martes, 21 de junio de 2011

26


     —Profesora…
     —¿Angeleri?…
     —No estoy de acuerdo con mi nota.
     La profesora se lo quedó mirando.
     —Me parece, profesora, que para enseñar historia hay que ser un poco objetivo.
     —¡¿Cómo le vas a decir eso a la profesora, Balín?!
     —Profesora, el Balín la está insultando…
     —¿Qué quiere que le diga, Angeleri? Vaya a quejarse otra vez con las autoridades…
     —¡¿Vos hiciste eso, Balín?! —preguntó Lautaro.
     —¡Malteada al Balín por buchonear a la profesora! —gritó Boglioli, y todos se le fueron encima.
     Miré a la profesora. Sonreía.
     —Chicoos…
     Esperó a que los pibes terminaran. Después repartió el resto de las pruebas y se fue.
     —¡Tano hijo de puta! ¡Me pasaste cualquiera! —gritó Tortonese. El Tano se reía—. ¡Sos un pedazo de mierda! ¡Esta la tenía que aprobar sí o sí!
     El Gato agarró la prueba y se la puso a leer. Se cagó de la risa.
     —«Ciro era el rey de Persia. También era llamado el rey Pérsico por haber nacido en un golfo.»
     Todos se rieron.
     —Escuchen esta, escuchen esta… «Los hititas cavaban pozos y se metían en ellos por motivos religiosos. Siempre lo hacían de a cuatro porque ese era un número sagrado para ellos, ya que cuatro eran las deidades que adoraban.»
     El Gato se agarró el estómago y dejó caer la prueba. Me dio la impresión de que exageraba la risa. Mendoza levantó la hoja del piso y la siguió leyendo.
     —«Los fenicios comerciaban con todo tipo de mercadería, pero solo la vendían a cambio de arena de diferentes tipos que luego utilizaban para edificar sus chozas.»
     —¡Qué hijo de puta!
     —¡No podés!…
     —Pará que sigue… «Por eso más tarde su moneda se llamó arenero
     Se mataban de la risa.
     —Che, Tortonese, ¿me la puedo quedar? —preguntó Mendoza.
     Tortonese le arrancó la hoja de la mano, la rompió en pedazos y salió del aula dando un portazo.
     —¡Uuy, qué maalo! —dijo el Tano, y los pibes se rieron.
     Al rato entró la de geografía.
     —¿Qué le pasaba a ese chico que salió de esa manera?
     —Se estaba haciendo caca, profesora —le respondió el Gato.
     Todos se rieron.
     —Ay, poobre… Estaba descompuesto…
     Alguien se puso a tararear la musiquita de He-Man. La profesora se sentó, se puso los anteojos y sacó unos libros de la cartera.
     —¡El universo ya está protegido, por el poder de Greiscol! —cantó el Gato.
     A la de geografía la cargaban con He-Man por el corte de pelo.
     —Hoy están contentos…
     —Sí, profe. Por el día, ¿vio?
     —Ay, sí, está hermmmoso… Con el frío que venía haciendo… Bueno, vamos a comenzar con la clase porque hoy tenemos cuarenta minutos nada más.
     Consultó uno de los libros y anotó en el pizarrón: 1912 y Alfred Wegener.
     —Hoy vamos a hablar del origen de los continentes como los conocemos en la actualidad.
     —Es como si fuera tu hermano, boluda… —le dijo Caferri a Lezcano.
     Me di cuenta de que estaban hablando de Daniel y paré la oreja.
     —¡Cualquiera, boluda! ¿Qué tiene que ver con nosotros dos lo que hagan nuestros viejos?
     En los últimos días me había enterado de que Daniel era el hijo de Marta, la novia del padre de Lezcano. También me había enterado de que tenía quince años, de que tenía el pelito largo, de que tocaba la guitarra en una banda de rock y de que había salido del baño envuelto en una toalla un día que ella estaba sentada en el living de su casa y los dos se habían puesto colorados.
     —Según su teoría, hace doscientos millones de años los continentes actuales estaban unidos en un supercontinente llamado Pangea, que en griego significa toda la tierra.
     —Profesorda… —dijo Fiorentino.
     No era la primera vez que la llamaban así. Nunca supe si era sorda realmente o se hacía la que no entendía.
     —¿Sí?
     —¿En ese supercontinente vivían superhombres?
     La profesora dudó.
     —No… En esa época todavía no existían los humanos… ¿Se acuerdan que habíamos visto que recién aparecían en el período paleolítico?
     —Aaaaah… —dijeron todos a coro. Era un chiste recurrente.
     —¿Y? ¿Hay onda? —le preguntó Onzari a Lezcano.
     —A mí me parece que sí… pero todavía no se dio la situación…
     —Profesorda… —arremetió nuevamente Fiorentino.
     La profesora estaba copiando en el pizarrón la forma de Pangea. Lo miró a Fiorentino por arriba de los anteojos.
     —¿Usted a quién prefiere? ¿A Superman o a Batman?
     La profesora lo miró como si no entendiera.
     —Diga la verdad. A usted le cabe He-Man, ¿no? —dijo el Gato, y los pibes se rieron.
     —Qué boludos… —dijo Domínguez.
     —Che, ¿y la madre no trabaja?
     —Sí.
     —¿Y por qué no aprovechás ese momento?
     —Me da vergüenza, boluda… No sé qué decirle…
     —Fácil, boluda: le pedís algo. Sal, azúcar…
     —Cualquiera… ¿Como en Chespirito?…
     Se rieron.
     —¿Y después qué hago, boluda? ¿Me vuelvo a mi departamento con el azúcar?
     —Claro… Pero antes le decís: «Cualquier cosa que necesites, me avisás…».
     Se rieron.
     —¡Re-puta!
     —Hace ciento ochenta o doscientos millones de años…
     Tortonese irrumpió en el aula. Tenía el pelo mojado.
     —¿Se siente mejor?
     Como Tortonese no le respondió, la profesora siguió con la clase.
     —Hace ciento ochenta o doscientos millones de años…
     —Profezorra… —la llamó Boglioli.
     Todos se rieron.
     —¿Sí?
     —¿No puede ser más específica?
     —¿Eh?
     —¿Ciento ochenta o doscientos millones de años?
     —Es una aproximación…
     —¿No le parece que veinte millones de años es mucha diferencia?
     —Lo que pasa es que son tiempos geográficos. Lo que para una persona es mucho tiempo, para la geografía es sólo un instante…
     —Aaaaah… —dijeron todos a coro.
     —Hace ciento ochenta o doscientos millones de años…
     —Me parece que eso ya lo dijo, profesorda —dijo el Gato, y todos se rieron.
     La profesora se los quedó mirando como extraviada. Después de unos segundos repitió:
     —Hace ciento ochenta o doscientos…
     —¿Por qué no redondeamos en ciento noventa, profe? —preguntó Olivera.
     La profesora lo miró.
     —Bueno… Como quieran… ¿Puedo seguir?
     —Siga, siga… Cualquier cosa la volvemos a interrumpir.
     —Hace ciento noventa millones de años, una gran falla dividió a Pangea en dos grandes…
     —Profetrola… —dijo Mendoza.
     Todos se rieron.
     —¿Qué pasa ahora?
     —¿El supercontinente estaba fallado?
     —¿Mmh?
     —Usted dijo que el supercontinente tenía una gran falla. ¿Era de fábrica?
     Todos se rieron. La profesora no contestó y prosiguió con la clase.
     —Si no, boluda, le pedís que te arregle algo…
     —¿Algo como qué?
     —Qué sé yo… El televisor.
     Lezcano se rió.
     —¿Qué voy a hacer, boluda? ¿Romper el televisor para que me lo arregle?
     —Noo, boluda… No lo rompés, lo desarmás…
     —Pero yo no sé de esas cosas…
     —Boluda, le desarmás el enchufe y le separás los cables de las patitas. Es lo más fácil que hay.
     —Qué hijos de puta… Mirá lo que le hacen…
     Cada vez que la profesora intentaba dibujar, una tiza chocaba contra el pizarrón.
     —Chiiicos… —decía ella y reanudaba la tarea, que era interrumpida por otro proyectil.
     —O si no, lo ponés en video para que parezca que anda mal.
     —Se va a pensar que soy una tarada…
     —¿Y?… Si a los hombres les gusta que una sea medio tarada… Así se la pueden dar de inteligentes…
     —Sí, pero tampoco la pavada…
     —¡Pero usted no estudió, profe! —exclamó el Gato—. ¡A cada rato consulta el libro! ¡Así cualquiera!…
     La profesora lo miró un segundo y siguió buscando.
     —A partir de una hendidura en forma de i griega se inició la fragmentación de Gondwana.
     —Igual la semana que viene tal vez se me da.
     —¿Por qué?
     —¡Contá, boluda!
     Se tomó su tiempo.
     —Resuuulta que el luunes nos fuimos con mi hermana a tomar unos mates al río y él estaba jugando al fútbol con unos amigos.
     —¿Juega bien?
     Re-bien, boluda…
     Ni profezorra ni profetrola.
     —¡Puuutaa! —rugió el Tano. Él prefería ser más directo.
     La profesora se dio vuelta.
     —¿Qué paaasa, chiiicos?
     —Profeforra, ¿Laurasia viene de Laura? —le preguntó Tortonese que ya estaba mejor de ánimo.
     —No sé de qué viene.
     —¿Pero cómo? ¿Usted no sabe griego?
     —Y no, chicos… Yo estudié geografía… —respondió la profesora y se rió.
     Los pibes fingieron que se reían estridentemente.
     —Esta profe…
     —Dale, boluda, seguí contando.
     —Bueno… En un momento nos vio y se acercó para saludarnos. Estaba re-lindo. Con el pelito suelto. —Cuando hablaba de él, parecía más linda—. Le ofrecimos un mate pero no quiso. «Me vendría mejor algo frío», dijo.
     —Qué zarpados que son…
     La profesora se dio vuelta y todos se hicieron los boludos. Una tiza le había dado en la cabeza.
     —Chicos, por favooor…
     Se los quedó mirando sin saber qué hacer. Después de un rato prosiguió.
     —La India chocó con Eurasia provocando el plegamiento de la corteza y originando la cordillera del Himalaya.
     —¿Hubo muchos muertos, profe? —preguntó Fiorentino.
     La profesora parpadeó.
     —¿Cómo?
     —Si con el choque hubo muchos muertos.
     Tardó en responderle.
     —¿No se acuerda de lo que vimos la semana pasada?
     —No.
     —Las placas tectónicas se mueven muy lentamente. Tanto que el movimiento es imperceptible…
     —Yo a veces siento cómo se mueven, profe —intervino el Gato—. En el patio de mi casa.
     La profesora se rió y todos se rieron estridentemente.
     —Qué chico más ocurrente…
     —Parecen mogólicos.
     —Cuando terminó el partido, se fue al quiosco y volvió con una botella de agua mineral. Venía con la remera colgada de la cintura y volcándose agua en la cabeza.
     Caferri se rió.
     —¿Como en la propaganda de Colbert?
     Lezcano se rió.
     —Tal cual, boluda… Yo pensé lo mismo.
     —¡Puuutaa! —rugió el Tano otra vez y tiró de una patada el banco del Turco, que había faltado.
     —¿Qué pasó? —me preguntó la profesora, porque el banco había caído cerca de mí.
     —Cayó del techo —le respondí señalando.
     La profesora miró para arriba y todos se cagaron de la risa.
     —¿Entonces, boluda?
     —Bueno, la cosa es que nos pusimos a charlar de deporte y terminó invitándome a correr a la quinta presidencial.
     —Mirá la que tenías guardada, hija de puta…
     —¿Y cuándo salen a correr?
     —El martes que viene.
     —¡Chanta! ¡En gimnasia no corrés ni media cuadra!
     —¡Pero por Daniel le doy mil vueltas a la quinta!
     Se rieron.
     —Profesorda, ¿no puede explicar más rápido? Si sigue así, va a sonar el timbre y no vamos a terminar el tema…
     Miré mi hoja. Al lado del dibujo de la Pangea partida al medio, casi sin darme cuenta, había puesto un signo de igual y mi corazón.
     Qué cursi…, pensé, y me sentí un pelotudo.
     Rápidamente lo taché. Por suerte Javier no lo había visto.

2 comentarios:

  1. Gracias por tu comentario en mi blog, me ha gustado mucho, tu historia muy divertida, me he reído mucho con lo de profesorda.
    Saludos violetas
    Maribel

    ResponderEliminar
  2. Me alegro de haberte hecho reír, Maribel.
    Gracias por pasar.
    Saludos violetas.

    ResponderEliminar