viernes, 6 de mayo de 2011

13

    Había faltado la de historia y teníamos hora libre. Yo me había quedado en el aula, pasando en limpio unas hojas de geografía. En un momento escuché que Lezcano le dictaba un número de teléfono a Domínguez. Creí entender que era el suyo y lo memoricé.
     Ya está. Ahora la puedo llamar por teléfono.
     —Qué bueno, boluda: ya no sos una incomunicada.
     —¿Viste?
     —¿El sábado te encuentro?
     —Sí, pero creo que Marta no va a estar. Mejor llamame el domingo.
     Cada tanto repetía el número en mi cabeza para no olvidarlo.
     ¿Qué hago? Si lo anoto ahora tal vez se da cuenta…
     —¿Y esta mujer es copada?
     —¿Marta? Sí, tiene re-buena onda.
     Ya sé: lo anoto con puntos.
    En una esquinita de la hoja hice seis columnas de puntos, cada una con la cantidad equivalente al número que representaba.
     Y para el cero una equis.
     —¿Qué estás haciendo?
     Me sobresalté.
     —¡Epa! ¡No te asustes! ¡Soy fea pero no es para tanto!…
     Se rió.
     —Perdoná —dije—, es que estaba muy concentrado.
     —Ya me doy cuenta… ¿Por qué estás escribiendo eso de vuelta?
     —¿Qué?
     —Las hojas esas que estás copiando.
     —Ah, esto… Las estoy pasando en limpio.
     Se rió.
     —¡Pero las estás pasando iguales!
     —¿Eh?
     —¡Están tan desprolijas como las otras!
     Domínguez también se rió.
     —Che… Un poquito más prolijas están… —me defendí.
     —Para mí están iguales…
     —Bueno, discúlpeme, Señorita Prolijidad…
     —¿Cómo puede ser que tengas la letra tan fea y dibujes tan lindo?
     —¿Qué tiene que ver?
     —¿Cómo qué tiene que ver? Es más o menos lo mismo: escribir es como dibujar letras.
   —Nada que ver, para hacer un dibujo tardás más que para escribir. Imaginate si me pusiera a dibujar cada letra mientras la profesora está dictando…
    —Para mí que vos escribís mal de vago nomás… ¿A ver? —Agarró mi carpeta y se le cayeron un par de hojas que tenían los agujeros rotos—. Qué chico más desprolijo, por favor… ¿No tenés ojalillos?
     Negué con la cabeza.
     —Voy a ver si me quedan —dijo.
     Sacó unos de su carpeta y los pegó en mis hojas.
     —Gracias… —le dije.
     —No hay por qué, usted se lo merece.
     Se puso a hojear la carpeta.
     —Y claro… —dijo—. ¿Cómo no vas a tener la carpeta desprolija si te la pasás dibujando en clase?… ¿Le entregás los trabajos así a las profesoras, con dibujos y todo?
     —No, los paso en limpio.
     —Ah, cierto, me olvidaba… Los pasás en limpio. —Se rió—. ¿Puedo hacer un dibujito yo también?
     —Los que quieras… Ahora que me acuerdo, vos me habías prometido un dibujo…
     Mentira. No me había olvidado.
     —Sí, pero un dibujo en serio… Ahora te hago uno así nomás.
     Javier irrumpió en el aula cagándose de la risa.
     —¡Qué hijo de puta! —dijo—. ¡No tiente le batió!
     Se apoyó en mi hombro mientras se agarraba el estómago. Lo interrogué con la mirada.
     —¡Estábamos hablando del partido y el Tano dijo: «Lo que pasa es que Independiente no tiente delantera»!
     Entraron el Tano y el Turco.
    —Che, ¿qué pasa con Independiente? —preguntó Javier. El Tano le hizo burla poniendo cara de mogólico—. ¡El otro: dos sotas solas, y este: no tiente delantera!
     —Dos notas sotas era —intervino el Turco.
     Javier dudó.
     —¿Estás seguro? ¿No dijo dos sotas solas?
     —No, dos notas sotas.
     —Qué boludo… ¿Por qué no lo anoté?…
    Se sentó, sacó una hoja de su carpeta y la dividió en cuatro columnas. A cada una le puso un encabezamiento —Nombre, Quiso decir, Dijo y Fecha— y abajo registró los furcios de Fernández y del Tano.
     —Mirá lo que hace este mogólico…
     —¡Qué al pedo que estás, Mandibulón!
     Después siguieron hablando de fútbol. Lautaro, Fernández y Boglioli entraron al aula y se sumaron al debate, que cada vez se hacía más acalorado. Gritaban lo que debería haber hecho tal o cual jugador en determinada situación, lo que le faltaba o sobraba a tal o cual equipo, lo que habrían hecho ellos en lugar del director técnico… Unos a otros se decían «vos no sabés nada de fútbol» o «yo lo hubiese puesto a fulano», pero a veces también hablaban en plural: decían «lo que pasa es que ustedes» o «nosotros ganamos tal o cual copa»… Y cada tanto uno de ellos levantaba una mano, la movía marcando el compás y con voz grave se ponía a cantar una canción. Eso era lo que más gracia me causaba: cambiaban la voz como queriendo simular que los que cantaban eran muchos y estaban lejos. Se ve que así lo escuchaban en la cancha y así pensaban que había que cantarlo… Me recordaban a Maidana con el tema de Bitlidius.
     —¿Y vos de qué cuadro sos, Olarticoncha?
     —De ninguno.
     —¿Cómo de ninguno? ¿Vos sos argentino?
     —No, de la República Checa.
     —Ah, con razón…
     —Ya está.
    Lezcano había terminado el dibujo. Había copiado el contorno de Francia de un planisferio y en el medio había hecho un monigote con anteojos y con un cartel que decía Miguel. Tenía un globito de diálogo que decía: «¡Eh! ¡Garcón! ¿Dónde queda el toilete?», y entre paréntesis: «Pronunciarlo así».
     —¿Te gusta?
     —Me encanta.
     —Voy al baño.
     Se levantó. Javier aprovechó para tocarle el culo.
     —¡¿Qué hacés, pendejo de mierda?! —dijo ella.
     Le pegó en el brazo con la mano abierta y salió del aula. Javier se reía.
     —Te juego una pulseada, Turco —dijo el Tano.
     —¿Otra? ¿Querés que te vuelva a humillar?
     —Vamos a ver…
     Entró Jerónimo, el preceptor.
    —Javier… Ojo con las chicas, eh… La próxima vez te voy a tener que hacer firmar el cuaderno de disciplina.
     —Qué pendeja buchona…
     —¡Cho buchón! ¡Cho buchón! —cantó Fernández, y los pibes se rieron.
     —¿Dónde están los demás? —preguntó Jerónimo.
     —En el patio.
    —¿Cuántas veces les tengo que decir que al patio se sale en el recreo? Que falte una profesora no quiere decir que puedan hacer lo que quieran. Además la profesora les dejó tarea.
     —Ya la hicimos.
     —¿Por qué no le decís mamá? —preguntó Mikaela.
     Jerónimo se rió.
     —Porque acá en la escuela es la profesora de historia, no mi mamá.
     —Una madre es una madre en cualquier parte.
     —¿Hoy estás tanguera, Mikaela?
     Mikaela se rió. Jerónimo salió del aula.
     Maidana era el único que estaba haciendo el trabajo de historia, amenizando la tarea con ruido de pedos. Tardé en darme cuenta, pero descubrí que esta vez hacía la melodía de Bitlidius.
     Debe estar chocho: logró combinar sus dos obsesiones.
     Se escuchó un golpe. Era el brazo del Tano contra el banco.
     —¡Tomá, hijo de puta, tomá! —gritó el Turco—. ¡A ver si con esta aprendés!
     El Tano se rió. Entraron Mendoza y el Gato.
     —¡Dale, boludo! ¡Dale que ahí viene!
     El Gato puso una silla al lado de la puerta y se subió.
     —¡Dale, alcanzame el tacho, boludo! ¡Rápido!
    Mendoza le pasó el tacho de basura y el Gato lo puso sobre la puerta entornada. El Turco se golpeó el pecho imitando a Tarzán.
     —¿Alguien más quiere desafiar al campeón?
     —¿No necesitás descansar? —le preguntó Javier.
     —¡Qué voy a necesitar descansar! ¡Si ganarle al rubio putito no me costó nada!…
     —¡Te hice transpirar, hijo de puta! —dijo el Tano.
     —¡Tocá! ¡Tocá! ¡Seco estoy!
     —¡Andá, mandaparte!
     —¡Les gano a los dos al mismo tiempo! ¡Uno con cada mano!
     —¿Cómo? —preguntó Javier—. No se puede, los brazos se chocan.
     —Con los brazos cruzados… O si no mejor: les juego diez pesos a cada uno a que si me agarran de los brazos, los junto en el medio.
     —¿Qué?
    —Así, mirá: yo me paro acá con los brazos abiertos, y vos y el otro nabo me agarran uno de cada brazo. Les apuesto cinco pesos a cada uno a que yo los junto en el medio. Como una pulseada pero parados y con todo el cuerpo.
     —¡Aaah, estás arrugando! ¡Recién eran diez pesos cada uno y ahora son cinco!
     —Lo hago por ustedes, si no después van a llorar y no me van a querer pagar.
     —¡Guarda, boludo!
     Casi entra Fiorentino y se lleva puesto el tacho de sombrero.
     —¿Qué pasa? —preguntó.
     —Pusimos el tacho encima de la puerta —le respondió el Gato—, para el Balín.
     Fiorentino se rió.
     —Venía atrás nuestro —dijo Mendoza—. Fijate si viene.
     —No, no viene.
     —Bueno. Pasá.
     Sacaron el tacho para que pasara Fiorentino y lo volvieron a poner.
   Javier, el Turco y el Tano hicieron la prueba de fuerza. El Turco estaba todo colorado. Transpiraba y se le hinchaban las venas del cuello, pero en menos de un minuto los juntó en el medio.
     —Me deben cinco pesos cada uno.
     —¡Guarda!
     Estaban por entrar Olivera y Tortonese. Venían charlando.
     —¿Qué pasa?
     —Le estamos por hacer una joda al Balín.
     Tortonese se rió.
     —Eso sale en los dibujitos animados nada más.
     —Vamos a ver…
     Tortonese siguió hablándole a Olivera.
     —Fiorentino seguro que puede. ¡Che, Masturboy! ¿Vos te la podés chupar?
     Maidana dejó de escribir y paró la oreja.
     —¿Qué decís? —preguntó Fiorentino.
     —Si te podés chupar la pija vos mismo.
     —La puntita nomás.
     Maidana me miró sonriente pero fingí no haberlo visto. Tortonese aplaudió.
     —¡Esa! ¡Aguante Masturboy! ¡¿No te dije que él podía?!
     —¿Vos podés?
     —Traté, pero casi me quedo duro.
     Fiorentino se rió.
     —Imaginate si te quedás duro con la pija en la boca y tu vieja te tiene que llevar al doctor así: hecho un bollo…
     Tortonese se rió.
     —En una valija te lleva.
     Maidana se rió.
     —¿Y vos de qué te reís, puto?
    —De que queremos chuparnos la pija. Porque él, con mucho gusto, nos la chuparía a todos.
     —¡Ahí viene, ahí viene!
     —¿Quién?
     —¡El Balín!
     Angeleri entró pero el tacho le cayó a un costado. Tortonese se rió.
     —¡Yo te dije que eso no funciona!
     —¿Ah, no? ¡Ahora vas a ver!
    Mendoza y el Gato llenaron el tacho a toda velocidad y se lo pusieron en la cabeza a Angeleri. Todos se rieron.
     Angeleri se sacó el tacho de la cabeza y se fue para el fondo sacudiéndose la basura.
     —¿Alguien más quiere pulsear con el campeón? —preguntó el Turco.
     Justo entraba Benzaquén.
     —Yo te rompo el culo, mandaparte.
     —¡Epa! ¿Tan seguro estás? Te juego cinco pesos a que no.
     —Te juego diez a que sí.
     —Dale… Hoy a la salida, con tu plata y la de los otros dos perejiles, me compro un CD.
     —¿Vos, Tano? —preguntó Tortonese—. ¿Te la podés chupar?
     —Si tenés tantas ganas de que te la chupen, hacé la sesenta y nueve con el Balín, forro, y que de paso te meta la nariz en el orto.
     Todos se rieron. Tortonese se puso serio.
     —¿Qué te pasa, loco?
     El Tano sonreía sobrador.
     —¿A mí? Nada… ¿Por qué?
     —¿Tenés algún problema conmigo, Tano?
     —¿Yoo? Nooo… ¿Vos tenés algún problema conmigo, nabo?
     —Si tenés algún problema, decímelo de frente, loco.
     El Tano se rió.
     Se escuchó un golpe. Era el brazo del Turco contra el banco.
     —¡Tomá, fanfarrón! —dijo Benzaquén—. ¡Vengan los diez pesos!
     —¡¿Qué diez pesos, mulero?! —dijo el Turco—. ¡Si torciste la muneca!
     Javier se cagó de la risa.
     —¡Muneca! ¡Dijiste muneca!

2 comentarios:

  1. REGALAME LOS DERECHO PARA DIBUJAR A MASTURBOY!!!
    tenia un amigo ke se ponia la mano debajo de la pierna,la moano se le dormia y pensaba ke era de otra persona,la famosa dormidita....pobre EL GORDO.......BULLYNG IN YOUR HEAD!! RATM.

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  2. ¡¡¡Esa la menciona uno de los personajes en un capítulo anterior!!!

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