qué me decís?! ¡Si vos tampoco te animás!
     —No es que no me animo, boludo; yo prefiero una reunión de amigos.
     —Una reunión de amigos… Encima de pajero, puto…
     Se rieron.
     —Qué cagada que no tengas hermana, Mandibulón… Va a haber un olor a huevos…
     —El Tano tiene —dijo Javier—. Nos puede traer a la suya.
    —Por mí cogétela —le retrucó el Tano—. En una de esas se tranquiliza, la muy histérica…
     —No sabía que tenías hermana… —dijo el Gato—. ¿Está buena?
     —¿Qué querés que te conteste? ¿Que me quiero garchar a mi hermana?
     —Y… Si yo tuviera una, le pediría que por lo menos me la chupe un poco… 
     Nos reímos.
     —Che, Olarticoncha… ¿Y qué onda la mina de tu edificio? ¿Está buena?
     Empecé a sentirme incómodo.
     —Sí…
     —¿Cómo es?
     La describí bien diferente a Lezcano para no despertar sospechas.
     —¿Y? ¿Ya la encaraste?
     —Estoy en eso.
     —¿Qué quiere decir estoy en eso?
     —Que estoy preparando la situación…
     —Uh, este es de los tuyos, Javier…
     Se rieron. Benzaquén volvió con una coca y un paquete de papas fritas.
     —¿No te quisieron vender?
     —No.
     —Qué ortibas…
    —Che, ¿me quieren decir qué carajo le vio Pescadito al boludo de Tortonese? —dijo Lautaro.
     —Y… Es como dicen los Redonditos de Ricota —dijo Benzaquén—: las minitas aman los payasos y la pasta de campeón.
     —¿Qué pasta de campeón?
     —Lo digo por lo de payasos…
     —Ah…
     —¿Vos te pensás que van a durar? —intervino el Tano—. Cuando la mina se dé cuenta de lo pelotudo que es, lo manda a la mierda.
     —Che, a Fernández tampoco le digan —dijo Javier.
     —¿Por? —le preguntó Lautaro.
     —No me lo banco…
     —No seas forro; invitalo… Es un chabón copado…
     —Es insoportable.
     Lautaro se rió.
     —No te lo bancás porque te jode con Dos Minutos.
     —No es por eso, boludo…
     —¿Entonces?
     —Bueno, está bien… —dijo Javier con desgano—. Decile, si querés…

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