lunes, 18 de julio de 2011

34

     —¿Te prendés, Benzaquén?
     —No, ya estoy hasta la pija con las faltas. Voy a ver si me macheteo.
     —¿Adónde vamos?
    —Yo tengo una idea —dijo Tortonese—. Vayamos al centro a visitar puteríos.
     Fiorentino y Olivera lo miraron para ver si hablaba en serio.
     —Pero no para coger, boludo; para romper las pelotas… Yo a veces lo hago con unos amigos. Te cagás de la risa.
     —¿Pero qué hacen?
     —Pedimos que nos muestren las minas, preguntamos precios, qué cosas te hacen…
     —¿Y después? ¿Decís que no te gustaron?
     —No, boludo… A ver si lo toman a mal… Después les decimos que el viejo de uno de nosotros tiene la plata y nos está esperando abajo.
     —¿Y te creen?
     —Sí, boludo. Yo les digo que mi viejo se quedó dando vueltas con el auto porque no encontró dónde estacionar. Siempre me creen.
     Nos tomamos el tren en la estación Florida. En Retiro, Tortonese compró el diario y armó el itinerario. Por miedo a que lo reconocieran, descartó los que recordaba haber visitado. Había de todo. Desde minas solas en su propio departamento hasta uno en el que te las mostraban por computadora. Algunos eran cabarets. En uno de esos nos matamos de la risa mirando a un viejo que bailaba con las putas.
     El último que visitamos era un departamento particular. Nos atendió una gordita muy atractiva vestida con un baby doll transparente. Nos hizo pasar al living. En un sillón estaban sentados una chica más y un travesti.
     La gordita nos invitó a tomar asiento y nos miró con picardía.
     —Bueno… Ustedes dirán…
     —Queríamos saber qué hacés por el precio que aparece en el aviso —dijo Tortonese.
     —Lo que quieran: sexo oral, vaginal… Y si alguno quiere probar, entregamos la colita. ¿Son todos vírgenes?
     —Ellos sí. Yo no, pero lo hice con mi vieja.
     La gordita sonrió.
     —En serio —dijo Tortonese—, no es una broma. La pusieron presa. Fue algo muy traumático para mí. Por eso ando buscando una chica dulce y cariñosa que me haga vivir el sexo de otra manera.
     —En ese caso, viniste al lugar indicado —dijo la gordita sin dejar de sonreír—. Acá te vamos a tratar con mucha dulzura. Vas a vivir una experiencia inolvidable.
     Fiorentino estaba tentado y miraba el piso. Olivera miraba de reojo al travesti.
     —Nosotros vinimos con mi viejo —prosiguió Tortonese—; se quedó esperando abajo. Te hago una pregunta.
     —Las que quieras.
     —¿Podemos hacerlo de a tres: mi viejo, vos y yo?
     —Mirá, yo ya tuve un par de combinados en el día y, la verdad, estoy medio cansada. ¿Vos, Vero, te animás?
     La otra chica asintió con la cabeza.
     —Qué callada que es tu amiga… —dijo Tortonese.
     —Sí, pero así calladita como la ves, en la cama es una fiera.
     —¿En serio?
     —Si querés, podés probar…
     —¿Nos la podemos coger los cuatro a la vez?
     —Y, mirá… Solamente tiene tres agujeros.
     El travesti se rió.
     —¿Y el cuarto se puede masturbar mientras mira? —preguntó Tortonese.
     —Puede hacer lo que quiera —dijo la gordita.
    —Masturboooy… —dijo Tortonese y lo palmeó a Fiorentino—. Le decimos así porque es el superhéroe de la paja. Se masturba de las más variadas formas. Hasta escribió un libro, el kamasturba, que es como el kamasutra pero de la paja. —El travesti se mataba de la risa—. Contales, Masturboy.
     Fiorentino sonrió pero no dijo nada. Tortonese prosiguió.
     —Che, y si nos garchamos los cuatro a Vero, ¿nos hacés precio?
     —No —respondió la gordita—. Cada uno paga lo suyo.
     —Pero si estamos usando una sola…
     La gordita se lo quedó mirando fijo. Iba a decir algo, pero intervino Olivera.
    —Te hago una consulta. ¿Tu amiga es hombre o mujer? —preguntó señalando al travesti.
     Tardó en contestar.
     —Por dentro es mujer.
     —¿Qué, tiene útero y esas cosas?
     La gordita se levantó.
     —¿Ustedes vinieron a coger o a bardear, loco?
     Instintivamente nos pusimos de pie.
     —No te enojes —dijo Olivera—; lo pregunto por curiosidad… Yo de esas cosas no sé…
     —¿Te puedo hacer otra pregunta? —intervino Tortonese.
     —No. Basta de preguntas. Acá estamos laburando; si vinieron a bardear se van.
     —No vinimos a bardear…
     —A ver, mostrame la plata.
     —La tiene mi viejo.
     —No me vengas con ese verso.
     —En serio… Además es cliente tuyo…
     —¿Qué te pensás? ¿Que soy pelotuda? Si me dijiste que venías por el aviso…
     —Mientras me la garcho a Vero, ¿puedo mirar como se la chupás al traves…? Digo… a tu amiga. ¿Cómo te llamabas?
     La gordita lo agarró del brazo.
     —¡Se van!
     —Te lo pregunto en serio… Si hay que pagar más, mi viejo te paga…
     —¿No la escucharon? —dijo el travesti, y se paró. Medía como un metro noventa—. Les dijo que se vayan.
     Pensé que se armaba. Empezamos a caminar hacia la puerta, pero Tortonese seguía hablando.
     —¿Cómo nos vas a echar? Mi papá es cliente…
     Sin decir una palabra, la gordita abrió la puerta y la volvió a cerrar una vez que estuvimos afuera.
     Aguantamos la risa hasta subir al ascensor.
  


     —Balín, sentate acá que necesito que me soples —dijo el Tano.
     —Mirá que es recuperatorio… —le advirtió Angeleri—. La profesora dijo que nada más se la tomaba a los que necesitaban nota.
     —Vos hacete el boludo. Si te raja, mala leche.
     Angeleri se cambió de banco.
     —¿Y yo? —preguntó el Turco.
     —Vos sentate con el otro pelotudo y que te pase él.
     El Turco se sentó con Maidana. Al rato llegó la de matemática.
     —Bueno… —dijo en cuanto terminó de acomodar sus cosas—. Los que tienen la materia aprobada se pueden retirar.
     Se fue la mitad del curso y comenzó la prueba. Después de unos minutos, Angeleri intentó decirle algo al Tano. La profesora lo escuchó.
     —¿Por qué está hablando con el compañero?
     —¿Yo?      
     —Sí, usted. ¿Cuál es su apellido?
     —Angeleri.
     La profesora revisó las notas.
     —Usted tiene la materia aprobada. ¿Por qué se quedó?
     Angeleri no supo qué contestar.
     —Se retira inmediatamente.
     Empezó a juntar sus cosas. Cuando se iba a calzar la mochila, dudó y la volvió a apoyar sobre la silla. La abrió y se puso a revisarla. El Tano aprovechó para preguntarle algo. La profesora se dio cuenta.
     —¡¿Qué está haciendo?! ¡Le dije que se vaya!
     —Espere que me falta algo, profesora…
     —Apúrese.
     Angeleri revisó el banco. Después buscó por el suelo. Resoplaba y se quejaba por lo bajo. La profesora se le paró al lado.
     —¡Le dije que se apure!
     —¡No tiene por qué gritarme, profesora! —estalló Angeleri.
     —¡Hace diez minutos que le estoy diciendo que se retire!
     —¡Y yo le dije que se me perdió algo!
     —¡No le creo! ¡Usted está haciendo tiempo para soplarle al compañero!
    —¡Usted se queja de que le faltan el respeto, pero usted me lo está faltando a mí! ¡Me está gritando y me está tratando de mentiroso! ¡Si tiene problemas con el resto, no tiene por qué agarrársela conmigo!
     La profesora puso cara de vomitar.
     —¡Si no se retira ahora mismo, voy a llamar a la rectora!
     Angeleri salió del aula sin decir una palabra.
     Como era última hora, los que terminaban antes se podían ir a sus casas. Lezcano terminó antes que yo, pero se quedó esperándome en la puerta.
     —Me había olvidado de decirte: mi hermana me pidió que te pregunte si le podías hacer unos dibujos para un trabajo práctico de francés.
     —Sí, no hay problema… ¿De qué son?
     —Ni idea… Me dijo que, si podías, te invitara a casa para que ella te explique.
     Se me aceleró el pulso.
     —Dale…
     —¿Vos mañana podés?
     —Sí.
     —Y de paso nos tomamos unos mates, ¿te parece?
     —Me encantaría.

1 comentario:

  1. Ahora bien, decime, blogger hijo de puta: ¿por qué me descuajeringás todo el texto.
    Concha tuya.

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