lunes, 27 de junio de 2011

28


     Tortonese le hizo una seña a Onzari desde el pizarrón. La profesora se dio cuenta.
     —¡¿Qué hace?!
     La de matemática se calentaba pero era lo mismo que nada; tenía tan poca autoridad como la de geografía.
     —Nada, profe… Estaba saludando a mi novia porque hoy llegué tarde y no la pude ver antes de entrar.
     —¡¿Qué se piensa?! ¡¿Que nací ayer?!
     —No… —dijo alguien—. Si se nota que ya está vieja…
     —¡¿Quién dijo eso?!
     Nadie respondió.
     —¡Ustedes dos, afuera!
     Ya había echado del aula a unos cuantos.
     —¡¿Yo por qué?! —exclamó Fiorentino—. ¡Si fue él!
     —¡Mentira, profesora! ¡Lo dijo él! —retrucó Olivera.
     —¡Afuera!
     Salieron riéndose.
     —¡Y usted no saque la vista del pizarrón! ¡¿Me escucha?!
     —Sí, profesora.
     Tortonese terminó de hacer la ecuación y se fue a su banco caminando para atrás.
     —¿Por qué camina así?…
     —Usted me dijo que no saque la vista del pizarrón y yo le hago caso, profesora…
     —¡Se retira del aula!
     —¿Por qué? Si yo nada más hice lo que usted me pidió…
     —¡Le dije que se vaya!
     —Bueno… Qué carácter, che… —dijo Tortonese, y salió del aula.
     La profesora lo señaló al Gato.
     —Usted. Al pizarrón.
     —¡Está con vos, Gato! —dijo el Tano.
     La de matemática tenía dos tics. Uno lo tenía siempre: parecía que tiraba besitos.
     —¿Qué dice?
     —Nada, profesora; le decía al Gato que usted le hablaba a él.
     —¿Qué Gato? ¿De qué está hablando?
     —Arancibia, profesora… ¿No ve que tiene un gato en la cabeza?
     —¿Quiere ser el próximo en salir, Di Gennaro?
     —No, profe… ¿Por qué?
     —Entonces deje de hacerse el gracioso y preste atención a la clase. El próximo en pasar al pizarrón va a ser usted.
     —Como quiera, profe.
     —Llámeme profesora, no profe.
     —Como quiera, profesora.
     La profesora se dio vuelta.
     —¿Qué hace ahí sentado? ¿No escuchó lo que le dije?
     El Gato se levantó con desgano y se acercó al pizarrón.
     —¿Me responde cuando le hablo?
     —Estaba esperando a que terminara de hablar con Di Gennaro, profe… sora.
     La profesora iba a decir algo, pero se contuvo y le dictó la ecuación al Gato.
     —Mirá: le sigue tirando onda —dijo el Tano.
     —No —dijo Javier—, para mí que tiene el dos de oro.
     El Tano se cagó de la risa.
     —¡¿Se puede saber de qué se ríe?!
     —De un chiste, profe. ¿Quiere que se lo cuente?
     —¡Se retira del aula!
     El Tano salió riéndose y la hija de la profesora se asomó por la puerta. Era una nena de cuatro años.
     —Lourdes, mamá está trabajando. Andá a jugar con el nene.
     A veces la dejaba con el hijo de la portera.
     La nena negó con la cabeza. Ni su propia hija le hacía caso.
     —Lourdes, ¿qué te dijo mamá? Andá, por favor, con el nene.
     La nena salió.
     —Es re-linda su hija —dijo Mikaela.
     —Gracias, pero ahora sigamos con la clase —dijo la profesora. Lo miró al Gato—. ¿Y?
     —Estoy pensando, profesora.
     —Empiece a hacerla como le salga. Si se equivoca no importa; estamos acá para aprender.
     Algunos se rieron. En la ventana estaban Olivera y Fiorentino tirándose besitos. Cuando la profesora se dio vuelta, habían desaparecido.
     —¡¿Qué pasa?! ¡¿Quién se está riendo?!
     Nadie le respondió.
     —¡Mientras el que está adelante hace la ecuación, ustedes también tienen que hacerla en sus carpetas!
     —En cualquier momento vomita —me susurró Javier.
     Lourdes se asomó de nuevo.
     —¡Lourdes! ¡Te vas col e nene!
     Lourdes negó con la cabeza.
     —Ya vengo —dijo la profesora, y se llevó a la nena.
     Javier se rió.
     —¡Dijo col e nene! Lo tengo que anotar…
     Algunos de los de afuera se asomaron a la ventana y se pusieron a hacer morisquetas. Algunos de los de adentro se rieron.
     Al volver, la profesora lo encontró al Gato dibujando el escudo de Racing en el pizarrón.
     —¡¿Pero qué está haciendo?!
     —Estaba esperando que volviera porque no sé cómo seguir…
     —¡Borre eso inmediatamente!
     —Bueno, no se enoje… —dijo el Gato, y borró el escudo.
     —¿Qué es lo que no entiende?
     Lourdes entró al aula. Fue directo a Caferri. Le dio un papelito doblado y después salió corriendo.
     —¡Aaay, qué duuulce! —exclamó Caferri cuando abrió el papelito.
     La profesora se dio vuelta.
     —¡¿Qué pasa?!
     —Su hija me regaló un dibujito.
     La profesora se agarró la cabeza y pareció que iba a vomitar. Ese era el otro tic que tenía; le agarraba cuando ya estaba muy nerviosa.
     —¡¿A veeer?! —dijeron varias de las chicas.
     Caferri mostró el dibujo.
     —¡Aaay, qué amooor!
     —Por favor… —dijo la profesora, y abrió la boca otra vez.
     —¿Y ese qué es? —susurré—. ¿El ancho de vómito?
     Javier se cagó de la risa. Antes de que la profesora pudiera decirle algo, se levantó y salió del aula.
     La profesora siguió con el Gato. Lourdes entró de nuevo.
     —¡Lourdes! ¡Te dije que te quedaras con el nene!
     Lourdes hizo como que iba a salir pero se quedó en la puerta, escondida de la vista de su madre. Tenía otro papelito en la mano. Maradona y Bresciani le empezaron a hacer señas.
     —A mí, a mí… —susurró Maradona.
     La profesora la escuchó. Le quitó el papelito a Lourdes y lo hizo un bollo. La nena se la quedó mirando con la mano cerca de la boca.
     —Qué maaala… —dijo Maradona.
     —¡Se retira del aula!
     Parecía que le iba a vomitar encima.
     —Pero profesora…
     —¡Le dije que se retire!
     Maradona salió.
     —Profesora, ¿va a seguir echando gente? —preguntó Pasco—. Ya echó a la mitad del curso…
     —Voy a seguir hasta que queden nada más los que estén interesados en la materia.
     —Entonces me parece que va a quedar usted sola.
     La profesora miró a Pasco con furia y justo entró la rectora.
     —Permiso… ¿Hay algún problema, profesora? ¿Por qué hay tanta gente afuera?
     —¡Yo en estas condiciones no puedo seguir trabajando! ¡Es una falta de respeto tras otra! ¡Nunca en mi vida trabajé con gente tan insolente!
     Los dos tics se le empezaron a mezclar. La rectora se tentó y se tapó la boca disimuladamente. La profesora no dijo nada, pero estoy seguro de que se dio cuenta.
     La clase se cortó ahí. Después de matemática no teníamos nada. A las chicas las dejaron irse. A nosotros nos hicieron quedar en el patio.
   —Esto es injusto —dijo alguien—; algunas de las mujeres también molestaron.
    —Son casos aislados —respondió la rectora—. Lo de ustedes, en cambio, es un problema grave. No es solamente la de matemática; hemos recibido quejas de varias profesoras. La directora quiere hablar con todos ustedes.
     Minutos después llegó la directora. Cruzada de brazos, con la boca torcida, como la imitaba Angeleri.
     —Se ponen en fila, por favor. No, así no; uno al lado del otro. Les quiero ver la cara a todos.
     Después de que formamos comenzó.
     —Hemos recibido quejas de varias profesoras. No de todos, pero no podemos discriminar a los que generan los disturbios porque, salvo casos puntuales, actúan desde el anonimato.
     Parecía que hablaba de terroristas.
     —Esta es una institución seria. Ustedes no son conscientes del privilegio que tienen. Todos lo días viene gente a consultar por vacantes, gente con ganas de estudiar. Nos vemos obligados a rechazarlos cuando ustedes, en vez de aprovechar ese privilegio, optan por venir al colegio nada más que para ocasionar disturbios y faltarle el respeto a las profesoras.
    El discurso duró como media hora. Nos habló del reglamento de la escuela y, por último, enumeró algunas de las faltas que cometíamos.
     —Cuando la profesora habla, tengo que prestar atención y tomar apuntes; no hablar con el compañero… Tengo que entrar al aula cuando toca el timbre; no veinte minutos después o cuando se me dé la gana
     Se puso a caminar a lo largo de la fila como si fuese un militar.
     —No puedo romper los elementos de la escuela… No puedo manosear a las compañeras… No puedo jugar a patear. No puedo jugar a empujar. No puedo jugar a escupir.
     —Usted no puede, pero nosotros sí —dije por lo bajo.
     Los que me llegaron a escuchar se cagaron de la risa.
     —Bueno, parece que hablarles no sirve de nada; les entra por un oído y les sale por el otro. La semana que viene va a haber una reunión de padres. Mañana se les informará la fecha y el horario exactos.
     Finalmente lo de la reunión quedó en la nada.
     Cuando la directora se fue, Mendoza se me acercó.
     —Sos un hijo de puta, Olarticoncha —me dijo—. La jugás de callado y te mandás cada una…

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