lunes, 9 de mayo de 2011

14

     Mi familia llora. Yo no la escucho. No escucho nada. No escucho pero veo. Veo una luz intensa. En esa luz se recortan formas extrañas. De a ratos parecen humanas, pero la mayoría de las veces no. Me da la sensación de que flotan. No puedo asegurarlo, no veo el piso. No sé en qué posición estoy. De a ratos me parece que estoy acostado, de a ratos me parece que estoy de pie. A veces me parece que yo también floto. Incluso que estoy cabeza abajo. Ya he perdido la noción del tiempo y he comenzado a perder la noción de mi ser. Por empezar, ya he olvidado mi nombre. Lo único que sé es que tengo miedo, y únicamente por ese miedo sé que existo. Siento miedo pero he olvidado de qué. Tengo la sensación de que algo grave puede estar sucediendo. Algo grave que yo he querido evitar. Supongo que si lo hubiese logrado no tendría miedo. Yo soy mi miedo y de repente mi miedo escucha. Mi miedo escucha pero no sabe qué. Al principio es un susurro, apenas audible, tal vez mi propia respiración. Poco a poco va tomando forma y ganando intensidad, hasta que descubro que es una palabra. Y recuerdo qué es una palabra. Y descubro que esa palabra es un nombre y que ese nombre soy yo: Miguel. Miguel. Miguel, repite una de las formas extrañas, que ha empezado a diferenciarse de las demás. Ya no hay duda de que es una forma humana y poco a poco se va haciendo más nítida. Antes de que termine de dibujarse, ya la he reconocido: Roxana. Su rostro es hermoso, como lo ha sido siempre, pero ahora está triste. Está triste y repite Miguel. Recuerdo la razón de mi miedo. Dejo de sentirlo porque sé que ella está a salvo y junto a mí. Ahora soy feliz, pero ella sigue triste. Veo sus ojos, esos ojos que siempre he amado, y descubro una lágrima que brilla como si fuera una estrella. Y brilla de ese modo porque eso es lo que es: una estrella de su amor. Y la lágrima se desprende de su rostro de ángel para caer sobre mi mano. Ahora sé que tengo mano. Sé que tengo cuerpo y que soy Miguel. Sé que soy Miguel y quiero despertar. Quiero despertar porque sé que ella me ama. Y despierto.



     Ahí está: le digo que la llamo porque perdí el cuestionario de cívica.
     Pero se va a preguntar «¿Por qué no habrá llamado a Angeleri o a Maidana?».
     ¿Y?… ¡Mejor! Así se va dando cuenta de que en realidad la llamo para otra cosa.
     Claro… ¿Y si después no me animo a decirle nada? Voy a quedar como un pelotudo…
     ¿No es lo que soy?
     Además otra cosa: se va a preguntar «¿Y este?¿De dónde sacó mi teléfono?».
     Y bueno… Le tendría que decir «Lo memoricé porque quería hablar con vos; tengo algo que decirte». Cualquier ser humano normal haría eso.
     Claro… Y después me pregunta «¿Qué cosa tenías que decirme?», y le digo «Que se me perdió el cuestionario de cívica». O si no, se me traba la lengua y le corto.
     Y… No me extrañaría. Si soy un pajero…
     No, un pajero no. Es que necesito mi tiempo.
     Me reí.
     Sí, sí… Mi tiempo para hacerme la paja… Lo que tengo que hacer es decirle «Necesito hablar con vos». Entonces ella me va a preguntar «¿De qué?», y no me va a quedar otra que decirle la verdad.
     Eso si puedo… Hablo como si no quisiera decirle lo que siento. Pero no es que no quiero, es que no puedo… Mejor me pienso una buena excusa y la llamo mañana.
 


     Abro mis ojos y la veo. Está llorando. Veo mi mano entre las suyas, humedecida por su llanto, y me doy cuenta de que no lo he soñado: ella realmente ha estado junto a mí todo este tiempo. Con la mano que tengo libre le acaricio la mejilla. Ella se sobresalta y exclama:
     «¡Miguel!»
     «No llores», le digo. «Estoy bien.»
     Ella sigue llorando, pero ahora lo hace de alegría. Me abraza y yo acaricio su cabeza, apoyada en mi hombro. La alejo suavemente de mi cuerpo para ver otra vez su rostro.
     «¿Vos cómo estás?», le pregunto.
     «Yo estoy bien… Gracias a vos», me dice, y me cuenta lo que sucedió después de que me desmayara. Unos vecinos, alarmados por los gritos, llamaron a la policía, que justo llegó al lugar segundos después de que yo recibiera el impacto en la cabeza.
     «Gracias a Dios querrás decir, porque la verdad es que mucho no te pude proteger», le digo.
     «No digas eso», me dice. «Si no fuera por vos, no quiero ni imaginarme lo que me hubiera pasado. Me defendiste valerosamente, pero ellos te superaban en cantidad, edad y tamaño. Sin embargo, no pudieron evitar que les dieras una golpiza. Y eso se debe a que vos los superabas en valor. ¿O te pensás que cualquiera, aunque estuviese armado con un palo de escoba, se hubiese enfrentado a tres tipos como esos?… Gracias a lo que hiciste, la policía llegó antes de que fuera demasiado tarde. ¿Te parece poco eso?»
     «Te agradezco, aunque estás exagerando.»
     «Eso lo decís porque sos modesto.»
     «Lo único que importa es que estás a salvo.»
     «Y que vos también.»
     Me mira a los ojos y se pone a llorar de nuevo.
     «¿Qué te pasa?», le pregunto enjugándole las lágrimas.
     «Perdoná», me dice. «Es que tuve tanto miedo… Una semana entera estuviste inconsciente… Los médicos no podían determinar la causa. Conjeturaban que estabas en un estado de shock, provocado por la vivencia traumática que sufriste. El tiempo pasaba y yo cada vez tenía más miedo. Miedo de que…» Titubea. «… de que te murieras… Y pensaba: “Qué irónico que es el destino… Justo ahora que conozco al amor de mi vida, tiene que pasar esto…”.»
     Mientras me habla, yo acaricio sus manos y ella acaricia las mías.
     «¿Sabés? Yo antes de esto ya estaba enamorada de vos. Me parecías tan lindo, tan inteligente… Me hacías reír tanto… Pero cuando me defendiste… no sé… descubrí que eras mejor aún de lo que yo podía imaginar.»
     «No hables en pasado, Roxana», le digo. «Yo estoy bien, vos estás bien… Ahora dejame que te confiese que yo también he estado enamorado de vos desde el primer momento en que te vi. En la puerta de la escuela, sosteniendo tu carpeta contra el pecho, con tus cabellos mecidos por el viento: una imagen que nunca olvidaré. Y quiero que sepas que no hubiera podido hacer nada de lo que hice si no fuera por ese amor, que me hizo sacar fuerzas de donde no las tenía. Roxana…»
     «¿Qué?», me pregunta tímidamente.
     «Te amo.»
     «Te amo», me dice ella también, y nos besamos.
     Cuando llegaba a esta parte, me desinflaba. Era tan grande el contraste con la realidad que de golpe se me iban las ganas de imaginar. Todas mis fantasías terminaban ahí: en el momento del beso. Podía imaginarme combatiendo contra tres tipos, contra demonios o contra un dragón, pero imaginarme besándola no. Eso era demasiado.

1 comentario:

  1. y pensar que son esos besos los que uno mas disfruta...los ansiados por tanto tiempo, sobre todo en la adolesencia, por que en mi caso personal... no los volvi a sentir asi.

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